Papi, necesito que me des plata para la cooperadora.
«Cuando oigo la palabra cultura llevo la mano al revólver»Goebbels
Papi, necesito que me des plata para la cooperadora.
«Cuando oigo la palabra cultura llevo la mano al revólver»Goebbels
En el mes de noviembre
de 1987 el médico psiquiatra Miguel
Ángel de Boer realizó un trabajo sobre la drogadicción en Comodoro Rivadavia.
Por razones varias su publicación se fue posponiendo. Hoy, al reactualizarse el
tema con el joven internado en el Hospital Regional «Manuel Sanguinetti», que, por
utilizar drogas inyectables, habría contraído el SIDA, «El Patagónico» considera oportuna su publicación. Cabe destacar
que el Dr. Miguel Ángel de Boer es especialista en el tratamiento de
drogadictos.
No hace mucho tiempo irrumpió en
nuestra ciudad, como nunca antes había ocurrido, una movilizadora preocupación
respecto al problema de la drogadicción. Surgieron así, diversas inquietudes
que generaron marcadas expectativas y no pocas ansiedades. Pasada la oleada de
priorización del tema, un paulatino «olvido» fue ganando terreno y salvo
elogiables excepciones de continuidad, la comunidad en su conjunto (y las
autoridades pertinentes) optó por la apatía y el desentendimiento. Por el
contrario, los interesados directos -adictos o droga dependientes- lejos de
desaparecer, siguen librados a su «suerte», sin que se avizoren respuestas
adecuadas a la magnitud del problema.
Las demandas de atención siguen
un curso ascendente y, según las informaciones, el consumo continúa
incrementándose; asimismo, la variedad del tipo de drogas utilizadas. Es decir:
el problema está lejos de ser resuelto, pues no bastan las buenas intenciones
para que el mismo se disipe mágicamente.
Una aproximación.
Cualquier intento de agotar
globalmente el problema de la drogadicción corre el riesgo de ser parcial, dada
la complejidad del mismo. Pues distintos enfoques contribuyen a explicar la
problemática que nos ocupa desde ángulos diferentes, sin que esto implique que
sean excluyentes. Ante la pregunta ¿qué es la drogadicción?, las respuestas
pueden ser tan diversas como complementarias, todas igualmente válidas en
función de dar cuenta de una resolución efectiva. Pues bien, podemos responder
que la drogadicción es una enfermedad producto de un desajuste emocional o
afectivo, caracterizada por la dependencia psíquica y física hacia una o varias
drogas, como asimismo que la drogadicción es
el producto de resultar uno de los negocios más redituables existentes en el
mundo actual (200 mil millones de dólares se mueven en torno al comercio de
la droga en nuestro planeta). Respecto a lo antes expuesto, no cabe duda que,
si la salud mental pudiera ser adecuadamente promovida, el problema declinaría.
El efecto sería similar si el negocio dejara de ser tal. Ahora bien: ¿Los
problemas existentes en la juventud actual (sector predominantemente afectado)
se deben al uso de las drogas o el uso de las drogas deviene de la conflictiva
que deben enfrentar nuestros jóvenes en el mundo actual? Evidentemente ambas
respuestas no son sino las dos caras de la misma moneda y acentuar una u otra
implica falsear la realidad del fenómeno.
Drogadicción y drogadictos.
Como en toda cuestión espinosa,
las respuestas generalizadoras son las que pretenden, en pos de disminuir el
monto de ansiedad que la impotencia promueve, imponerse ilusoriamente como
verdades absolutas. Hago esta salvedad, porque si bien podemos hablar en términos
generales de la drogadicción (con el objeto de brindar información) debemos
prever el riesgo de perder de vista a los verdaderos afectados; es decir, al
ser individual, particular que padece el sufrimiento de su patológico estado.
En este sentido, cada vez que
alguien me plantea hablar acerca de los drogadictos, siempre me veo tentado de
responder: ¿Cuál drogadicto? Esto viene a colación porque entiendo que uno de
los peligros que se corren al abordar el tema es el de englobar
indiscriminadamente bajo el rótulo de adictos, a seres humanos que, por su
condición de tales, se caracterizan por su originalidad y las más de las veces,
dicha drogadicción favorece una de las características más contraproducente en
la solución del problema; esto es, la marginación. Por medio de ésta, la
sociedad en su conjunto, promueve y fortalece el estereotipo del «adicto»,
buscando desconocerlo como producto de la misma y colocando fantásticamente en
él todos los atributos negativos de los que no puede o no quiere hacerse cargo
como modo de mantenerse intacta, sana, en la medida en que la línea de
demarcación (totalmente física) puede ser sostenida.
Así, por un lado, están los
drogadictos, enfermos, vagos, sucios, deshonestos, perversos, viciosos (¿ qué adjetivos les cabría a los narcotraficantes?) y por el otro los que no lo son,
en un afán omnipotente de evitar confusiones contaminantes y de encontrar
«chivos expiatorios» para un problema que es del conjunto. Porque la existencia
de la drogadicción es el emergente de una sociedad conflictiva. Como lo es la
delincuencia, el alcoholismo o cualquier hecho cuya repercusión se proyecta en
la sociedad de la que es a su vez el producto. Y es con este tipo de
caracterizaciones que las dificultades se agravan, pues mal que nos pese, todos
estamos involucrados, sea desde el punto de vista profesional, moral, ético,
religioso, político y no es ni con el rechazo, la negación o con imaginarias
«extirpaciones quirúrgicas» que las vamos a resolver, sino a través de un
compromiso activo -en el ámbito y el rol que a cada uno le compete- que
podremos encararlas eficazmente.
Dr. Miguel Angel de Boer
Médico Psiquiatra -
Psicoterapeuta
(*) Publicado en diario “El
Patagónico” de Comodoro Rivadavia y en el libro “Desarraigo y Depresión en
Comodoro Rivadavia (y otros textos) – 3 Ediciones agotadas.
Estábamos en una azotea y sería media mañana porque el sol ya era
intenso y me aplastaba contra el cemento. Me sentía atontado por lo que me
habían hecho durante toda la noche pero me sentía contento por seguir vivo.
Apenas pude levantar un poco la cabeza pero alcancé a ver algunos edificios a
lo lejos, a través de un alambre tejido que rodeaba el pequeño espacio en el
que nos encontrábamos, que me recordaba el gallinero que teníamos en mi casa
cuando era chico. Sentía la garganta lacerada por la sed y la lengua llagada y
anestesiada por el dolor. En realidad lo sentía en todo mi cuerpo. Como una
llaga que de tanto dolor ya se había tornado insensible. No recuerdo cuantos
éramos y tampoco si los conocía. Algunos se quejaban de tanto en tanto. Otros
permanecían en silencio. Un silencio opresivo. Asfixiante. El mismo que debe
haber en el infierno si es que existe, pero que es mucho peor porque ocurre en
la vida terrenal, humana. El tiempo estaba suspendido, porque el antes ya había
pasado y el después dependía de ellos. Y nuestro destino también. Pero eso no
me angustiaba tanto cuando escuchaba, en una especie de galpón que había unos
metros más allá, el llanto de un chico muy pequeño y los gritos de alguien que
parecía amenazar a la madre con el tormento del niño. Me imaginaba la escena,
porque no alcanzaba a ver nada. Y recuerdo aún cómo todo mi sufrimiento quedaba
relegado ante la pena insoportable que me producía algo que jamás imaginé tener
que tolerar. No sé si el dolor del chico. No sé si el espanto de la madre. No
sé si la maldad del torturador. No sé si una vergüenza infinita por nuestra
especie. Pero sé que era la más grande de las tristezas. Por todo. Por todos.
Fue entonces que vinieron dos o tres a ver como estábamos. Eran jóvenes.
Estaban de yin y remera y uno tenía antejos ahumados. Se los veía frescos,
relajados. Comentaron lo lindo que se veía el cielo y el más alto se alegró
porque más tarde iba a ir de picnic con los hijos ya que salía de franco.
Hubiera preferido mil veces que me pegaran. O estar muerto. Que escuchar esos
comentarios en ese sitio y en esas circunstancias. Una conversación normal en
el más anormal de los lugares. Abominable. Y sentí nuevamente, porque no
decirlo, pena por mí mismo. Tremenda pena. Tremendísima. Y me prometí no
olvidarlo nunca. Con la profunda esperanza de poder contarlo, no sé si para que
se supiera o para yo constatar que había ocurrido. Porque lo que más deseaba
con toda mi alma era que fuera un sueño. Pero temía, también con toda mi alma,
con todo mi ser, con lo más genuino de mi ser, que se convirtiera en un sueño
porque de esa manera se transformaría en efímero, insustancial. Se
desvanecería. Y eso sería mucho peor. Entendí entonces que aunque no lo
deseara, debía perpetuar el dolor todo el tiempo que fuera necesario hasta que
se transformara no solo en recuerdo sino también en memoria, porque sin ella
sería por siempre un muerto en vida. Y nada, nada, nada, valdría entonces la
pena.
Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Diciembre, 2009.
En un trabajo que di a conocer en el año 1987 respecto al problema del
desarraigo y su relación con los estados depresivos, mencionaba: «El problema
de la falta de agua es un problema de salud mental en Comodoro Rivadavia».
En artículos que publiqué posteriormente, fue el objetivo mostrar la
correlación que existe entre distintos síntomas patológicos (drogadicción,
violencia, alcoholismo, etc.) que surgen como problemas sociales, y su
engarzamiento con las situaciones político-económicas que favorecen su producción.
Desde entonces mucha «agua» ha corrido bajo el puente, agravando aún más
las condiciones desfavorables en aquel momento mencionadas; desencadenándose un
deterioro de límites indeterminable.
Sucesivos cambios de gobierno, propuestas incumplidas y esperanzas
sistemáticamente frustradas han ido minando cada vez más el equilibrio psíquico
de la población, corolario ineludible de la disminución paulatina de las
expectativas de una vida que pueda calificarse como digna.
La crisis, la vapuleada crisis que todo lo explica, ha dejado de ser tal
para transformarse en un estado de irrecuperable cronicidad, destrozando las
actitudes más optimistas con la vivencia angustiante de una existencia continua
en un callejón sin salida.
«Estamos todos locos».
El desconcierto y la incertidumbre de poder cubrir las necesidades
básicas para la sobrevivencia, han llegado a un extremo tal, que no son pocos
los que sienten su existencia bajo la amenaza cotidiana de la desintegración.
Se hallan al borde de un pánico psíquico que hay que tratar de controlar por todos
los medios a su alcance.
Desde el punto de vista psicológico, los medios de los que dispone un
ser humano se denominan mecanismos de defensa, y éstos pueden ser más o menos
eficaces según el desarrollo alcanzado en un momento dado y los distintos
elementos que intervienen poniendo a prueba la cohesión lograda.
Dicho de otro modo: cuanto mejores son las circunstancias en que se
desarrolla una personalidad, tanto personales como sociales, la misma dispondrá
de recursos más eficaces (mecanismos) para tolerar factores adversos a su
equilibrio mental, a la espera y búsqueda de una transformación interna y/o
externa que le permita una nueva síntesis; esto es, de un grado mayor de
crecimiento.
Pero las cosas no son tan simples.
Pues no basta contemplar el grado de intensidad de una amenaza, sino
también su duración. ¿Y por qué menciono esto? Porque la tolerancia -como bien
dicen muchos- tiene un límite; es decir, que si persisten los factores de
descompensación se produce un agotamiento que se traduce en que dichos
mecanismos van tornándose ineficientes y se manifiestan en conductas cada vez
más primitivas.
Y esto es precisamente lo que se expresa al decir que la locura se ha
instalado en nuestra sociedad.
Pues la locura, el primitivismo, nos ha atravesado y nos atraviesa
cotidianamente; desgarrando las relaciones familiares, sociales, laborales; en
una especie de embudo que atrae a un abismo sin fondo la esencia de la vida: la
libertad de optar en un presente por un futuro a construir acorde a nuestras
más personales necesidades, las que hacen a nuestra propia identidad.
La esquizofrenia.
Es, debo decirlo, un «tipo» de locura.
En cuanto a los motivos y causas que la producen, existen numerosas
teorías de las que surgen, asimismo, los modos de abordar la posibilidad de su
«cura».
En mi experiencia personal, ninguna es excluyente y considero
enriquecedor cualquier aporte que sirva para aliviar de tal sufrimiento a quien
padece esta pesadilla.
Voy a intentar explicar una de las teorías que intentan dar cuenta del
fenómeno de esquizofrenización del
ser humano que está basada en el análisis de las comunicaciones.
Sus investigadores estudian las relaciones humanas en base a la
comunicación de los sujetos entre sí; sean éstos emisores y/o receptores de
mensajes.
Respondiendo a los fines del presente trabajo, desarrollaré algunos
conceptos mínimos que faciliten la comprensión del problema.
En toda relación humana, los miembros que
intervienen en la misma deben establecer el tipo de conducta comunicativa que
ha de definir o prevalecer predominantemente.
Por ejemplo, a través de la selección de los mensajes a utilizar o al
modo de emplear los mismos.
Esto significa que cuando una persona comunica un mensaje a otra,
realiza a la vez, una maniobra para definir la relación, encontrándose la otra
persona ante el problema de tener que aceptar o rechazar la maniobra propuesta.
Se dice que una relación es simétrica cuando dos individuos tienen la
misma capacidad de maniobra entre sí, y se denomina como relación
complementaria a aquella en que la capacidad de maniobrar es desigual.
Al hablar de mensajes no me refiero únicamente al nivel verbal, sino que
involucro todo lo que es factible de ser transmitido en una relación.
Esta aclaración es importante puesto que las palabras -lo que se dice-
son solo uno de los recursos que se utilizan para establecer una determinada
comunicación o un efecto en la misma.
Piénsese en la cantidad y variabilidad de mensajes que intercambia el
ser humano con las personas con quienes convive hasta lograr la adquisición de
la palabra.
De allí que un niño va pasando progresivamente de una relación
complementaria con sus padres, a otra más simétrica en la medida en que va
creciendo.
Y he aquí un problema que debe enfrentar el ser humano desde el comienzo
de su existencia (en realidad antes de nacer): debido a su inmadurez y
desamparo y, por ende a sus limitaciones, durante un período prolongado de su
vida, no tiene otra alternativa que aceptar indefectiblemente las maniobras que
se le imponen de parte de quienes necesita para poder sobrevivir.
De modo que la posibilidad de su desarrollo se verá o no obstaculizada,
conforme se le brinden las condiciones para ir estableciendo paulatinamente un
aprendizaje comunicacional que promueva la simetría.
Doble vínculo.
Una relación se hace patológica cuando alguien maniobra para limitar la
conducta de otra sin reconocerlo o pretendiendo que hace lo contrario.
Tomemos un ejemplo simple y cotidiano.
Una pareja está viendo televisión y su hijo (o sus hijos) los molestan.
Se le indica a ese hijo que vaya a dormir, porque es tarde y está con sueño. El
mensaje verbal es aparentemente afectivo («como te quiero y te veo con sueño me
ocupo de vos para que vayas a descansar»). El mensaje paraverbal -la intención
o el contenido - es agresivo («como no puedo ver la TV tranquilo y no te
aguanto, te castigo mandándote a dormir, o sea: te impongo que tengas sueño»).
El niño se ve así ante un mensaje paradojal, pues debe responder ante
una maniobra en donde la alternativa es salir como perdedor. Responda como
responda, pierde, pues debe someterse a una indicación contradictoria. Veamos
por qué.
Si pretende contrarrestar la maniobra porque no tiene sueño, se ve en la
situación de tener que percibir que los padres están mintiendo; es decir, que
lo que le dicen no es cierto; lo que lo coloca en tener que calificarlos como
mentirosos, y dependerá de su nivel evolutivo la capacidad de sostener o no
dicha calificación.
Si, por el contrario, acepta la maniobra, no le queda otra alternativa
que mentirse a sí mismo; esto es: transformar la molestia que le significa a
los padres en sueño para sí mismo, con lo cual vulnera su capacidad
comunicacional auténtica.
El mismo ejemplo en su versión no patológica sería el siguiente: que los
padres le digan al niño que se retire del lugar porque desean ver la TV sin su
presencia. En este caso el mensaje no es contradictorio o paradojal: la forma
del mensaje (lo que se dice) se corresponde con el contenido (lo que se quiere
decir). El mensaje es coherente o concordante con el modo de relación que se
pretende establecer. Hay una indicación que no se desmiente y respecto a la
cual se asume la responsabilidad. Del mismo modo la secuencia no sería patológica
en el caso en que el niño efectivamente tuviera sueño.
Se habla de una situación de doble vínculo, cuando entre dos o más
personas se establece una relación en donde una es víctima constante de las
maniobras que realiza la otra, a través de reiterados mensajes paradojales
(contradictorios), que le impiden dar una respuesta satisfactoria,
produciéndole una continua desorientación, y llevándolo a una paulatina
incapacidad de entender el o los mensajes y de poder calificar el tipo de
relación que se establece.
Es decir: que la víctima de una relación de doble vínculo no puede
juzgar lo que otra persona realmente quiere decir; por tal motivo se va
acentuando su preocupación por lo que efectivamente se está diciendo.
No puede establecer la diferencia entre lo que algo es o lo que puede
significar.
Vive toda relación como una incongruencia, eludiendo toda posibilidad de
definir una relación.
Sintetizando: quien queda atrapado en una situación
como la descripta, va a una paulatina esquizofrenización.
Elementos de un mensaje.
Todo mensaje dirigido por una persona a otra se puede descomponer,
describir, del siguiente modo:
a) Yo
b) le digo algo
c) a usted
d) en esta situación
Al negar uno o todos los elementos del mencionados, se elude la
definición de una relación, y es cuando se produce una esquizofrenización.
Lo ilustraré con algunos ejemplos:
a) Yo no lo digo, lo dice otro (me lo dijeron, lo
dijo el jefe, lo dice tal artículo, fue el alcohol el que me lo hizo decir,
etc.).
b) no recuerdo haberlo dicho (no me entendiste bien, te quise decir otra
cosa, etc.).
c) estaba pensando en voz alta (le hablo a la vocación, al mundo, etc.).
d) no me refiero a este momento, sino al pasado (me acordé de algo que
viví, etc.).
Argentina.
Si los receptores de este artículo (mensaje)
hacen una correlación entre el mismo y lo que ocurre en nuestro país (contenido) y deducen (discriminación) que entiendo que
vivimos recibiendo indicaciones contradictorias (paradojas) que nos esquizofrenizan y nos confunden (doble vínculo), espero haber realizado
un aporte en pos de que podamos entre todos zafar de la locura que todos
sentimos vivir (maniobra patológica).
Dr. Miguel Angel de Boer.
Médico psiquiatra- Psicoterapeuta
Marzo 03 de 1990. Comodoro Rivadavia-
Chubut -Argentina
(*) Publicado en “Desarraigo y depresión en Comodoro Rivadavia (y otros
textos) en sus 3 Ediciones (agotado)