miércoles, 29 de enero de 2020

Ensayo (*)


A medida que se acercaban las cinco de la tarde decidí apurar el paso porque presentí que pronto sucedería. No recuerdo si era feriado o un fin de semana, pero sí que tenía dos pases para ir a un espectáculo que daban esa noche. Venía del centro, donde la gente - como lo hacía habitualmente - parecía disfrutar de esa calma tarde, pues si bien la mayoría estaba al tanto, casi todos preferían descreer que algo pudiera ocurrir. Conforme transcurrían los minutos, mi ansiedad - esa que surge cuando una situación temible parece inevitable - iba en aumento, y yo me esforzaba por pensar en otra cosa para que no me superara el pánico. En casa, mi hijo me estaba esperando. Ya antes había intentado explicarle lo que, suponía, iba a suceder, lamentando más que nunca la ausencia de su madre, que se encontraba en el exterior por razones de trabajo. Por suerte lo encontré tranquilo (tomaba todo como un juego), lo cual atemperó mi angustia. Salimos de inmediato, tomados de la mano, con un bolso (o una mochila, no lo recuerdo) cada uno, donde llevábamos lo indispensable para estar uno o dos días fuera de casa porque, no sé porque motivo, creía que así tendríamos más posibilidades. Habíamos recorrido unas tres o cuatro cuadras cuando me encontré con dos amigas que hacía mucho no veía, con una de la cuales había tenido un apasionado romance que recordaba con ternura. Cuando me preguntaron adonde íbamos y más que nada para no perder tiempo (y porque sentí que, al fin y al cabo, les estaba confirmando algo que ya sabían), les respondí sin muchas vueltas sugiriéndoles que se alejaran cuanto antes, por lo menos hasta una distancia como la que hay de acá a Rada Tilly. (No sé si lo mencioné, pero estábamos en Km 3, frente al comedor bailable comunitario, donde antes estaba el Museo del Petróleo). Luego seguimos caminando, con mi pibe, sin una dirección clara. Mi idea era encontrar, lo antes posible, un sitio que nos protegiera, porque ya no había tiempo de hacer más nada. En realidad, nadie sabía lo que iba a acontecer. Las autoridades negaban toda posibilidad, supongo que a los fines de no generar una psicosis colectiva. Yo no me imaginaba, por la rapidez con que se desarrolló todo, que medidas podrían haber tomado para evitar peores consecuencias. Fue al llegar a la altura de donde, según mi viejo, alguna vez funcionaron los Talleres de YPF (antes de la primera privatización), cuando sentí que nos envolvía un silencio absoluto, tenebroso. Mi hijo me miró asustado. De pronto todo se ensombreció, opacándose el cielo vertiginosamente. Atiné a cubrirle la cabeza con la capucha de la campera y lo abracé con fuerza agachándonos contra la pared para protegernos. Al mismo tiempo irrumpieron, de un modo anárquico, infinidad de relámpagos, mientras persistía, mudo, el silencio. Instantes después él levantó la cabeza como para confirmar si yo también lo sentía: no era un temblor, apenas una vibración, como la que se percibe cuando algo estalla muy lejos. Lo que ocurrió después me resulta muy difícil describirlo. Un destello iluminó todo y vi que la carita se le cubrió con unas manchas polvorientas de un color amarillento. No sé porque pensé en azufre y dudé en limpiársela con mis manos, pues no sabía si era preferible no tocarlas. Pero, en verdad, apenas alcancé a pensarlo, porque comenzó a caer una fina llovizna - con un hedor metálico - que más que mojarnos nos iba resecando la piel (y el
cabello) y solo temíamos (después él me dijo que también lo pensó) que nos lastimara. A mí, lo único que me preocupaba era que siguiéramos vivos, con la esperanza de que si moríamos no sufriéramos, al menos mi hijo, innecesariamente. Después el rostro se le enrojeció – aunque mucho más donde o tenía las manchas - y un calor intenso nos asfixió casi hasta el desvanecimiento. Estaba intentando incorporarme cuando comencé a escuchar gritos, bocinazos y estruendos y pese a que me sentía exhausto lo subí sobre mis hombros, a caballito, para facilitar mi marcha. Nos dirigimos hacia la Tehuelches y vimos que había incendios por todas partes. Algunas personas corrían, desesperadas. Otras estaban quietas, perplejas. Se oían sirenas mezcladas con llantos y también distintas órdenes y, por momentos, música. Algunos aprovechaban para entrar a negocios abandonados para sacar mercadería a pesar de que los heridos eran numerosos. Un perro, que había quedado ciego, caminaba a los tumbos.
Ya era de noche - aunque es difícil precisarlo - cuando logramos retornar a nuestra casa. Mientras nos sacábamos la ropa pensando en cómo limpiarnos, me sentí invadido por una profunda amargura, y también, para que negarlo, de bronca y de culpa por no haber tomado más precauciones, como salir de Comodoro mucho antes o, al menos, enviar a mi hijo con el hermano que estaba estudiando en la Universidad de Neociencias en Catamarca. Me dio mucha pena por él que era tan chico. En cuanto a mí, con tantas cosas vividas, poco me importaba.
Y también pensé: al final siempre lo mismo, estos hijos de puta hacen las cagadas y nosotros terminamos pagando el costo y encima nos hacen sentir culpables.
Y a más de un año sigo tratando, aunque confieso que me cuesta, de no caer en esa trampa.
Creo que es hora de que hagamos algo.

Comodoro Rivadavia, 23 de Octubre de 2022.

Último momento
URGENTE:

17- 8 - 2021 - Comodoro Rivadavia - Chubut - Argentina

Agencia de noticias

Información proveniente de esta ciudad patagónica, da cuenta de que finalmente se produjo el ensayo nuclear sub-moderado acordado por las autoridades gubernamentales nacionales con los EEUU, con la finalidad, según voceros, de evaluar los efectos del mismo en caso de ser necesario su uso, en los denominados Procedimientos Excepcionales de Disuasión por la Paz
Civil, en otras áreas del planeta.
Si bien se adujo un accidente, se sabe por fuentes extraoficiales que la prueba fue producto de las negociaciones que se realizaron a cambio de reducir, en parte, la abultada deuda externa que Argentina tiene con dicho país.
A pesar de las lamentables consecuencias que debió padecer la población, tanto miembros del gobierno como de la oposición no pudieron disimular su alegría por los resultados. A pocas horas de ocurrido el hecho, el mercado ha reaccionado favorablemente y se espera que siga ese curso positivo.
En tanto, y hasta que no se realicen las evaluaciones correspondientes, todo tipo de tránsito hacia Comodoro Rivadavia y su zona de influencia ha sido suspendido, aunque se presume que en muy poco tiempo serán reanudados.

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Agosto, 2001.

(*) Escribí y difundí este cuento un mes antes del atentado a las Torres Gemelas. En la versión inicial la represalia se debía a que un grupo comando de la comunidad sirio-libanesa había estrellado un helicóptero contra el Empire State, lo cual deseché por parecerme demasiado fantasioso.