“El psicoanálisis es la última en cuanto a fecha
de las graves humillaciones que el narcisismo, el amor propio del hombre en
general, ha recibido hasta el presente de la investigación científica.
Existió
ante todo la humillación cosmológica que le infligió Copérnico, destruyendo la
ilusión narcisista según la cual el habitáculo del hombre estaría en reposo en
el centro de las cosas; luego fue la humillación biológica, cuando Darwin puso
fin a la pretensión del hombre de hallarse escindido del reino animal.
Finalmente vino la humillación psicológica: el hombre que sabía que ya no es ni
el señor del cosmos, ni el señor de los seres vivos, descubre que no es ni
siquiera el señor de su psiquis.” (Sigmund Freud)
“En tiempos de incertidumbre y desesperanza, es
imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza
junto a otros”
(Enrique Pichón-Riviére)
Y se quedó nomás. Y hay para
largo. Con o sin flexibilización.
Y lo
que parecía mentira se fue tornando cierto, no solo en cuanto a la amenaza y el
efecto directo del COVID 19, sino por sus efectos subjetivos, familiares,
sociales, económicos, como consecuencia de la única medida que hasta ahora pareciera
efectiva para evitar su expansión y cuyo logro es fruto de la comunidad toda:
el confinamiento social obligatorio (la cuarentena) y el distanciamiento, a la
espera de que llegue la vacuna y se inmunice una parte importante de la
población.
Coronavirus, cuarentena y
distanciamiento que fueron modificando la vida misma en todo el mundo, el cual
muy probablemente no vuelva a ser “exactamente” el mismo. Un tsunami global en
un mundo globalizado. Desigualmente globalizado.
Y como
en toda situación estresante de tal magnitud, el ir saliendo del impacto inicial, donde la sensación de
“estar viviendo como en un sueño”, la despersonalización (sentirse raro) y la
desrealización (sentir la realidad como extraña), fue dando lugar a distintos
síntomas y comportamientos que podemos considerar normales ante una amenaza tan
inquietante. Tanto por sus efectos directos (la posibilidad del contagio y/o la
muerte) como también por su versatilidad, la falta de conocimiento sobre su
verdadera naturaleza – más allá de saber que es un virus que se replica –, a
partir de la vivencia que más angustia nos produce cual es la de la
incertidumbre.
Incertidumbre
que produce desasosiego, incerteza, y una sensación de pérdida de control, no solo
frente al virus, sino respecto al futuro, el cual es absolutamente imprevisible.
Todo lo opuesto a lo que nos genera tranquilidad, seguridad y confianza.
Pero,
en la medida que fue transcurriendo el “tiempo de cuarentena”, el cual se fue tornando
inasible, distorsionado, fugaz y lento a
la vez, generando una desorientación y no pocas veces una confusión (1) como ocurre con todo encierro
prolongado, muchos fueron adaptándose “exitosamente”, en tanto otros van
padeciendo un agotamiento (2) que se
torna cada vez más insoportable.
Porque
los efectos de la pandemia ya no solo dependen del Coronavirus y la posibilidad
de contacto con el mismo, sino de los contextos personales en los que le toca
vivir a cada uno. Esto es: no todos estamos expuestos del mismo modo.
No solo ante el virus sino también en lo laboral, lo educativo, lo familiar que,
de verse perjudicados, incrementan aún más el estrés, pues dicha conflictiva comienza a predominar por sobre el temor al virus
por el grado de desamparo, vulnerabilidad y desvalimiento que implica. (3)
De modo
tal que lo estresante se va tornando traumático.
Esto es: que no solo sobrepasa (desborda) nuestras defensas psíquicas y
emocionales, sino que se torna imposible de entender, de procesar, de hacerlo
viable en nuestra mente para su elaboración y significación y en consecuencia
para poder transformarlo en decisiones y conductas que puedan dar cuenta de
ello.
Entre algunos de los hechos de sobrecarga
traumática además de la enfermedad posible o consumada del COVID 19,
podemos mencionar: las pérdidas, los duelos atípicos por la imposibilidad de
realizar los rituales del mismo (4), la lejanía de seres queridos por
obstáculos de traslado, la merma o
quebranto económico por el cierre de negocios, empresas, cines, teatros; la disminución o retrasos en los pagos de los
salarios, la pérdida del empleo (5) no
solo en PYMES sino en distintos oficios, artesanías, actividades profesionales;
la imposibilidad de mantener los gastos mínimos necesarios, la ausencia o
pérdida de cobertura social; la falta de los insumos básicos para vivir
(alimentación, agua, etc.) o para realizar las tareas sanitarias adecuadas en
contacto con el virus (elementos de protección de trabajadores de la salud), los
desalojos, los femicidios, los abusos intrafamiliares, la estigmatización, el
racismo, la xenofobia (lo que ocurre en EEUU es un ejemplo de lo que estoy
planteando), el “bombardeo”
informativo, entre otros.
Es
decir: si bien la cuarentena se muestra efectiva ante la pandemia hasta el
momento, por un lado, también se van manifestando sus efectos traumáticos, por
el otro. Algo que suele ocurrir en todo desastre y emergencia sanitaria como la
que estamos viviendo, dado que no se trata solo
un problema médico ni mucho menos ni sus consecuencias son solo sanitarias,
como tampoco los modos de resolverlo.
En otras
palabras. La pandemia y la cuarentena van produciendo una “desconfiguración”,
desestructuración o desestabilización de nuestro psiquismo. De un modo
intempestivo, disruptivo, dada la multiplicidad de amenazas que se perciben. No
ya solo el temor COVID, sino también al derrumbe económico y personal.
Los seres humanos necesitamos
referentes cotidianos que nos orienten y sustenten, tanto en nuestras
necesidades más elementales como así también para promover nuestro desarrollo y
crecimiento y todo aquello que le dé sentido a nuestra existencia. Y en la
misma medida su ruptura, su pérdida de continuidad – mucho más si es súbita-
impone una readecuación, una readaptación de todos los vínculos de los cuales
se nutre nuestra identidad, nuestra mismidad, nuestro sentido de pertenencia:
personales, familiares, sociales, laborales, académicos, culturales, espirituales,
etc. Es decir, todo aquello que nos constituye como sujeto.
Y todo ello ha cambiado
vertiginosamente. Para los que han quedado separados y para los que han podido
permanecer juntos. Para quienes toleran la soledad y para quienes el encierro
se torna claustrofóbico. Así, hay quienes se integran y cohesionan y hay
quienes se disgregan destructivamente. Favoreciendo una convivencia impensablemente
armónica para algunos, y la peor de las intolerancias y abusos para otros.
Cabe mencionar que si bien la
comunicación virtual – que también llegó para quedarse - cumple una función que
vaya a saber si alcanzamos a dimensionar en este momento, ésta no suple el
contacto directo, cuerpo a cuerpo (vincular), inherente a la humanización
misma, puesto que no es lo mismo estar con alguien que con la imagen de alguien
(aunque, cabe acotar es un recurso inestimable cuando el contacto personal no
es posible). Además, cabe agregar, en una gran parte del mundo no cuentan con
ella.
De modo
que estamos ante un arduo trabajo psíquico que en la medida que lo realicemos
colectivamente más se fortalecerá nuestra salud mental. Aunque hay quienes por
distintos motivos van padeciendo crecientes estados de ansiedad y depresión (6), el abuso de sustancias, los
intentos de suicidio (y también los consumados) (7) (8)y demás, tanto en
adultos como en niños (donde se presentan conductas regresivas cada vez más
frecuentes tales como incontinencia urinaria y fecal, fobias, pesadillas y
terrores nocturnos, entre otros).
Como
mencioné al comienzo: hay para rato y es en serio. En pandemia y en pospandemia.
Esto es: bienvenidas las
distracciones, los pasatiempos, el humor, los memes, pero la cosa viene
complicada.
Se trata no solo de “aguantar”
hasta que se termine la cuarentena (9)
(es más, después de la cuarentena vienen extraordinarios desafíos para el mundo
todo), sino de seguir viviendo, en la cuarentena y pese a ella.
Seguir viviendo haciendo lo mejor
posible de y por nuestras vidas y la de los demás.
Solidariamente.
Dr. Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, junio 6, 2020
(*) Ver en este link la 1ra Parte https://lasbabasdelangel.blogspot.com/2020/03/algunas-consideraciones-para-el.html
(**) Como pueden ver escribí este
artículo en junio del 2020. Como me parece que puede ser de interés, tal vez
testimonial, es que lo hago público en este mes de febrero del 2022.
(1)
Lo cual tiene que ver, entre otros factores, con los cambios que se
producen en el Ritmo Circadiano (que se vinculan a los relojes biológicos, que
son los que regulan distintas funciones como el sueño, la alimentación,
temperatura, secreción hormonal, etc.), que, sumado a la pérdida de la rutina
que se tenía en la pre cuarentena (con alteraciones en los horarios de sueño,
excesos de pantallas, alimentación irregular y demás), reforzó aún más la vivencia
de irrealidad. De ahí que el refugio en los recuerdos, mirando álbumes de
fotos, videos, retomando contactos mediante llamadas por voz o videollamadas con
familiares y amigos, se convirtieron en modos de tolerar la angustia que nos
fue generando.
(2)
Coincidente con la etapa de agotamiento debido al estrés crónico (ver
primera parte) se van exacerbando o
produciendo recaídas de quienes tenían un padecimiento previo (entre los que se
destacan los ataques de pánico o angustia y los episodios depresivos, descompensaciones
en el caso de las psicosis, etc.). o bien en la aparición de síntomas en
quienes venían sintiéndose estables, lo cual genera un gran desconcierto. “Ahora
que puedo salir no tengo ganas”, “empecé a trabajar, pero me canso muchísimo”,
son algunas de las frases que se escuchan de quienes ya vuelven a la
flexibilización. “Estoy harto, de mal humor, duermo cada vez peor”, “ya no
aguanto a los chicos”, de los que aún están en cuarentena absoluta. Los efectos
se van manifestando a corto, mediano y largo plazo, y van mucho más allá de que
sigan persistiendo o no las causas desencadenantes.
(3)
Cabe agregar que el confinamiento prolongado también puede exacerbar las
tensiones y conflictos personales y familiares dado el predominio de los
componentes endogámicos de los vínculos al producirse una retracción en el
contacto social.
(4)
Algo que jamás imaginé que habría de vivir con motivo de la muerte de mi
hijo Manuel en la ciudad de Córdoba el 11 de junio, es decir 5 días después de
escribir este artículo. Recién hace muy pocos días fue autorizada la cremación
de su cuerpo (agregado el 16-11-2020)
(5)
Como ocurre con quienes tienen menores recursos. Y no me refiero solo a
lo socioeconómico, sino también a lo cognitivo y emocional y al apoyo familiar,
comunitario y sanitario de que se dispone, que son indispensables.
(6)
Y aun cuando muchos conservan sus trabajos o pueden ir recobrando sus
actividades, lejos está de que esto implique una “recuperación” tal cual era
AC. (Antes de la Cuarentena, al decir de Alfredo Grande)
(7)
Temas que estoy desarrollando en: https://www.facebook.com/migueladeboer/?ref=aymt_homepage_panel&eid=ARARRZWLJNhxUEQDDbh0OCdRgKuV1XrwmmbTkZgtk5C9AmDD1vQzK2DcnczV0awT19Dgl0IMP-SF_qda
(8)
De acuerdo a los datos de que se dispone (si bien no hay estadísticas
precisas) tanto los intentos como los suicidios consumados han ido aumentando
desde el comienzo de la pandemia, tanto en jóvenes como en adultos, sea por su
vulnerabilidad o limitación de recursos emocionales o cognitivos sea debido a
patologías previas (depresiones complicadas, pacientes duales – psicosis y uso
problemático de sustancias, demencias, etc.), o por dificultades o pérdida de
recursos económicos.
(9)
Que según se observa en el mundo irá concluyendo en la medida en que deje
ser tolerable para la población, más que vinculada directamente al fin de la
pandemia o la aparición de una vacuna.