viernes, 22 de noviembre de 2013

El estigma en salud mental


A pesar de los avances que hay en el conocimiento, diagnóstico y tratamiento de los padecimientos mentales;  de la mayor información, divulgación y conciencia que día a día se van instalando en la sociedad, mucho es  lo que aún queda por hacer en el campo de la salud mental.
El aumento creciente de las distintas patologías tales como la depresión, la ansiedad en sus distintas variantes (ansiedad generalizada, pánico, TOC, fobias, estrés), el abuso de sustancias, las psicosis, las demencias, los trastornos de personalidad, entre otras, parece no tener fin, lo cual tiene una directa relación con el agravamiento de los múltiples factores intervinientes (básicamente la complejidad del mundo actual), como asimismo con la inadecuada o muy limitada respuesta que se brinda desde los ámbitos (estados, gobiernos, instituciones)  a quienes les corresponde la mayor responsabilidad.
            A esto se suma – o subyace – una de las dificultades fundamentales con las que se vincula esta problemática cual es el de la estigmatización (marca o señal) tanto  de las distintas patologías como de quienes las padecen. Lo que implica una significación y valoración altamente negativa, de rechazo y discriminación, con la consecuente incomprensión y aislamiento en que sienten sumidos, además del dolor propio de su sufrimiento.
            Problema de vasto alcance si tenemos en cuenta que según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud) el 25%  (1 de cada 4 personas) de la población mundial tiene algún tipo de padecimiento y se calcula, entre otras proyecciones, que para el 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo. A esto podemos agregar un dato que vale la pena considerar: no hay nadie exento de tener, en algún momento de su vida, un episodio, un conflicto o una complicación relacionados con su salud mental. Esto sin considerar que la atención psicológica y/o psiquiátrica abarca también situaciones  tales como las crisis vitales (los cambios inherentes al curso de la vida) y tantas otras que sin ser patológicas, con una asistencia oportuna, no solo que se pueden resolver favorablemente sino también potenciar el crecimiento personal y, en consecuencia, evitar una evolución desfavorable, que es lo que ocurre habitualmente al no ser consideradas como un motivo de consulta válido.            
Desde tiempos pretéritos los prejuicios, las estereotipias, las creencias erróneas han ido conformando una construcción negativa de las enfermedades mentales, tanto en cuanto a sus causas como a sus consecuencias. Explicaciones basadas en creencias supersticiosas, mágicas, demoníacas, religiosas, sobrenaturales, han persistido hasta nuestros días vinculándolas con atributos peligrosos, temibles, extraños, violentos, ajenos a las “normas” y la “normalidad”, en fin, amenazantes. En consecuencia, emociones tales como el miedo, la desconfianza y  el distanciamiento son las que predominan cuando de “problemas mentales” se trata, generando reacciones y conductas aversivas y de segregación, cuando por el contrario de lo que se cree las personas con problemas de salud mental están más expuestas a ser víctimas de violencia, robos, acosos (el mobbing en los niños es muy frecuente) que la población en general, dada su vulnerabilidad (con el agravante de su escasa credibilidad si realizan una denuncia). Esta negativa asociación no pocas veces es también fomentada por los medios de comunicación, las películas, las series televisivas, las novelas, con noticias sensacionalistas, referencias verbales, imágenes, escenas  y personajes que la resaltan.
            Pero no solo la estigmatización sino también la autoestigmatización, es decir la valoración negativa que una persona hace sobre si misma, es otro de los factores que acentúa aún más el problema, por cuanto conduce a una devaluación y empobrecimiento de la autoestima (“soy débil”, “no sirvo”, “van a pensar que estoy loco”, “no me van a querer”), y en consecuencia al ocultamiento, al retraimiento y a la imposibilidad de acudir por ayuda hasta que los síntomas se tornan insoportables o bien muy evidentes para el entorno, que es cuando se realiza, habitualmente, una consulta.
            La exclusión estigmatizante no es sólo moral, sino social, laboral, académica y jurídica. La victimización e “inferiorización”, limita  una amplia gama de posibilidades (de tratamiento, de estudio, de trabajo, de relación con los demás), con lo cual se consolida lo contrario de lo que debiera ser: la más amplia contención en red posible, para facilitar la inclusión. Asimismo son segregadas  las familias, incluso por parte de los mismos profesionales tratantes que a menudo las culpabilizan de los problemas del paciente. Lo mismo ocurre con los trabajadores de salud mental intervinientes, servicios e instituciones, que también son vistos o percibidos de un modo distinto de quienes se ocupan de las “enfermedades corporales, somáticas o físicas” (que por otro lado además de tener su correspondencia en lo “mental”, siempre tienen una repercusión emocional o anímica, cosa que por no ser tenida en cuenta lleva al fracaso de muchos tratamientos). Por todo lo mencionado el paciente suele llegar a la consulta luego de un largo recorrido por distintas especialidades, con numerosos estudios y tratamientos realizados,  agobiado porque “no me encontraron nada” (generándole una mayor confusión y angustia) que es lo que suelen decirle quienes lo han atendido, debido a  una concepción de que lo mental, lo emocional, no existen , sea por ignorancia y desinformación,  o bien por los prejuicios estigmatizadores que son muy usuales en la práctica médica (lo que además trae en consecuencia un despilfarro  de recursos y  un desaprovechamiento lamentable de una prevención que podría ser sumamente beneficiosa )
            Ya se sabe que la negación de un problema lejos de resolverlo lo agrava. Nunca más cierto con lo que acontece con la salud mental.
            Costos sociales, costos económicos, pero por sobre todo costos humanos - la mayoría de las veces evitables o que son de favorable resolución con los recursos adecuados - seguirán en aumento en tanto la cultura del miedo y las descalificación no se reviertan.
Todo ser humano tiene derecho a enfermarse y, en la misma medida, tiene derecho a recibir ayuda y asistencia no solo para aliviar sus síntomas y su malestar sino para recuperar y desarrollar sus capacidades o adquirir otras nuevas, es decir para ser provisto de herramientas que favorezcan su autonomía y su dignidad (*). Para ello se imprescindible una toma colectiva de conciencia antiestigmatizante, pues no es con el rechazo y el desprecio sino con la aceptación basada en el respeto que esto será posible.

            Dr. Miguel Angel de Boer
            Octubre, 2013
            Médico psiquiatra – Psicoterapeuta
            MP 486
            deboer_miguel@uolsinectis.com.ar
            Cel 297-154177547
            Miembro Titular de la Asociación Argentina de Psiquiatras (APSA)
            Miembro Titular de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM)
           

            (*) Objetivos que contempla la extensión del CUD (Certificado Único de Discapacidad) en nuestro país, cuyo carácter no es restrictivo (se extiende por un lapso determinado en función de la evolución de quien lo recibe) y busca ampliar los derechos y beneficios (transporte, cobertura en salud, turismo, capacitación laboral y académica, asesoría legal) en pos de la inserción más amplia.