Usted es un peatón. Sea porque no tiene vehículo propio, sea porque a veces
anda de a pie por su ciudad. O su pueblo. O de visita en otro sitio. Pero vamos
a suponer que sea en Argentina. Digamos por ejemplo: en Comodoro
Rivadavia.
Y claro, lo sabemos muy bien, para ser peatón no basta ser un mero
improvisado/sada. Caminar y nada más. Muy por el contrario requiere práctica.
Constancia. Creatividad. Porque no se trata de andar por las veredas y las
calles como si fuera algo normal, corriente. Eso era antes. Tiempo
pasado. Ahora, con la modernidad, el crecimiento poblacional, la multiplicidad
étnica, la diversificación y el aumento exponencial del parque automotor, con
la tensión y agresividad que esto conlleva, las posibilidades del ejercicio
peatonal también son múltiples, por lo que las destrezas también se van
ampliando conforme el nuevo escenario.
Tomemos por ejemplo la simple conducta de caminar por la vereda. Usted
hace algunos años, pocos, caminaba por la vereda. Es decir, se
trasladaba de un lugar a otro. Y eso era todo. Y los demás hacían lo mismo.
Ahora en cambio, ese traslado se parece bastante al que tienen que realizar los
All Blacks en un intento de concretar un try ante los Sprinboks de Sudáfrica.
En una final de campeonato. Porque si usted antes caminaba, observando las
vidrieras con tranquilidad, relajado, como quien no hace otra cosa que eso,
digamos, ahora las cosas han cambiado. Usted ahora no simplemente recorre.
Usted ahora se terminatoriza. Se acoraza cual un comando en acción.
Entra en una suerte de trance para lograr su objetivo. Entonces arremete.
Embiste. Ataca. En forma lineal y directa. Porque usted, aquí cabe decirlo, no
es de los que esquivan el bulto, no señor. Se trate de un hombre, una
anciana, un grupo de niños del jardín, un ciego, alguien que va de espaldas.
Usted, una vez que se puso en movimiento no para. Sigue su marcha. Como un
tanque estadounidense en las arenas del Golfo. Nada lo detiene. Porque
supongamos, solo supongamos, que usted trabaja en el petróleo. En el campo, no
en administración. Su masa muscular, independientemente de su tamaño, es
considerable. Por encima de la media de la población, Sin dudas. Acostumbrado a
soportar amplitudes térmicas casi inhumanas sin que se le mueva un pelo. Por
qué no va a caminar como se le cante, sin tener que andarle cediendo el paso a
nadie, hoy que se calzó las bermudas y las air max tailwind porque está
de franco y quiere pasear con su familia. O hacer trámites. Como cualquier hijo
de vecino. Por qué no va chocar con sus brazos y sus hombros casi
blindados contra todo el que pase a su lado. O bajarse de la vereda
cuando lo pueden hacer los demás. Que se jodan si son más débiles. Quien
los manda a trabajar tras un escritorio o un mostrador. O a ser mujeres.
Usted dele para delante. Si puede, aplaste. Pise. Cambie de rumbo o frene
de golpe. Obstaculizando el paso todo lo que pueda. Total la vereda no es de
nadie.
Vamos ahora al cruce de calles. No me diga que esto no merece un párrafo
aparte. Porque sea usted un peatón auténtico o le toca tener que caminar porque
no puede llegar con su coche o camioneta a destino, la conciencia y el acto es
el mismo. Su enemigo principal es el tránsito vehicular. Y punto. Porque
usted, desde el momento en que se peatonaliza, solo tiene en claro una cosa
cuando el programa automático con la consigna que dice: en caso de
accidente el único culpable es el que maneja. Y no me diga que no es casi como
si le dieran licencia para matar. O morir. No importa. Si usted cruza en una
esquina con semáforos o sin semáforos, la diferencia es nula. Usted cruza
cuando quiere cruzar, y listo. Que frenen. Que tengan cuidado. Que se
jodan. El peatón tiene prioridad. O no lo saben. Asesinos. Es más. Si a usted que
va cruzando, aunque no le corresponda, se le ocurre aminorar la marcha o frenar
súbitamente, porque justo, por pura casualidad, lo llaman por el celular,
hágalo. No mire si viene algún vehículo. Es más, si estaba mirando, baje la
vista, la cabeza. O gírela para otro lado. Invisibilizando todo lo que
se deslice sobre ruedas. Todo. Que paren. Que esquiven. Es un problema de
ellos. No suyo. Ahora si por ejemplo no tiene ganas de ir hasta la
esquina y quiere cruzar a mitad de cuadra, hágalo. No lo dude. Ni bien se
le ocurra, cruce. Si es posible en diagonal. Acuérdese: sin mirar. O haciendo
que no mira. Y si puede salir entre dos vehículos estacionados mejor. El efecto
sorpresa es fenomenal, porque no les da tiempo a nada. Ni le cuento si usted es
una madre. Una feliz e inocente madre que va con su bebe en un cochecito
y su otro hijito, que recién aprendió a caminar, de la mano. Ahí tiene el
derecho de hacer todo lo que quiera. Cruzar en rojo. Pasar por la mitad de la
calle. No moverse ni un milímetro si alguien está retrocediendo para
estacionar y no la ve. Todo. O no saben que una madre es lo más
sagrado del mundo. Lo mismo si va acompañando a alguien con alguna dificultad
manifiesta. En una silla de ruedas, por ejemplo. Aproveche. No deje pasar la
oportunidad. O si usted mismo se encuentra limitado. Con una fractura de tibia
y peroné y con muletas. O acaban de colocarle una prótesis en la cadera. No se
amilane. Esta es la suya. Entorpezca el tránsito. Que se escuche el
chirriar de las gomas. Si es posible que choquen en cadena. Que haya
caos. Y si lo pisan, o lo dejan inválido o matan al familiar que va con usted.
No importa. Que el juicio seguro que lo pierden.
Miguel
Angel de Boer
Comodoro
Rivadavia. Febrero 2013
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