A pesar de
los avances que hay en el conocimiento, diagnóstico y tratamiento de los
padecimientos mentales; de la mayor
información, divulgación y conciencia que día a día se van instalando en la
sociedad, mucho es lo que aún queda por
hacer en el campo de la salud mental.
El aumento creciente de las distintas patologías tales como
la depresión, la ansiedad en sus distintas variantes (ansiedad generalizada,
pánico, TOC, fobias, estrés), el abuso de sustancias, las psicosis, las demencias,
los trastornos de personalidad, entre otras, parece no tener fin, lo cual tiene
una directa relación con el agravamiento de los múltiples factores
intervinientes (básicamente la complejidad del mundo actual), como asimismo con
la inadecuada o muy limitada respuesta que se brinda desde los ámbitos (estados,
gobiernos, instituciones) a quienes les
corresponde la mayor responsabilidad.
A esto se suma – o subyace – una de
las dificultades fundamentales con las que se vincula esta problemática cual es
el de la estigmatización (marca o
señal) tanto de las distintas patologías
como de quienes las padecen. Lo que implica una significación y valoración altamente
negativa, de rechazo y discriminación, con la consecuente incomprensión y
aislamiento en que sienten sumidos, además del dolor propio de su sufrimiento.
Problema de vasto alcance si tenemos
en cuenta que según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud) el 25% (1 de cada 4 personas) de la población mundial
tiene algún tipo de padecimiento y se calcula, entre otras proyecciones, que
para el 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo. A
esto podemos agregar un dato que vale la pena considerar: no hay nadie exento de tener, en algún momento de su vida, un episodio,
un conflicto o una complicación relacionados con su salud mental. Esto sin
considerar que la atención psicológica y/o psiquiátrica abarca también
situaciones tales como las crisis
vitales (los cambios inherentes al curso de la vida) y tantas otras que sin ser patológicas, con una asistencia
oportuna, no solo que se pueden resolver favorablemente sino también potenciar
el crecimiento personal y, en consecuencia, evitar una evolución desfavorable,
que es lo que ocurre habitualmente al no ser consideradas como un motivo de
consulta válido.
Desde tiempos pretéritos los prejuicios, las estereotipias,
las creencias erróneas han ido conformando una construcción negativa de las
enfermedades mentales, tanto en cuanto a sus causas como a sus consecuencias. Explicaciones
basadas en creencias supersticiosas, mágicas, demoníacas, religiosas,
sobrenaturales, han persistido hasta nuestros días vinculándolas con atributos
peligrosos, temibles, extraños, violentos, ajenos a las “normas” y la “normalidad”,
en fin, amenazantes. En consecuencia, emociones tales como el miedo, la
desconfianza y el distanciamiento son
las que predominan cuando de “problemas mentales” se trata, generando
reacciones y conductas aversivas y de segregación, cuando por el contrario de
lo que se cree las personas con problemas de salud mental están más expuestas a
ser víctimas de violencia, robos, acosos (el mobbing en los niños es muy
frecuente) que la población en general, dada su vulnerabilidad (con el
agravante de su escasa credibilidad si realizan una denuncia). Esta negativa
asociación no pocas veces es también fomentada por los medios de comunicación,
las películas, las series televisivas, las novelas, con noticias
sensacionalistas, referencias verbales, imágenes, escenas y personajes que la resaltan.
Pero no solo la estigmatización sino
también la autoestigmatización, es
decir la valoración negativa que una persona hace sobre si misma, es otro de los
factores que acentúa aún más el problema, por cuanto conduce a una devaluación
y empobrecimiento de la autoestima (“soy débil”, “no sirvo”, “van a pensar que
estoy loco”, “no me van a querer”), y en consecuencia al ocultamiento, al
retraimiento y a la imposibilidad de acudir por ayuda hasta que los síntomas se
tornan insoportables o bien muy evidentes para el entorno, que es cuando se
realiza, habitualmente, una consulta.
La exclusión estigmatizante no es
sólo moral, sino social, laboral, académica y jurídica. La victimización e
“inferiorización”, limita una amplia
gama de posibilidades (de tratamiento, de estudio, de trabajo, de relación con
los demás), con lo cual se consolida lo contrario de lo que debiera ser: la más amplia contención en red posible,
para facilitar la inclusión. Asimismo son segregadas las familias, incluso por parte de los mismos profesionales
tratantes que a menudo las culpabilizan de los problemas del paciente. Lo mismo
ocurre con los trabajadores de salud mental intervinientes, servicios e instituciones,
que también son vistos o percibidos de un modo distinto de quienes se ocupan de
las “enfermedades corporales, somáticas o físicas” (que por otro lado además de
tener su correspondencia en lo “mental”, siempre tienen una repercusión
emocional o anímica, cosa que por no ser tenida en cuenta lleva al fracaso de
muchos tratamientos). Por todo lo mencionado el paciente suele llegar a la
consulta luego de un largo recorrido por distintas especialidades, con numerosos
estudios y tratamientos realizados, agobiado
porque “no me encontraron nada” (generándole una mayor confusión y angustia) que
es lo que suelen decirle quienes lo han atendido, debido a una concepción de que lo mental, lo emocional,
no existen , sea por ignorancia y desinformación, o bien por los prejuicios estigmatizadores que
son muy usuales en la práctica médica (lo que además trae en consecuencia un
despilfarro de recursos y un desaprovechamiento lamentable de una
prevención que podría ser sumamente beneficiosa )
Ya se sabe que la negación de un
problema lejos de resolverlo lo agrava. Nunca más cierto con lo que acontece
con la salud mental.
Costos sociales, costos económicos,
pero por sobre todo costos humanos - la mayoría de las veces evitables o que
son de favorable resolución con los recursos adecuados - seguirán en aumento en
tanto la cultura del miedo y las descalificación no se reviertan.
Todo ser humano tiene derecho a enfermarse y, en la misma
medida, tiene derecho a recibir ayuda y asistencia no solo para aliviar sus
síntomas y su malestar sino para recuperar y desarrollar sus capacidades o
adquirir otras nuevas, es decir para ser provisto de herramientas que
favorezcan su autonomía y su dignidad (*).
Para ello se imprescindible una toma colectiva de conciencia antiestigmatizante,
pues no es con el rechazo y el desprecio sino con la aceptación basada en el
respeto que esto será posible.
Dr.
Miguel Angel de Boer
Octubre,
2013
Médico
psiquiatra – Psicoterapeuta
MP
486
Cel 297-154177547
Miembro
Titular de la Asociación Argentina de Psiquiatras (APSA)
Miembro
Titular de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM)
(*)
Objetivos que
contempla la extensión del CUD (Certificado Único de Discapacidad) en nuestro
país, cuyo carácter no es restrictivo (se extiende por un lapso determinado en
función de la evolución de quien lo recibe) y busca ampliar los derechos y
beneficios (transporte, cobertura en salud, turismo, capacitación laboral y
académica, asesoría legal) en pos de la inserción más amplia.
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