lunes, 9 de septiembre de 2019

ADICCIONES Y VIOLENCIA EN EL FIN DE SIGLO



           
            Si la cultura atestigua el modo en que el hombre socialmente organizado satisface sus necesidades y es el punto de convergencia del quehacer humano con la realidad material, su producción está multideterminada y su configuración obedece a distintas fuerzas en pugna.
            La sociedad actual se caracteriza por una transformación que supera lo que el ser humano podía imaginar hace pocos años atrás. La globalización económica, los avances tecnológicos y científicos, las modificaciones políticas, dan testimonio de una creatividad inédita por un lado, a la vez que un creciente deterioro por el otro.
            El nuevo orden mundial sustentado en la racionalidad del mercado, ha empujado a grandes sectores de la población a una restricción en su protagonismo en desmedro de su identidad, cuando no a una despiadada marginación y miseria.
            El eje convocante de esta mesa es Adicciones y Violencia en el Fin de Siglo. Ahora bien, pregunto y me pregunto: ¿Adicción a la violencia? ¿La violencia de la adicción? ¿Acaso no conforman una ecuación donde un término se complementa con el otro? En todo caso: ¿No son la violencia y las adicciones las expresiones de un malestar cultural que afecta a la gran mayoría de la sociedad? ¿Acaso no es que están adoptando nuevos modos de manifestarse?
            En nuestro país, desde el advenimiento de la democracia, la violencia ha ido cobrando una presencia distinta.
            El monopolio de un poder dictatorial, a través del miedo y del terror, ejercido sobre la población como modo de producir un reacomodamiento histórico, se ha transformado, merced a un epílogo vergonzante de impunidad, en el surgimiento de una violencia errática. Lo mencionado sumado a las nuevas condiciones socio-económicas impuestas - donde el consumismo se conjuga con un cada vez mayor empobrecimiento - promueven en el imaginario social la equívoca certeza de que los fines justifican los medios.
            La deserción del Estado como mediador de los distintos intereses sectoriales en beneficio de una minoría; la desarticulación de las relaciones sociales de un modo intempestivo (privatización, flexibilización laboral, etc.); la desocupación, con su consecuente impacto en los distintos niveles; la corrupción y la falta de una acción eficaz de la justicia, son algunos de los factores que en tanto vulneran el sentimiento de pertenencia, posibilitan asimismo una vivencia desintegradora.
            La precariedad, la incertidumbre, el desamparo, la inseguridad, el miedo, las migraciones forzadas, el desarraigo, han ido modificando la percepción de una realidad que supera la capacidad de elaboración, y - no en pocos casos - la capacidad de sobrevivencia misma.
            En el concepto de que la realidad existente es la única realidad posible, el ser humano se ve agobiado en su capacidad de representarse como un actor significativo partícipe de una historia colectiva.
            El individualismo, resultante de un narcisismo que es apuntalado constantemente por los modelos referenciales predominantes, fragmenta los vínculos de cohesión y solidaridad, actuando en desmedro de una adaptación creativa. El ajuste económico determina un compulsivo ajuste psíquico, esto es, a una sobreadaptación que conlleva la desvalorización del mundo interno, promoviendo una deshumanización desorganizante.
            La transición ya crónica que vivimos, se caracteriza por su alto grado de complejidad cuyos efectos se patentizan a nivel individual, familiar y social.
            El desvalimiento y la falta de perspectivas reales en contraste con una oferta sin límite generadora de una demanda artificial, donde la exaltación del hedonismo y la inmediatez entran en colisión con la insatisfacción de las auténticas necesidades, favorecen la aparición no sólo de la frustración y la imposibilidad del alcance de ciertos logros, sino a una verdadera parálisis e impotencia enmascarada o expresada en conductas impulsivas y compulsivas tendientes a disminuir o acrecentar el nivel de tensión, al rechazo y fuga de la realidad (tanto externa como interna), al servicio de la omnipotencia, el no reconocimiento de la diversidad y las diferencias, en fin, a una primacía del yo ideal.
            Los ideales colectivos se ven así debilitados, sumiendo a los seres humanos en un aislamiento, cuando no en una despersonalización que, potenciados por un contexto de arbitrariedad y de desigualdad de oportunidades, se ven inducidos a conductas de violencia y de adicción.
            La nuestra es una sociedad violenta y adictiva. Las normas éticas, el respeto, el sentimiento de pertenencia comunitarios, la cooperación, la fraternidad, son todos valores que se encuentran depreciados.
            De modo tal que las conductas violentas y adictivas están internalizadas como un producto casi natural de los cambios de la modernidad, esto es: están, en gran medida, legitimadas. (donde todos nos hemos convertido no sólo en potenciales "asesinos" sino también en "víctimas" "por naturaleza").
            El otro como semejante ha devenido enemigo, la moral se ve arrinconada por el pragmatismo y la decencia se ha convertido en un obstáculo en este marketing competitivo.
             Los afectos y emociones genuinos se ven colapsados por la indiferencia y la desesperanza, con la emergencia constante de una angustia que amenaza la existencia y que exacerba la agresión con manifestaciones auto y/o heterodestructivas.
            En resumen: el origen de la violencia (y las adicciones) puede ser explicado desde distintas perspectivas como un fracaso adaptativo, como el producto de una conducta aprendida o como consecuencia de una alteración psicopatológica, esto es: según se adopte un modelo socio-cultural, psicosocial o intrapsíquico.
             En cuanto a su reversión, ésta sólo será viable en la medida en que puedan efectivizarse respuestas integrales.

Dr. Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Octubre, 1996

Nota: Disertación presentada en las II Jornadas Atlánticas de Psiquiatría - Mar del Plata -

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