miércoles, 25 de abril de 2018

El modelo (*)


“La nostalgia es buena,
pero la esperanza es mejor”
Eduardo Galeano

La palabra modelo alude a un concepto vinculado a aquello que es ejemplar, original, prototípico, que sirve de pauta, de norma o de medida. Por lo general es utilizado en el sentido de algo virtuoso, positivo, digno de ser emulado o imitado y que para serlo solo requiere de su reconocimiento como tal, pues pierde su atribución – se debilita – en la misma medida en que es cuestionado.
            Interesante cuestión si nos referimos al modelo económico – y cultural – que hoy impera en nuestras vidas, no sólo en nuestra forma de vivir (de pensar, de imaginar, de soñar, de amar), sino en nuestra forma de enfermar y de morir.
            ¿Modelo de qué, para qué y para quién? Cabe preguntarse.
            Ya en artículos anteriores he abordado temas vinculados a algunos de los efectos del mismo tales como la desocupación y la violencia, efectos que tanto a nivel social como individual, no sólo que han persistido sino que se han acentuado tanto cuantitativa como cualitativamente.
            Día a día nuestro país de ve convulsionado por la “irreversibilidad” de las consecuencias de las necesidades del mercado, donde los beneficiarios siguen siendo una minoría y los perjudicados deben asumir que esta es la única realidad posible; que este es un nuevo sacrificio (ahora definitivo) que demanda la Patria. (Para ocuparse de minucias tales como el endeudamiento externo que deberemos afrontar por el resto de nuestras vidas y las de nuestros hijos y descendientes, están nuestros economistas y los “Deepak Chopra” del F.M.I.).
            Los cambios estructurales producen transformaciones en la subjetividad, generando nuevas formas de percibir y de vivenciar los valores, normas y creencias, produciendo un impacto en la identidad (individual y colectiva) previa, y modificando e modo de vinculación intra e intersubjetiva.
            Para decirlo de otro modo: la desocupación, la precarización (trabajo oculto o con riesgo de perderlo), la pérdida o la amenaza de no contar con  condiciones básicas para la existencia (vivienda, salud, educación), la ausencia de una protección mínima en situaciones de vulnerabilidad (jubilado, marginados y sectores en situación de riesgo), la imposibilidad de “encontrar una salida”, en contraste con el enriquecimiento, la corrupción, la impunidad, la estafa, la depreciación de la justicia, el ejercicio del autoritarismo en los distintos ámbitos, la ganancia abusiva de los monopolios, etc., instalan una paulatina inermidad en el ciudadano común, es decir la mayoría, promoviendo un sufrimiento psíquico ligado precisamente a nuevos modos de sometimiento (¿”salvaje”?), sufrimiento que se constituye a la vez en una manera de resistir dicho sometimiento o, para emplear una palabra en desuso, de explotación.
            La violencia o el uso de drogas p,ej. son efectos y a la vez medios o modos de enfrentar un contexto que impide cualquier tipo de realización o de expresión que le permita al sujeto dar trascendencia a su propia existencia. Las patologías que día a día son generadas por el desborde la capacidad de adaptación (depresión, trastornos de ansiedad, pánico, fobias, trastornos psicosomáticos, etc.) implican una puesta en juego, una manera de rechazar una situación insostenible, se trate del desocupado que no sabe como protegerá a su familia  o de aquel que teniendo trabajo vive expuesto a condiciones tales como la “multifunción”, los horarios prolongados, o a exigencias que no puede eludir dado el amedrentamiento constante que padece.
            Con lo dicho no pretendo excluir los factores psicológicos, biográficos y personales previos, sino que destaco la importancia que actualmente tienen los factores socio-económicos, donde hasta los más sanos se enferman (no hace falta estar enfermo con anterioridad), donde nadie está a salvo (ni siquiera alguien tan poderoso como lo fue Alfredo Yabrán).
            De manera tal que el promovido modelo, cuya variable es la vida humana a favor de la más extraordinaria concentración de la riqueza de la que se tenga memoria (la riqueza privada, se  entiende, dado que lo único público que permanece como tal es la pobreza cada vez mayor, pues es lo que más se ha democratizado) es un modelo de como se puede destruir a una o dos generaciones sin necesidad de emplear ningún tipo de armas; de como borrar de un plumazo las conquistas sociales alcanzadas a través de años de lucha por los derechos sociales y culturales; de como devastar la naturaleza y el medio ambiente sin ningún tipo de titubeo; de como disgregar la memoria histórica, la solidaridad y la cooperación a través de la intimidación, la inseguridad y el miedo; de como se instaura la idea de que la única participación factible es el derecho al voto, con lo cual se instituye la idea de que el resultado del mal ejercicio de los gobernantes no es sino fruto de la incapacidad de elección de los sufragantes (y no la ineptitud o la conducta delictiva de los mismos), y de que es cuestión de tiempo hacer el “aprendizaje” correspondiente. En tanto “que cada uno se arregle como pueda”, como por ejemplo “asumiendo” que la realidad social no tiene nada que ver en lo que nos pasa, que el problema radica en “trabas” internas,  “males” extraños, o una mala “conjugación” de los astros”.
            Ya se sabe que para la estructuración del psiquismo humano es de fundamental importancia la presencia de un modelo que posibilite la identificación adecuada, para luego realizar una gradual desidentificación que permita la diferenciación y la autonomía personal (para no ser un mero clon del mismo). Pero, como mencioné anteriormente, también se sabe que el modelo requiere que se lo identifique para funcionar como tal (una madre necesita un hijo que la signifique como tal para madre, un profesor al alumno, etc.).
            Este modelo requirió del apoyo espontáneo y/o coercitivo de la ciudadanía para poder instalarse.
            ¿No será que, a riesgo de ser absorbidos-fagocitados-clonados por el mismo – como sentimos que nos está ocurriendo – ha llegado el momento de emanciparnos, entendiendo que “cualquier dolor, cualquier injusticia, cualquier humillación, es un dolor, una injusticia, una humillación de todos”?
            ¿No será que la historia no ha llegado a su fin?
            ¿O acaso son meras coincidencia la escasa participación en las últimas elecciones internas de la Alianza, los episodios de violencia con motivo del triunfo xeneixe, las profanaciones de los cementerios, las innumerables protestas y medidas de lucha que se van gestando desde distintos ámbitos laborales, la inquebrantable búsqueda de verdad y justicia en campo de los derechos humanos?

             Miguel Angel de Boer

(*) Publicado en el Diario Crónica de Comodoro Rivadavia el 11 de Diciembre de 1998.