sábado, 19 de noviembre de 2022

El Autoritarismo (*) (**)

              Papi, necesito que me des plata para la cooperadora.

- Bueno...
- Pero... dámela ahora.
- Pero ahora no tengo...
- Me la tenés que dar sin falta.
- Pero... ¿por qué? - Porque si no la señorita nos reta...
- ¿Los reta? -... y ... si... nos dijo que pobre del que no venga mañana con la plata de la cooperadora...
(Este diálogo es una reproducción textual de un hecho real ocurrido en esta ciudad en el presente año entre un niño en edad escolar y su padre)
«Cuando oigo la palabra cultura llevo la mano al revólver»
Goebbels
Una aproximación.
Si partimos de la premisa de que la Salud Mental tiene que ver con una adecuada percepción de la realidad, en tanto de ese modo puede la misma ser modificada, podemos colegir que la enfermedad, la no-salud mental, se emparenta con una percepción inadecuada (se trate de la realidad interna o externa al sujeto). Esto conduce a una imposibilidad de transformación; es decir, a una adaptación pasiva.
La historia de un individuo no es ajena a la historia social y política, a la historia de la sociedad en la que vive. En nuestro país, los hechos históricos y los procesos sociales que los condicionan cursan con tal velocidad, que hace menos que imposible intentar una síntesis abarcadora que no deje de lado elementos importantes para su comprensión. No obstante, y a riesgo de un esquematismo pueril, podemos establecer como uno de sus jalones relevantes, el advenimiento del actual período democrático.
Para entender una situación determinada, es necesario remitirse a aquella de la cual surge como producto. Para ser más preciso: así como el ejercicio de la democracia se caracteriza por el grado de libertad que puede desplegar un individuo, una dictadura halla su fundamento en aquello que tiene que ver con la coartación de dicha libertad, el autoritarismo.
Autoritarismo: «principio de obediencia ciega a la autoridad como opuesto a la libertad individual de pensamientos y acción».
Ahora bien: el autoritarismo, ¿desaparece de «escena» de un modo espontáneo por el mero hecho de que se instaure un gobierno democrático? ¿o su operatividad, su internalización psíquica en los miembros de la sociedad sigue efectiva, siendo esa efectividad uno de los mayores escollos en el desarrollo de una auténtica vida en democracia? Si entendemos que la Salud Mental puede evolucionar en la medida en que la misma no sea obstaculizada por la coerción (cualquiera esta sea), bien podemos suponer que el autoritarismo frena su curso, lo trastoca, lo desequilibra, inhibiendo la adaptación fecunda del ser humano, enfermándolo.
Producida la apertura democrática, un respiro de alivio psíquico se propagó en la población. Años de represión, de terror y aún de guerra, «quedaban atrás», posibilitando una suerte de descompresión psico-afectiva que paulatinamente se fue transformando en un duelo depresivo en relación a lo vivido.
Aun así, y a poco de andar -a más de los intentos reales de retorno al pasado, como si ello fuera posible, los fracasos del actual gobierno (fundamentalmente a nivel económico) reenviaron a más de uno a la nostalgia autoritaria, provocando un estado de confusión debido a un inadecuado balance e integración entre los aspectos sanos (democráticos) y los enfermos (autoritarios).
En la medida en que los propios aspectos autoritarios ya no pudieron ser proyectados en el afuera -en el gobierno de facto- la toma de conciencia de los mismos sembraron desazón y desconcierto, en aquellos que accedieron a reconocerlos como inherentes a su persona, patentizándose crudamente sus efectos en la esfera personal, familiar y/o social. En otras palabras: ya no se trató de la vivencia de alivio producida por el fin del autoritarismo estatal, sino de ver qué tenía que ver cada uno para que aquello hubiera sido posible. Aciaga concientización de la interrelación individuo-sociedad, sujeto-cultura, ciudadano-país o como quiera denominarse a dicho proceso.
Surgen dos cuestiones: El autoritarismo no ha desaparecido y no cabe hablar de una democracia que se realiza plenamente.
Los gobernantes, ¿no son responsables, responden de y por el bienestar de la población que los ha elegido? ¿Qué los sitúa por «encima de los demás» -sus gobernados- para que, insidiosamente en unos casos, descaradamente en otros, puedan ejercer desde el lugar que ocupan, una relación que coloca a sus gobernados (precisamente los que posibilitaron su lugar de «privilegio») en un nivel de debilidad, de sometimiento, de inferioridad, de desprotección, en fin: de desigualdad frente a la «investidura» otorgada? Es este «desencajamiento», esta discordancia, uno de los modos manifestados por el autoritarismo en la democracia. Que se encarna ahora en aquél que -ya no por la fuerza-, sino de una manera «civilizada», «culta», «política», recurre al uso del poder que le da la potestad para practicar democráticamente, en la forma, un autoritarismo auténticamente puro en contenido. En donde el «yo soy más que vos porque tengo las armas» se ve sustituido por el «yo soy más que vos porque ocupo una función»; siendo los «menos», los «desiguales», los que eligieron con la expectativa de que sus necesidades y demandas pudieran ser satisfechas.
Ya se sabe que el Poder existe, que está en todas partes.
Que su expresión va más allá de una persona o una institución determinada. Que constantemente se produce y se reproduce, que circula y se distribuye. Ya se sabe que no somos todos iguales sino distintos, diferentes. Pero no es menos cierto que todos buscamos, deseamos, igualdad de oportunidades de acuerdo a nuestros intereses y capacidades, en pos de un pleno desarrollo afectivo e intelectual. Que anhelamos una democracia que merezca el nombre de tal. Con gobernantes, funcionarios o quienquiera ocupe un lugar o un rol de responsabilidad respecto a los demás, que ejerzan su poder -el que les cedimos- para beneficio de todos. Y si esto no fuera posible por difícil, algo debe quedar en claro: no se lo hemos brindado para ejercerlo contra nosotros o, lo que es su equivalente, para disponerlo a su único, personal y egoísta provecho.
Una descripción.
Sería erróneo suponer que el autoritarismo, verdadera «peste psíquica» de la humanidad, se manifiesta exclusivamente a nivel político. En todo caso es allí donde se expresa «públicamente», haciéndose, por lo tanto, más evidente. El autoritarismo es un fenómeno, si cabe el término, que abarca a la sociedad toda, de los modos más diversos y con las consecuencias más variadas.
A fin de que los lectores puedan sacar sus propias conclusiones, describiré las características más sobresalientes del autoritarismo, advirtiendo que cualquier semejanza real o ficticia debe tomarse como una mera coincidencia:
-El autoritario confunde autoridad con mando; es decir, la superioridad que deviene del lugar que ocupa por encima de las cualidades que le confieren respeto. Y «mando» implica imposición, una unidireccionalidad que no contempla los intereses del otro, del semejante.
- El «otro», por distinto, es vivido por el autoritarismo como una amenaza. De ahí que cualquier intento de diferenciación es peligroso. Así, la desobediencia (adora que lo obedezcan), el disenso y la crítica le resulten intolerables.
- Suponiendo que el lugar que ocupa le otorga poder sobre los demás (no importa cuál sea; el de padre, portero, funcionario, profesional o cuidador de una playa de estacionamiento), confunde sitio con atribución.
- Para él, no se trata de estar representando una función; él es la verdad misma. Y busca demostrarlo constantemente.
- Generaliza sus verdades parciales, haciendo de cada pensamiento una máxima; de cada idea, un mandato.
- Su intolerancia a los conflictos es absoluta, razón por la cual toda duda genera una angustia incontrolable. Todo es malo o bueno, blanco o negro. Su tendencia a calificar, a clasificar, a ponerle membrete a todo cuanto lo rodea, le impide un adecuado ajuste con la realidad.
- Inseguro y débil, busca reforzarse continuamente para ocultar su sentimiento interno de minusvalía. - Su tendencia a repetir frases hechas, a ser reiterativo, tornan casi imposible un intercambio de ideas, un diálogo de pensamientos distintos.
- Temeroso de los cambios, puesto que esto exige una nueva adaptación, todo lo que implica movilidad es fuente de sentimientos persecutorios. Hace un culto del pasado, odia el presente y aborrece el futuro.
- Vigilar, sospechar, controlar, son sus actitudes constantes. Nada debe escapar de sus manos. O de sus pensamientos. Todo lo que está fuera de control se torna temible. Y lo que no, es fuente de seguridad y de poder. Se trate de dinero, de expedientes (cuantos más sellos mejor), o de la salida de sus hijos.
- Su apego a las normas es incondicional. Ama los rituales, las formalidades, lo que debe ser.
- Incapaz de percibir adecuadamente sus propias necesidades afectivas o emocionales, ignora o demuestra un total desinterés por las necesidades ajenas, tomando como parámetro únicamente los aspectos superficiales de los hechos. Por ejemplo: es más importante que un hijo coma con buenos modales a saber si tiene hambre o disfruta de la comida; si un niño tiene necesidad de orinar es prioritario que lo haga en el recreo, cuando corresponde, a que sufra por no poder hacerlo cuando lo desea. El autoritario se embelesa con las formas; le importa «cómo» y no «qué». Así, es importante para él vestirse bien, hablar como corresponde, sentarse correctamente, hacer la fila ordenadamente. No importa la finalidad.
- En cuanta ocasión se le presenta ejercita su «superioridad» sobre los demás. Asimismo, es incapaz de cuestionar las investiduras o jerarquías. Porque el autoritario es un ser profundamente dependiente. Sus tendencias sadomasoquistas lo impulsan siempre a depender de una fuerza externa superior que le dé sentido a su insignificancia interior o bien desplegar su supuesta omnipotencia sobre quienes considera inferiores a él.
- Su temor a la soledad es intenso y su incapacidad de relacionarse profundamente de tal magnitud, que siempre está atento a las situaciones que le confieren importancia (la que no puede sentir por sí mismo).
- Los sentimientos de celos, posesión y envidia pueden llevarlo al ejercicio de la crueldad más extrema cuando la misma se ve posibilitada (y que suele recrear en sus fantasías).
- Prisionero de una permanente omnipotencia, todo aquello que no coincide con sus deseos o pensamientos lo desborda, se trate de que se suspenda su programa favorito de televisión o de que alguien no esté de acuerdo con sus opiniones.
- En realidad, le angustia pensar. Está incapacitado para hacerlo creativamente. Sus diálogos son monólogos y sus sugerencias son órdenes. Quien no está de acuerdo con él es menos inteligente, no lo comprende o directamente es un enemigo.
- Su imposibilidad de encontrase consigo mismo, de reflexionar, de aceptar sus propias contradicciones lo llevan a una actividad corporal -la acción- continua. De donde deviene una compulsiva necesidad de despliegue físico. Debe moverse para no pensar. Los esfuerzos físicos tienen el valor de una descarga -de sus ansiedades- y de una demostración de sus habilidades y destrezas. Jamás de la búsqueda de placer o de distracción. Corre, porque le «hace» bien, juega para ganar. El desafío a lo que siente como su propia debilidad anula su capacidad de gratificación. Siempre se está probando, rindiendo examen, demostrando algo. La alegría está en la «superación», no en el simple hecho de divertirse. Su cuerpo es un instrumento y la disposición al sacrificio, su meta cotidiana. Hace del sufrimiento la virtud más elogiable.
- Todo tiene que tener un sentido, a todo subyace una especulación. Hasta en las actitudes aparentemente más desinteresadas hay un interés solapado. Ayuda para que reconozcan su bondad, se sonríe para que lo consideren simpático.
- El autoritario es un adicto a la aprobación de los demás; su vida gira en torno a la aprobación de los demás, tal la pobreza de su autoestima.
- De pensamientos e ideas rígidas e inflexibles, interpreta al mundo en términos de pares antitéticos: sometedor-sometido, superior-inferior, fuerte-débil; siempre ubicándose y ubicando a los demás en alguno de los polos. De allí su admiración y sumisión a todo lo que simbolice superioridad, fortaleza, y su desprecio a lo que considera débil, inferior. Su arrogancia es la máscara de su desvalorización. Incapaz de reconocer sus dificultades, se auto-exige y exige de los demás un perfeccionismo que no tiene límites.
- Su agresión, producto de innumerables frustraciones, está bajo permanente control; presta a estallar en cualquier circunstancia que se le presente. El sentimiento de frustración hace del autoritario un quejoso y un resentido. Todo le iría mejor si no fuera por culpa de los demás, del país o del mundo. Y ese sentimiento impregna todas sus actitudes impidiéndole el logro de sus objetivos. Por supuesto que cuando algo le sale bien esto se debe exclusivamente a su propia capacidad y esfuerzo; nunca a la ayuda o colaboración ajena. Ignora lo que es el sentimiento de gratitud, no le debe nada a nadie y en cambio, todos están en deuda con él.
-Sintiéndose el eje del mundo y del universo, su proyección apocalíptica condiciona su existencia. Nada es confiable, siempre existen los peros. Quiere todo o nada.
- Desconoce el placer, desde el más simple hasta el más profundo. Incapaz de sentir íntegramente y de amar auténticamente, su sexualidad es mecánica y compulsiva. El autoritario ama que lo amen, estima que lo idealicen y su narcicismo crece en la medida en que lo hace sentirse único, infalible.
- Detesta lo que no entiende y abomina lo que no posee, fundamentalmente en el plano afectivo; razón por la que desprecia todo lo que tiene que ver con los sentimientos. De ahí la discordancia entre su sensiblería por lo intrascendente y su frialdad para los hechos de real importancia afectiva.
- Signado por el temor a la independencia; excluido de la posibilidad de construir su propia historia, destruye su vida día a día, sosteniendo caricaturescamente una identidad que no le pertenece y de la cual no logra apropiarse para su felicidad.
Esta descripción no pretende agotar el tema propuesto ni mucho menos. Si es de utilidad para que quien acceda a su lectura, recapacite y reflexione, habrá cumplido su objetivo.
Final.
Hace ya algunos años se realizó una experiencia que consistió en que distintas personas tomadas al azar, pudieran manipular una perilla con distintos voltajes a fin de provocar una descarga eléctrica en un sujeto colocado en una silla a tal fin, al cual observaban a través de una cámara. La gran mayoría elevó el voltaje hasta la zona de peligro de muerte. Un número menor desechó la experiencia antes de llegar a la zona crítica. Fue excepcional el caso de quien directamente se negó a participar. Todos ignoraban que se trataba de una simulación
No hay ninguna relación humana que no pase a través de la cuestión de poder.
El problema es cierto, está en quien manda, pero no menos en quien obedece. No hay sometedor sin sometido. El sustrato, la argamasa es el autoritarismo que, como actitud psíquica, no es monopolio de nadie. Atravesando a la sociedad en su conjunto, nos atraviesa a nosotros mismos, convirtiéndose en el principal impedimento para un desarrollo verdadero en tolerancia y libertad.
Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Agosto de 1988.
(*) Presentado en el II Encuentro Argentino de Psiquiatras, organizado por la Asociación de Psiquiatras Argentinos en San Juan, en abril de 1989
(**) Publicado en “Desarraigo y Depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos) en sus 3 Ediciones (agotadas)

jueves, 22 de septiembre de 2022

¿Y los drogadictos? (*)

 

En el mes de noviembre de 1987 el médico psiquiatra Miguel Ángel de Boer realizó un trabajo sobre la drogadicción en Comodoro Rivadavia. Por razones varias su publicación se fue posponiendo. Hoy, al reactualizarse el tema con el joven internado en el Hospital Regional «Manuel Sanguinetti», que, por utilizar drogas inyectables, habría contraído el SIDA, «El Patagónico» considera oportuna su publicación. Cabe destacar que el Dr. Miguel Ángel de Boer es especialista en el tratamiento de drogadictos.    

 

No hace mucho tiempo irrumpió en nuestra ciudad, como nunca antes había ocurrido, una movilizadora preocupación respecto al problema de la drogadicción. Surgieron así, diversas inquietudes que generaron marcadas expectativas y no pocas ansiedades. Pasada la oleada de priorización del tema, un paulatino «olvido» fue ganando terreno y salvo elogiables excepciones de continuidad, la comunidad en su conjunto (y las autoridades pertinentes) optó por la apatía y el desentendimiento. Por el contrario, los interesados directos -adictos o droga dependientes- lejos de desaparecer, siguen librados a su «suerte», sin que se avizoren respuestas adecuadas a la magnitud del problema.

Las demandas de atención siguen un curso ascendente y, según las informaciones, el consumo continúa incrementándose; asimismo, la variedad del tipo de drogas utilizadas. Es decir: el problema está lejos de ser resuelto, pues no bastan las buenas intenciones para que el mismo se disipe mágicamente.

Una aproximación.

Cualquier intento de agotar globalmente el problema de la drogadicción corre el riesgo de ser parcial, dada la complejidad del mismo. Pues distintos enfoques contribuyen a explicar la problemática que nos ocupa desde ángulos diferentes, sin que esto implique que sean excluyentes. Ante la pregunta ¿qué es la drogadicción?, las respuestas pueden ser tan diversas como complementarias, todas igualmente válidas en función de dar cuenta de una resolución efectiva. Pues bien, podemos responder que la drogadicción es una enfermedad producto de un desajuste emocional o afectivo, caracterizada por la dependencia psíquica y física hacia una o varias drogas, como asimismo que la drogadicción es el producto de resultar uno de los negocios más redituables existentes en el mundo actual (200 mil millones de dólares se mueven en torno al comercio de la droga en nuestro planeta). Respecto a lo antes expuesto, no cabe duda que, si la salud mental pudiera ser adecuadamente promovida, el problema declinaría. El efecto sería similar si el negocio dejara de ser tal. Ahora bien: ¿Los problemas existentes en la juventud actual (sector predominantemente afectado) se deben al uso de las drogas o el uso de las drogas deviene de la conflictiva que deben enfrentar nuestros jóvenes en el mundo actual? Evidentemente ambas respuestas no son sino las dos caras de la misma moneda y acentuar una u otra implica falsear la realidad del fenómeno.

Drogadicción y drogadictos.

Como en toda cuestión espinosa, las respuestas generalizadoras son las que pretenden, en pos de disminuir el monto de ansiedad que la impotencia promueve, imponerse ilusoriamente como verdades absolutas. Hago esta salvedad, porque si bien podemos hablar en términos generales de la drogadicción (con el objeto de brindar información) debemos prever el riesgo de perder de vista a los verdaderos afectados; es decir, al ser individual, particular que padece el sufrimiento de su patológico estado.

En este sentido, cada vez que alguien me plantea hablar acerca de los drogadictos, siempre me veo tentado de responder: ¿Cuál drogadicto? Esto viene a colación porque entiendo que uno de los peligros que se corren al abordar el tema es el de englobar indiscriminadamente bajo el rótulo de adictos, a seres humanos que, por su condición de tales, se caracterizan por su originalidad y las más de las veces, dicha drogadicción favorece una de las características más contraproducente en la solución del problema; esto es, la marginación. Por medio de ésta, la sociedad en su conjunto, promueve y fortalece el estereotipo del «adicto», buscando desconocerlo como producto de la misma y colocando fantásticamente en él todos los atributos negativos de los que no puede o no quiere hacerse cargo como modo de mantenerse intacta, sana, en la medida en que la línea de demarcación (totalmente física) puede ser sostenida.

Así, por un lado, están los drogadictos, enfermos, vagos, sucios, deshonestos, perversos, viciosos (¿ qué adjetivos les cabría a los narcotraficantes?) y por el otro los que no lo son, en un afán omnipotente de evitar confusiones contaminantes y de encontrar «chivos expiatorios» para un problema que es del conjunto. Porque la existencia de la drogadicción es el emergente de una sociedad conflictiva. Como lo es la delincuencia, el alcoholismo o cualquier hecho cuya repercusión se proyecta en la sociedad de la que es a su vez el producto. Y es con este tipo de caracterizaciones que las dificultades se agravan, pues mal que nos pese, todos estamos involucrados, sea desde el punto de vista profesional, moral, ético, religioso, político y no es ni con el rechazo, la negación o con imaginarias «extirpaciones quirúrgicas» que las vamos a resolver, sino a través de un compromiso activo -en el ámbito y el rol que a cada uno le compete- que podremos encararlas eficazmente.

 

Dr. Miguel Angel de Boer

Médico Psiquiatra - Psicoterapeuta

 

(*) Publicado en diario “El Patagónico” de Comodoro Rivadavia y en el libro “Desarraigo y Depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos) – 3 Ediciones agotadas.

lunes, 20 de junio de 2022

Reportaje realizado por Carlos Alberto Parodíz Márquez del Diario La Unión en el 2011 (*) (**)

 

Desde Comodoro Rivadavia el escritor, médico psiquiatra, y militante, Miguel Ángel de Boer, revisa su historia.
Los recuerdos son como los sueños: se interpretan. Y como la duda es la madre del descubrimiento, es oportuno hacerlo con este respetado profesional y elegido autor, publicado en el mundo, para conocerlo.
Escritor y médico psiquiatra, sus actividades se nutren de una resistencia llamativa que lo realimentan.
Un militante político que perdió una esposa (María Haydée Rabuñal), muerta por la represión, se sobrepuso para dar su experiencia y elaborar la contención que la tarea demanda.
Ayuda a rehacer lo deshecho y esa solidaria vocación lo devuelve
reconvertido en un poeta caudaloso, ensayista respetable y narrador de garra, que puede verificarse según se lee.
La aventura de vivir y ayudar para que ello ocurra no es una tarea menor y se desliza en la construcción de sus respuestas.

–¿Cuál es tu historia, Miguel Ángel de Boer?
–Yo soy oriundo de Comodoro (Rivadavia) y nací en 1950; mi ascendencia es de abuelos sudafricanos y holandeses, Boer; ellos llegaron después de la guerra (anglo- boer, 1899), que duró cuatro años y fue cruenta, porque eran combatientes resistentes. Agrego que estos “boer” (madres, esposas e hijos principalmente) sufrieron en los campos de concentración ingleses y algunos fueron desaparecidos. Todo esto mucho ante antes de ser Sudáfrica.

–¿Y qué fue de tus estudios?
–Estudié la primaria en la región, en campamentos de YPF en colegios estatales, hice el secundario en el Nacional Perito Moreno, que era de excelencia donde terminé en el ‘66. Ya había ocurrido el golpe de Onganía.
Tengo la suerte de tener una formación media muy buena, gracias a mis padres que me brindaron lo mejor que pudieron. Soy hijo adoptivo, busqué a mis padres biológicos durante bastante tiempo y estuve cerca de conseguirlo, pero aún no logré dar con ellos.
Luego cumplí con uno de mis primeros grandes sueños, que fue estudiar medicina. Lo hice en Córdoba por el prestigio que tenía la Universidad. Fue en 1966-67.
Tengo una esposa muerta, previo al ‘76, con quien estudiaba.
Ya habíamos estado en la cárcel. Murió en un enfrentamiento.
Cosas de la vida: un militar me dio el título, investido como decano, en la Facultad.
Después regreso a Comodoro y empiezo a trabajar en un servicio de Psiquiatría, de donde fui expulsado por la Ley de Seguridad. Pero fui armando un espacio profesional que se fue afirmando con el tiempo, uno de cuyos jalones fue la constitución del Centro de Investigación y Atención Psicopatológica (CIAP).
–¿Y el acercamiento a la literatura?
–Tuve la suerte de aprender a leer a los cuatro años. No tengo preferencias,
soy lector errático, ecléctico. Soy de leer cinco o seis libros a la vez.
–¿Qué resultó de la experiencia de escribir?
–Escribir para mí se fue construyendo; primero ensayos por la profesión, después empiezo a escribir artículos para diarios locales sobre salud mental, sobre hechos sociales y su relación con la salud. Paralelamente cuentos, relatos y poemas. Esto fue aproximadamente entre el ‘83 y el ‘90.
Durante la dictadura escribí relatos que nunca publiqué, relatos y poemas sobre mi experiencia cordobesa y, dadas las condiciones, jamás pensé en publicarlos, aunque estoy pendiente de concretarlo.
-¿Cómo se ve ese recorrido?
–La suma de trabajos constituyen mi primer libro, “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos)” de 1993, cuya tercera edición lancé este mes.
Ese libro está en todo el mundo, sobre todo en universidades, es materia de estudio en la Sorbona, en Córdoba, en España, contiene artículos orientados a la salud mental. Utilizo un lenguaje coloquial y prosa poética. Ha tenido un gran reconocimiento, que me sorprendió muchísimo. La primera edición fue
en 1993 pero los artículos datan del ‘83 en adelante.
Posteriormente publiqué poesías en distintos medios locales y en Buenos Aires, en Antologías.
En el 2002 en Noruega, publican una Antología que es anual y aparezco junto a García Márquez, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, antología donde hacen aparecer escritores relevantes de Latinoamérica, que se distribuye en el mundo. El título es “Anuario sobre Latinoamérica”.
–¿Cómo fue ese impacto?
–El primer impacto lo recibo con el primer libro y una carta de Ernesto Sábato felicitándome. Con el tiempo intercambié correspondencia con numerosos autores, muchos de los cuales yo admiraba profundamente, como el amigo Osvaldo Bayer, entre otros.
Otra antología se realizó en Roma en el 2005 cuyo título es “Pace e Libertá, la battglia delle idee””. La venta estuvo destinada a reconstruir el museo africano en Cuba. Allí también hay un texto de Benedetti.
También en el 2005 mis poemas “Me dejaron tu pulóver verde” y “Catorce destellos (y uno más)” fueron publicados en la antología World Anthology of Contemporary Poets, con poetas de todo el mundo. La elección estuvo a cargo de un poeta rumano, Dorin Popa, a quien conocí por la web.
En 2006, en Letras del mundo, editado en Buenos Aires, incluyeron mi poema “Rimemberes” en la antología “Pura luz contra la noche”, y tuvo una gran difusión en el mundo.
También en el libro que sacaron Las madres de Plaza de Mayo en el 2006 “A los 30 años por los 30.000 memoria verdad y justicia” donde se encuentra "Me dejaron tu pulóver verde”.
También publico artículos profesionales, uno de los cuales forma parte del libro “Comprender las Psicoterapias” de Ed. Ricardo Vergara.
Muchos de los textos citados han sido editados en chino, en árabe, como también he sido traducido en Israel, por ejemplo.
Ahora están por publicar en Roma poemas que saldrían en el 2012 (Buona letra- Antología 1 – Editoriale Giorni).
Y muchos de mis textos se encuentran en numerosas páginas, blogs, y publicaciones tanto literarias como profesionales.
Mis próximos libros son de relatos, de ensayos y de cuentos.
–¿Algunas percepciones?
-La vida es compartir. La literatura es poner en palabras la vida misma. Dios,
si es que existe parece estar distraído, pero más me preocupa que muchos
hombres lo estén.
*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 4/12/11
** Buscando entre mis archivos, encontré este reportaje, el cual ya no recordaba. Me pareció que podía ser de interés compartirlo. Realicé algunas correcciones y/o aclaraciones del original, respetando la edición del
periodista.
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sábado, 23 de abril de 2022

Memoria (cuento)

 

Estábamos en una azotea y sería media mañana porque el sol ya era intenso y me aplastaba contra el cemento. Me sentía atontado por lo que me habían hecho durante toda la noche pero me sentía contento por seguir vivo. Apenas pude levantar un poco la cabeza pero alcancé a ver algunos edificios a lo lejos, a través de un alambre tejido que rodeaba el pequeño espacio en el que nos encontrábamos, que me recordaba el gallinero que teníamos en mi casa cuando era chico. Sentía la garganta lacerada por la sed y la lengua llagada y anestesiada por el dolor. En realidad lo sentía en todo mi cuerpo. Como una llaga que de tanto dolor ya se había tornado insensible. No recuerdo cuantos éramos y tampoco si los conocía. Algunos se quejaban de tanto en tanto. Otros permanecían en silencio. Un silencio opresivo. Asfixiante. El mismo que debe haber en el infierno si es que existe, pero que es mucho peor porque ocurre en la vida terrenal, humana. El tiempo estaba suspendido, porque el antes ya había pasado y el después dependía de ellos. Y nuestro destino también. Pero eso no me angustiaba tanto cuando escuchaba, en una especie de galpón que había unos metros más allá, el llanto de un chico muy pequeño y los gritos de alguien que parecía amenazar a la madre con el tormento del niño. Me imaginaba la escena, porque no alcanzaba a ver nada. Y recuerdo aún cómo todo mi sufrimiento quedaba relegado ante la pena insoportable que me producía algo que jamás imaginé tener que tolerar. No sé si el dolor del chico. No sé si el espanto de la madre. No sé si la maldad del torturador. No sé si una vergüenza infinita por nuestra especie. Pero sé que era la más grande de las tristezas. Por todo. Por todos. Fue entonces que vinieron dos o tres a ver como estábamos. Eran jóvenes. Estaban de yin y remera y uno tenía antejos ahumados. Se los veía frescos, relajados. Comentaron lo lindo que se veía el cielo y el más alto se alegró porque más tarde iba a ir de picnic con los hijos ya que salía de franco. Hubiera preferido mil veces que me pegaran. O estar muerto. Que escuchar esos comentarios en ese sitio y en esas circunstancias. Una conversación normal en el más anormal de los lugares. Abominable. Y sentí nuevamente, porque no decirlo, pena por mí mismo. Tremenda pena. Tremendísima. Y me prometí no olvidarlo nunca. Con la profunda esperanza de poder contarlo, no sé si para que se supiera o para yo constatar que había ocurrido. Porque lo que más deseaba con toda mi alma era que fuera un sueño. Pero temía, también con toda mi alma, con todo mi ser, con lo más genuino de mi ser, que se convirtiera en un sueño porque de esa manera se transformaría en efímero, insustancial. Se desvanecería. Y eso sería mucho peor. Entendí entonces que aunque no lo deseara, debía perpetuar el dolor todo el tiempo que fuera necesario hasta que se transformara no solo en recuerdo sino también en memoria, porque sin ella sería por siempre un muerto en vida. Y nada, nada, nada, valdría entonces la pena.

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Diciembre, 2009.

 

lunes, 4 de abril de 2022

Argentina: doble vínculo y esquizofrenia. (*)

 


En un trabajo que di a conocer en el año 1987 respecto al problema del desarraigo y su relación con los estados depresivos, mencionaba: «El problema de la falta de agua es un problema de salud mental en Comodoro Rivadavia».

En artículos que publiqué posteriormente, fue el objetivo mostrar la correlación que existe entre distintos síntomas patológicos (drogadicción, violencia, alcoholismo, etc.) que surgen como problemas sociales, y su engarzamiento con las situaciones político-económicas que favorecen su producción.

Desde entonces mucha «agua» ha corrido bajo el puente, agravando aún más las condiciones desfavorables en aquel momento mencionadas; desencadenándose un deterioro de límites indeterminable.

Sucesivos cambios de gobierno, propuestas incumplidas y esperanzas sistemáticamente frustradas han ido minando cada vez más el equilibrio psíquico de la población, corolario ineludible de la disminución paulatina de las expectativas de una vida que pueda calificarse como digna.

La crisis, la vapuleada crisis que todo lo explica, ha dejado de ser tal para transformarse en un estado de irrecuperable cronicidad, destrozando las actitudes más optimistas con la vivencia angustiante de una existencia continua en un callejón sin salida.

 

«Estamos todos locos».

             Esta es una frase, un pensamiento que se escucha últimamente con mucha frecuencia. «Estamos todos locos», «están todos locos». No son sino modos de anunciar la percepción de la intensa situación de confusión que se está viviendo en el país.

El desconcierto y la incertidumbre de poder cubrir las necesidades básicas para la sobrevivencia, han llegado a un extremo tal, que no son pocos los que sienten su existencia bajo la amenaza cotidiana de la desintegración. Se hallan al borde de un pánico psíquico que hay que tratar de controlar por todos los medios a su alcance.

Desde el punto de vista psicológico, los medios de los que dispone un ser humano se denominan mecanismos de defensa, y éstos pueden ser más o menos eficaces según el desarrollo alcanzado en un momento dado y los distintos elementos que intervienen poniendo a prueba la cohesión lograda.

Dicho de otro modo: cuanto mejores son las circunstancias en que se desarrolla una personalidad, tanto personales como sociales, la misma dispondrá de recursos más eficaces (mecanismos) para tolerar factores adversos a su equilibrio mental, a la espera y búsqueda de una transformación interna y/o externa que le permita una nueva síntesis; esto es, de un grado mayor de crecimiento.

Pero las cosas no son tan simples.

Pues no basta contemplar el grado de intensidad de una amenaza, sino también su duración. ¿Y por qué menciono esto? Porque la tolerancia -como bien dicen muchos- tiene un límite; es decir, que si persisten los factores de descompensación se produce un agotamiento que se traduce en que dichos mecanismos van tornándose ineficientes y se manifiestan en conductas cada vez más primitivas.

Y esto es precisamente lo que se expresa al decir que la locura se ha instalado en nuestra sociedad.

Pues la locura, el primitivismo, nos ha atravesado y nos atraviesa cotidianamente; desgarrando las relaciones familiares, sociales, laborales; en una especie de embudo que atrae a un abismo sin fondo la esencia de la vida: la libertad de optar en un presente por un futuro a construir acorde a nuestras más personales necesidades, las que hacen a nuestra propia identidad.

La esquizofrenia.

 La esquizofrenia es un severo estado de perturbación mental -una psicosis- que se caracteriza por una disgregación de las funciones psíquicas. Esto conlleva trastornos en el curso del pensamiento, un notable empobrecimiento afectivo, un marcado retraimiento y aislamiento respecto al mundo exterior. Sus síntomas más evidentes son los fenómenos alucinatorios y delirantes.

Es, debo decirlo, un «tipo» de locura.

En cuanto a los motivos y causas que la producen, existen numerosas teorías de las que surgen, asimismo, los modos de abordar la posibilidad de su «cura».

En mi experiencia personal, ninguna es excluyente y considero enriquecedor cualquier aporte que sirva para aliviar de tal sufrimiento a quien padece esta pesadilla.

Voy a intentar explicar una de las teorías que intentan dar cuenta del fenómeno de esquizofrenización del ser humano que está basada en el análisis de las comunicaciones.

Sus investigadores estudian las relaciones humanas en base a la comunicación de los sujetos entre sí; sean éstos emisores y/o receptores de mensajes.

Respondiendo a los fines del presente trabajo, desarrollaré algunos conceptos mínimos que faciliten la comprensión del problema.

 

En toda relación humana, los miembros que intervienen en la misma deben establecer el tipo de conducta comunicativa que ha de definir o prevalecer predominantemente.

Por ejemplo, a través de la selección de los mensajes a utilizar o al modo de emplear los mismos.

Esto significa que cuando una persona comunica un mensaje a otra, realiza a la vez, una maniobra para definir la relación, encontrándose la otra persona ante el problema de tener que aceptar o rechazar la maniobra propuesta.

Se dice que una relación es simétrica cuando dos individuos tienen la misma capacidad de maniobra entre sí, y se denomina como relación complementaria a aquella en que la capacidad de maniobrar es desigual.

Al hablar de mensajes no me refiero únicamente al nivel verbal, sino que involucro todo lo que es factible de ser transmitido en una relación.

Esta aclaración es importante puesto que las palabras -lo que se dice- son solo uno de los recursos que se utilizan para establecer una determinada comunicación o un efecto en la misma.

Piénsese en la cantidad y variabilidad de mensajes que intercambia el ser humano con las personas con quienes convive hasta lograr la adquisición de la palabra.

De allí que un niño va pasando progresivamente de una relación complementaria con sus padres, a otra más simétrica en la medida en que va creciendo.

Y he aquí un problema que debe enfrentar el ser humano desde el comienzo de su existencia (en realidad antes de nacer): debido a su inmadurez y desamparo y, por ende a sus limitaciones, durante un período prolongado de su vida, no tiene otra alternativa que aceptar indefectiblemente las maniobras que se le imponen de parte de quienes necesita para poder sobrevivir.

De modo que la posibilidad de su desarrollo se verá o no obstaculizada, conforme se le brinden las condiciones para ir estableciendo paulatinamente un aprendizaje comunicacional que promueva la simetría.


Doble vínculo.

Una relación se hace patológica cuando alguien maniobra para limitar la conducta de otra sin reconocerlo o pretendiendo que hace lo contrario.

Tomemos un ejemplo simple y cotidiano.

Una pareja está viendo televisión y su hijo (o sus hijos) los molestan. Se le indica a ese hijo que vaya a dormir, porque es tarde y está con sueño. El mensaje verbal es aparentemente afectivo («como te quiero y te veo con sueño me ocupo de vos para que vayas a descansar»). El mensaje paraverbal -la intención o el contenido - es agresivo («como no puedo ver la TV tranquilo y no te aguanto, te castigo mandándote a dormir, o sea: te impongo que tengas sueño»).

El niño se ve así ante un mensaje paradojal, pues debe responder ante una maniobra en donde la alternativa es salir como perdedor. Responda como responda, pierde, pues debe someterse a una indicación contradictoria. Veamos por qué.

Si pretende contrarrestar la maniobra porque no tiene sueño, se ve en la situación de tener que percibir que los padres están mintiendo; es decir, que lo que le dicen no es cierto; lo que lo coloca en tener que calificarlos como mentirosos, y dependerá de su nivel evolutivo la capacidad de sostener o no dicha calificación.

Si, por el contrario, acepta la maniobra, no le queda otra alternativa que mentirse a sí mismo; esto es: transformar la molestia que le significa a los padres en sueño para sí mismo, con lo cual vulnera su capacidad comunicacional auténtica.

El mismo ejemplo en su versión no patológica sería el siguiente: que los padres le digan al niño que se retire del lugar porque desean ver la TV sin su presencia. En este caso el mensaje no es contradictorio o paradojal: la forma del mensaje (lo que se dice) se corresponde con el contenido (lo que se quiere decir). El mensaje es coherente o concordante con el modo de relación que se pretende establecer. Hay una indicación que no se desmiente y respecto a la cual se asume la responsabilidad. Del mismo modo la secuencia no sería patológica en el caso en que el niño efectivamente tuviera sueño.

Se habla de una situación de doble vínculo, cuando entre dos o más personas se establece una relación en donde una es víctima constante de las maniobras que realiza la otra, a través de reiterados mensajes paradojales (contradictorios), que le impiden dar una respuesta satisfactoria, produciéndole una continua desorientación, y llevándolo a una paulatina incapacidad de entender el o los mensajes y de poder calificar el tipo de relación que se establece.

Es decir: que la víctima de una relación de doble vínculo no puede juzgar lo que otra persona realmente quiere decir; por tal motivo se va acentuando su preocupación por lo que efectivamente se está diciendo.

No puede establecer la diferencia entre lo que algo es o lo que puede significar.

Vive toda relación como una incongruencia, eludiendo toda posibilidad de definir una relación.

Sintetizando: quien queda atrapado en una situación como la descripta, va a una paulatina esquizofrenización.

 

Elementos de un mensaje.

Todo mensaje dirigido por una persona a otra se puede descomponer, describir, del siguiente modo:

a) Yo

b) le digo algo

c) a usted

d) en esta situación

 

Al negar uno o todos los elementos del mencionados, se elude la definición de una relación, y es cuando se produce una esquizofrenización.

Lo ilustraré con algunos ejemplos:

a) Yo no lo digo, lo dice otro (me lo dijeron, lo dijo el jefe, lo dice tal artículo, fue el alcohol el que me lo hizo decir, etc.).

b) no recuerdo haberlo dicho (no me entendiste bien, te quise decir otra cosa, etc.).

c) estaba pensando en voz alta (le hablo a la vocación, al mundo, etc.).

d) no me refiero a este momento, sino al pasado (me acordé de algo que viví, etc.).

 

Argentina.

     Sería gratificante para mí que los lectores de este breve trabajo comprendan que he intentado explicar una teoría muy compleja.

Si los receptores de este artículo (mensaje) hacen una correlación entre el mismo y lo que ocurre en nuestro país (contenido) y deducen (discriminación) que entiendo que vivimos recibiendo indicaciones contradictorias (paradojas) que nos esquizofrenizan y nos confunden (doble vínculo), espero haber realizado un aporte en pos de que podamos entre todos zafar de la locura que todos sentimos vivir (maniobra patológica).

 

Dr. Miguel Angel de Boer.

Médico psiquiatra- Psicoterapeuta

 

Marzo 03 de 1990. Comodoro Rivadavia- Chubut -Argentina

 

(*) Publicado en “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros textos) en sus 3 Ediciones (agotado)