Hace ya más de un año
que mi querida amiga Roberta Bacic, quien actualmente vive en Irlanda, me
comentó que estaba preparando una exposición de “arpilleras”(1) para presentar en el Parque de la
Memoria en Buenos Aires (2), entre
la cuales tenía la intención de confeccionar una en homenaje a los
desaparecidos y luchadores en Argentina y que para ello había pensado en mi
compañera Mary, María Haydée Rabuñal, la Flaquita (3). La idea está basada en el poema que yo le dediqué –“Me dejaron
tu pulóver verde”- e inspiró a la
artista textil Deborah Stockdale para concretarla. Con tal motivo no tuvieron
mejor idea que preguntarme si yo no tenía el pulóver o alguna prenda de Mary
para incorporarla a la arpillera. Fue cuando me di cuenta que no tenía
absolutamente ninguna prenda u objeto de Mary, solo algunas fotos y cartas que
nos escribimos durante nuestro noviazgo – que aún no logro entender cómo es que
se encuentran en mis manos-, cosa que les informé. Me pidieron entonces que
seleccionara alguna carta que les resultaría muy útil y significativo poder
integrarla a la obra.
A partir de entonces no pude evitar ponerme a averiguar si lograba encontrar alguna prenda de la Flaqui
recurriendo a quienes estuvieron cerca de nosotros en aquella época en Córdoba. Fue así que hace aproximadamente un
mes recibí un mantel que es uno de los que usábamos con ella y que nunca más
volví a ver desde el día en que dejamos la última casa en que vivíamos, la cual
debimos abandonar a raíz de una serie de vicisitudes que ocurrieron después de
que fuimos encarcelados.
Después de salir en
libertad ella decidió ir a Buenos Aires por un tiempo, en tanto yo permanecí en
Córdoba con la intención de continuar estudiando para recibirme de médico.
Había tomado la decisión de alejarme de la militancia - e intenté,
infructuosamente, que ella hiciera lo mismo-, por considerar que íbamos a una
derrota segura, aunque nunca me imaginé la terrible pesadilla que se nos venía
encima.
Así transcurrieron los
meses hasta que un día en que me encontraba en un bar de Barrio San Martín, en
una mesa que daba a la vereda, y por esas coincidencias que tiene esta bendita
vida, pasó un compañero (*) del Hospital de Niños (en donde habíamos sido
practicantes, él de hemoterapia – quien al devenir la democracia fue un
destacado actor en el campo de salud pública- y yo de anestesia) quien al verme,
sorprendido, me preguntó si todavía seguíamos
viviendo en la misma dirección. Al confirmárselo, me comentó, muy angustiado, que
acababa de enterarse que la pareja que había vivido allí antes que nosotros – y
a quienes también conocíamos- habían caído presos. Dicho lo cual nos quedamos perplejos y en
silencio, tanto él como el compañero con el que estábamos tomando un café y que también había dejado la militancia. Porque
además de la impresión por la caída, rápidamente hicimos la deducción de que seguramente los estarían torturando y
que, además, era muy posible que no hubieran hecho el cambio de dirección en
sus documentos (4).
Lo que no sabía el que
me avisó era que en ese preciso momento se encontraba circunstancialmente en
casa otro compañero que estaba de paso (y que, él sí, seguía en la militancia
activa), por lo que las posibilidades de que lo atraparan en caso de que fueran
a allanar eran muy altas. Pero por suerte para mí, además de la increíble
casualidad de que ese día no me había quedado, y también porque era común en la práctica
entonces, habíamos convenido una cita de control, con dos recambios, antes de
regresar a la casa (que en realidad era un departamento ubicado en un patio,
escaleras arriba), dado que él tenía
pensado salir más tarde. Fue así que, al no concurrir al tercer recambio, dimos
por sentado que lo habían encontrado y que seguramente ya estaría siendo
interrogando, por lo que decidimos avisar a la familia – que era de Córdoba- y
a la facultad donde estudiaba, a los fines de hacer la denuncia
correspondiente.
Yo, por mi parte, me
quedé a la espera de que viajara algún responsable de la organización para ver
que hacer, pues si bien, como mencioné, ya no pertenecía a la estructura, si
tenía interés en recuperar mis cosas y, por sobre todo, mi libreta
universitaria, sin la cual no iba a poder rendir las materias, pues conseguir
un duplicado y más en las condiciones que me iba a encontrar (prácticamente
prófugo) a partir de ese momento, sería poco menos que imposible.
Así las cosas, llegó el
responsable desde Buenos Aires (5), con
quien decidimos ir a ver qué había ocurrido en el departamento. Hicimos un
minucioso chequeo por el barrio a los fines de no caer en una “ratonera” y
cuando consideramos que ya no corríamos riesgos, nos dispusimos a entrar. Luego
de un cabildeo para ver quien lo hacía primero, subí por la escalera mientras
él me cubría y de una patada – los años de karate no habían sido en vano - derribé
la puerta, encontrándome con una escena que aún hoy recuerdo casi con nitidez.
El lugar estaba “reventado”. Con todo revuelto, desparramado. La ventana que
daba a un patio interno, abierta. Mi gatito estaba caminando sobre la mesa, llorando,
desorientado y seguramente con hambre. En el baño, que estaba a la izquierda de
la entrada, la bañadera estaba casi hasta el tope de agua con sangre
entremezclada, producto del “submarino” que le habían realizado al compañero (6), luego de descubrir que allí vivíamos nosotros,
en el intento de ganar tiempo para que hablara. Pese al impacto por lo que estábamos presenciando, rápidamente
busqué la libreta y el guardapolvo, lamentándome de que se hubieran robado el
tensiómetro y el estetoscopio, pues sabía que pasaría mucho tiempo antes de que
pudiera comprar unos nuevos, cosa que recién concreté luego de recibirme.
Cuestión que salimos
espantados aunque yo contento con mi libreta sintiendo que – pese a todo- los
había jodido.
Después supimos lo mal
que la había pasado el compañero puesto que – otra coincidencia - los que lo
apresaron fueron los mismos del Departamento de Informaciones que me habían
“interrogado” en el Pasaje Santa Catalina, cuando caímos presos con la Flaqui.
Entre los más desaforados estaba el despiadado “Sérpico” (7) (“¿ adonde está el médico, adonde está el médico?” le preguntó
hasta el cansancio, creyendo que yo ya lo era), que se quedó con la sangre en el ojo porque logramos salir en
libertad y tiempo después “me le escapé” de entre las manos, en oportunidad que
intentaron atraparme en pleno centro de Córdoba (8). Esta era la tercera vez que estuvo a punto de atraparme. Después
vendría una cuarta, también fallida.
Lo cierto es que yo
seguí estudiando medicina hasta recibirme. De cómo lo hice será motivo, tal
vez, de otro relato, porque mucho más se complicaron las cosas cuando aconteció
lo que paso a relatar.
Como al departamento ya
no podía volver, mis queridos amigos Juan y Juana (el inolvidable Juan falleció
hace muy poco), que no tenían nada que ver con la militancia pero cuya amistad
fue, y siguió siendo, inquebrantable, me pidieron ir a ocuparlo. Yo no quise
saber nada pero insistieron tanto que finalmente se mudaron con sus hijos (hace
unos meses me enteré que la hija menor nació viviendo ellos allí). A partir de
entonces, cada tanto los iba a visitar o a buscar algo que necesitaba, pues
dada mi situación no tenía domicilio fijo. Vivía en constante movimiento en
casas de compañeros y amigos que por solidaridad me recibían arriesgando su
libertad y su vida, y por los cuales tengo una gratitud infinita.
Una mañana, en que me
encontraba en la casa de un matrimonio amigo de dos extraordinarias personas,
con una generosidad que en ellos era casi innata pues me cobijaban con todo su
afecto (ambos son actualmente médicos destacados y tienen una bellísima y
numerosa familia), leí un titular en La Voz del Interior que mencionaba la
“muerte de subversivos en un enfrentamiento”, pero eran tantos las muertes en
ese momento que casi no le di importancia, por lo que no me detuve a leer la
noticia. Al atardecer del mismo día fui a visitar a Juan y familia y cuando
abrieron la puerta él con el rostro desencajado me dijo: “Petiso ¿no te
enteraste?”,¨¿qué?¨, le respondí, ¨la Flaquita…..” me dijo, ya con las lágrimas
rodando por sus mejillas…, y ahí supe, en uno de los instantes más dolorosos de
mi vida - al que correspondí con un grito de “¡Noooo!” que reiteré hasta el
agotamiento - que lo peor que podía
ocurrir había ocurrido. A Mary la habían matado. Se habían enterado por el
diario.
Fue entonces, ahora
sí, que tuve que pasar a la
clandestinidad, pese a lo cual, con mi libreta (9), mi guardapolvo y mi dolor a cuestas, me terminé recibiendo ya
instalada la dictadura. El Delegado Militar me entregó el diploma.
Nunca
más regresé al departamento hasta este año, donde gracias a la gentileza de una
persona que vivía en el lugar, pude sacar algunas fotos. Fui recuperando
algunas cosas, como las cartas mencionadas, de a poco, pues en la
clandestinidad había que andar “con lo puesto”. No obstante me quedaron libros,
discos y alguna que otra cosa. Pero nada que fuera de uso común con la Flaqui y
muchos menos de uso personal de ella.
Hasta ahora que me
llegó el mantel (10), como un increíble testimonio de
nuestra historia
Que es como constatar, que
pese a todo lo ocurrido, lo que valió la pena fue verdaderamente cierto.
Que la vida sigue y
sigue.
Que, como dice Víctor y
me lo recordó hace poco mi amigo César:
¡Todavía, cantamos!
Miguel Angel de Boer
Agosto 3, 2013
(1) Para
información sobre las arpilleras : http://www.forumarpilleres.cat/que/arpilleras_chilenas.pdf?v=ZiQukBS3UcM&feature=results_video&playnext=1&list=PL0F086BF4689116F4
(2) Exposición
que se va a realizar el 28 de Septiembre de este año en dicho lugar. http://cain.ulst.ac.uk/quilts/exhibit/followup.html#buenosaires280913
(3) Hoy
3 de Agosto, su cumple un nuevo aniversario de su muerte.
(4) Esta
era una medida de “seguridad” que se solía hacer con frecuencia en aquel
entonces. Es decir: se alquilaba una casa fijando el domicilio en el documento
de identidad, para luego alquilar otra sin asentar el cambio, justamente con la
idea de que si se "caía" con esos documentos, los que hicieran el allanamiento
irían al lugar "equivocado", lo que daba tiempo (resistiendo la
tortura, claro) para "limpiar" la que se estaba usando, o sea: para
sacar todos los elementos
comprometedores o alertar a quienes pudieran encontrarse en al misma.
(5) Quien
es actualmente uno de los escasos sobrevivientes vivos escapados de un campo de
concentración. Luego de su fuga (con las
manos y rostro ensangrentados por la
tortura a la que fue sometido) partió al exilio hasta que regresó a nuestro
país. Lo volví a ver años después de haber terminado la dictadura. Actualmente
sigue escribiendo y haciendo importantes aportes a la comprensión y el
esclarecimiento de nuestra historia, aunque de su profesión se ha jubilado.
Tengo el inmenso gusto de tenerlo entre uno de mis mejores y más queridos amigos.
(6) También
sigue vivo. Lo volví a ver una vez al llegar a una esquina en Córdoba, todavía
en plena dictadura, en donde casi nos desmayamos de la impresión, pues algo
fortuito. También estuvo exiliado. Aún recuerdo que en una oportunidad me
llegó, en forma anónima, un libro escrito por él – publicado en Europa- donde
había algunos poemas dedicados a la Flaqui y a mí creyendo que estábamos
muertos. Finalmente se radicó en un país de aquel continente instalando un
restorán, y no hace mucho me enteré que
regresó a nuestro país debido a la crisis económica imperante (por lo que
deduje que sigue con buenos reflejos de sobrevivencia) y sé que hace poco fue
abuelo por primera vez. Lo que no sé es
si está jubilado.
(7) José
Raúl Buceta, fallecido. Junto con el Comisario Raúl Pedro Telleldín (que también participó de mi interrogatorio), de
quien han habido dudas de si no fraguó su muerte, conformaron parte del Comando
Libertadores de América, la Triple A cordobesa. Ambos figuran en numerosos
testimonios como feroces torturadores y asesinos.
(8) Increíblemente
años después el mismo “Sérpico” y la misma patota apresaron y torturaron al
compañero que se encontraba conmigo en el bar de Barrio San Martin, quien
también logró sobrevivir. También está jubilado, también es escritor y también
es uno de mis más queridos amigos.
(9) ¡Que
todavía conservo! Junto con el carnet de la biblioteca de la universidad y el
de Bienestar Estudiantil
(10) Que
me envió…Juana, y que ya se encuentra en Irlanda
(*) Años después de haber escrito el presente pude recordar que era Carlos María Nouzeret a quien tuve el gusto de encontrar en una red. También formaban parte del equipo de hemoterapia el querido amigo y compañero "Titi" Rocchietti, entre otros.
(*) Años después de haber escrito el presente pude recordar que era Carlos María Nouzeret a quien tuve el gusto de encontrar en una red. También formaban parte del equipo de hemoterapia el querido amigo y compañero "Titi" Rocchietti, entre otros.
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