“Este año otra vez se me pasó volando”,
“todavía no saqué el arbolito del año pasado” o “en casa ya ni lo armamos”, son
algunas de las expresiones que suelen escucharse a medida que nos vamos
acercando a “las fiestas”. El fin de
año, que llega casi abruptamente por un transcurso del tiempo que percibimos
cada vez más acelerado, nos impone - también vertiginosamente - la irreductible certeza de nuestra finitud y
la de nuestros seres queridos, es decir, de aquello que tal vez sea lo único
verdaderamente esencial para darle significado a nuestra existencia.
Cierto
que el fin de año también es época de sueños, esperanzas y renacimientos, pero
es a otros aspectos a los que voy a referirme. No por melancólico, sino porque
son los que posibilitan que en los fines de años se expresen estados de
ansiedad y estrés, pánico, fobias, irritabilidad, intolerancia, conductas de
riesgo, accidentes, abuso de consumo en todos los órdenes y los más diversos
conflictos y descompensaciones. Es decir, todo lo contrario a un encuentro de
paz, reflexión y alegría (que no lo es la euforia maníaca) que correspondería a
la celebración de la vida a pesar de sus sinsabores.
Es que
al aproximarnos a estas fechas las vivencias de las pérdidas se acentúan.
Sean económicas, de salud, familiares (separaciones, fallecimientos) o
académicas. Sean reales o simbólicas. Los duelos (lucha, dolor) cobran una
intensidad distinta a la de otras épocas del año, por lo que quienes atraviesan
estas circunstancias (¿quiénes no?) deben afrontar ahora con toda su crudeza el
proceso emocional y afectivo que esto conlleva. Los que no están lo están
menos, hay lugares vacíos en la mesa, las ausencias no se pueden enmascarar,
las lejanías se acentúan. La soledad o los sentimientos de soledad se tornan
mucho menos tolerables, todo lo cual suele conducir a la depresión y el
aislamiento, a una mayor vulnerabilidad.
Tiempo de evaluación y de
balances, de lo que se logró y lo que no. Los problemas no resueltos reclaman
con urgencia su plena satisfacción, las demandas se desbordan, las tensiones
buscan su descarga perentoriamente. Así, las recriminaciones, las acusaciones,
los “pases de factura”, los resentimientos, las culpas, los autorreproches, se
van imponiendo involuntariamente, obsesivamente. De ahí las conductas impulsivas, la
agresividad en todas sus formas, la violencia, como expresiones de la
impotencia, del sufrimiento, del dolor. Por el incumplimiento de expectativas y
decisiones que no han sido realistas o bien porque a veces las cosas salen mal.
Se trate de un infortunio amoroso, una mudanza desafortunada o un conflicto
laboral o político resuelto insatisfactoriamente. Claro que todo depende de las circunstancias
que a cada uno le toca en suerte vivir,
pues no es lo mismo perder en un negocio en la bolsa que padecer una
injusticia o ser víctima de un delito o una discriminación.
Las exigencias que la cultura del
éxito y la satisfacción consumista imponen, no dan lugar a la frustración, al
error, a las duda, a la tristeza, al fracaso, sino que por el contrario
deshumanizan la existencia vaciándola de su contenido primordial, cual es el
crecimiento a través de la experiencia y el aprendizaje. Imperativo consumista
que, potenciado por la anomia y los modelos de inmoralidad que se exhiben con
total impunidad, motorizan un “vale todo” que exacerba aún más al
individualismo por sobre la solidaridad, a la destructividad por sobre la
capacidad de pensar y actuar
creativamente.
Es por ello que para muchos el
anhelo es “pasar las fiestas lo más rápido posible”, como modo de atemperar el
momento de fragilidad que los atraviesa.
Así como para otros es una oportunidad de encuentro y afianzamiento.
Lo dable para todos sería la
integración, el reconocimiento de lo que fue y lo que es: un año más y un año
menos. Comprender que es a partir de la aceptación - que no equivale a gusto -
de la realidad es posible su transformación.
Que la vida, pues de ella estamos
hablando, está para ser vivida. Mancomunadamente.
Lo que
implica sumergirse en todo lo que ella nos brinda para a la vez poder
brindarnos a ella, enalteciéndola. Enalteciéndonos.
Dr.
Miguel Angel de Boer
Diciembre,
2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario