“La nostalgia
es buena,
pero la
esperanza es mejor”
Eduardo
Galeano
La palabra modelo alude a un concepto vinculado a
aquello que es ejemplar, original, prototípico, que sirve de pauta, de norma o
de medida. Por lo general es utilizado en el sentido de algo virtuoso,
positivo, digno de ser emulado o imitado y que para serlo solo requiere de su
reconocimiento como tal, pues pierde su atribución – se debilita – en la misma
medida en que es cuestionado.
Interesante
cuestión si nos referimos al modelo económico – y cultural – que hoy impera en
nuestras vidas, no sólo en nuestra forma de vivir
(de pensar, de imaginar, de soñar, de amar), sino en nuestra forma de enfermar y de morir.
¿Modelo
de qué, para qué y para quién? Cabe preguntarse.
Ya
en artículos anteriores he abordado temas vinculados a algunos de los efectos
del mismo tales como la desocupación y la
violencia, efectos que tanto a nivel social como individual, no sólo que
han persistido sino que se han acentuado tanto cuantitativa como
cualitativamente.
Día
a día nuestro país de ve convulsionado por la “irreversibilidad” de las
consecuencias de las necesidades del mercado, donde los beneficiarios siguen
siendo una minoría y los perjudicados deben asumir que esta es la única
realidad posible; que este es un nuevo sacrificio (ahora definitivo) que
demanda la Patria. (Para ocuparse de minucias tales como el endeudamiento
externo que deberemos afrontar por el resto de nuestras vidas y las de nuestros
hijos y descendientes, están nuestros economistas y los “Deepak Chopra” del
F.M.I.).
Los
cambios estructurales producen transformaciones en la subjetividad, generando
nuevas formas de percibir y de vivenciar los valores, normas y creencias,
produciendo un impacto en la identidad (individual y colectiva) previa, y
modificando e modo de vinculación intra e intersubjetiva.
Para
decirlo de otro modo: la desocupación, la precarización (trabajo oculto o con
riesgo de perderlo), la pérdida o la amenaza de no contar con condiciones básicas para la existencia
(vivienda, salud, educación), la ausencia de una protección mínima en
situaciones de vulnerabilidad (jubilado, marginados y sectores en situación de
riesgo), la imposibilidad de “encontrar una salida”, en contraste con el
enriquecimiento, la corrupción, la impunidad, la estafa, la depreciación de la
justicia, el ejercicio del autoritarismo en los distintos ámbitos, la ganancia
abusiva de los monopolios, etc., instalan una paulatina inermidad en el ciudadano común, es decir la mayoría, promoviendo
un sufrimiento psíquico ligado
precisamente a nuevos modos de
sometimiento (¿”salvaje”?), sufrimiento que se constituye a la vez en una
manera de resistir dicho sometimiento
o, para emplear una palabra en desuso, de explotación.
La
violencia o el uso de drogas p,ej. son
efectos y a la vez medios o modos de enfrentar un contexto que impide
cualquier tipo de realización o de expresión que le permita al sujeto dar
trascendencia a su propia existencia. Las patologías que día a día son
generadas por el desborde la capacidad de adaptación (depresión, trastornos de
ansiedad, pánico, fobias, trastornos psicosomáticos, etc.) implican una puesta
en juego, una manera de rechazar una
situación insostenible, se trate del desocupado que no sabe como protegerá a su
familia o de aquel que teniendo trabajo
vive expuesto a condiciones tales como la “multifunción”, los horarios
prolongados, o a exigencias que no puede eludir dado el amedrentamiento
constante que padece.
Con
lo dicho no pretendo excluir los factores psicológicos, biográficos y
personales previos, sino que destaco
la importancia que actualmente tienen los factores socio-económicos, donde
hasta los más sanos se enferman (no hace
falta estar enfermo con anterioridad), donde nadie está a salvo (ni
siquiera alguien tan poderoso como lo fue Alfredo Yabrán).
De
manera tal que el promovido modelo,
cuya variable es la vida humana a favor de la más extraordinaria concentración
de la riqueza de la que se tenga memoria (la
riqueza privada, se entiende, dado
que lo único público que permanece
como tal es la pobreza cada vez mayor, pues es lo que más se ha democratizado) es un modelo de como se
puede destruir a una o dos generaciones sin necesidad de emplear ningún tipo de
armas; de como borrar de un plumazo las conquistas sociales alcanzadas a través
de años de lucha por los derechos sociales y culturales; de como devastar la
naturaleza y el medio ambiente sin ningún tipo de titubeo; de como disgregar la
memoria histórica, la solidaridad y la cooperación a través de la intimidación,
la inseguridad y el miedo; de como se instaura la idea de que la única
participación factible es el derecho al voto, con lo cual se instituye la idea de que el resultado del mal ejercicio de los
gobernantes no es sino fruto de la incapacidad de elección de los sufragantes (y
no la ineptitud o la conducta delictiva de los mismos), y de que es cuestión de
tiempo hacer el “aprendizaje” correspondiente. En tanto “que cada uno se
arregle como pueda”, como por ejemplo “asumiendo” que la realidad social no
tiene nada que ver en lo que nos pasa, que el problema radica en “trabas”
internas, “males” extraños, o una mala “conjugación”
de los astros”.
Ya
se sabe que para la estructuración del psiquismo humano es de fundamental
importancia la presencia de un modelo que
posibilite la identificación adecuada, para luego realizar una gradual desidentificación que permita la
diferenciación y la autonomía personal (para no ser un mero clon del mismo).
Pero, como mencioné anteriormente, también se sabe que el modelo requiere que
se lo identifique para funcionar como tal (una madre necesita un hijo que la
signifique como tal para madre, un profesor al alumno, etc.).
Este
modelo requirió del apoyo espontáneo
y/o coercitivo de la ciudadanía para poder instalarse.
¿No
será que, a riesgo de ser absorbidos-fagocitados-clonados
por el mismo – como sentimos que nos está ocurriendo – ha llegado el momento
de emanciparnos, entendiendo que “cualquier dolor, cualquier injusticia, cualquier
humillación, es un dolor, una injusticia, una humillación de todos”?
¿No
será que la historia no ha llegado a su fin?
¿O
acaso son meras coincidencia la escasa participación en las últimas elecciones
internas de la Alianza, los episodios de violencia con motivo del triunfo
xeneixe, las profanaciones de los cementerios, las innumerables protestas y
medidas de lucha que se van gestando desde distintos ámbitos laborales, la
inquebrantable búsqueda de verdad y justicia en campo de los derechos humanos?
Miguel Angel de Boer
(*)
Publicado en el Diario Crónica de
Comodoro Rivadavia el 11 de Diciembre de 1998.
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