En un texto que data del año 1920 y que lleva por título “Más allá del principio
del placer”, Sigmund Freud postula la existencia de las por él denominadas
“pulsiones de muerte”. Hipótesis debatida en el curso de la historia del psicoanálisis,
dichas pulsiones (empuje) darían cuenta, según Freud, de la tendencia que tiene
el ser humano hacia su propia destrucción.
Por oposición a Eros (“pulsiones de vida”) y en una lucha permanente por
imponerse, Thánatos (dios de la muerte en la mitología griega) actuaría poniendo
en juego la agresión y la destructividad en la búsqueda del retorno (psíquico)
a un estado previo, de la ausencia absoluta de conflictos, en pos de la calma
definitiva, de la inorganicidad, en fin, de la muerte.
La historia
De la humanidad, claro está, pareciera darle la razón al obstinado
vienés.
Con motivo de una carta que le enviara Albert Einstein en 1932 respecto
a su inquietud por el origen psicológico de las guerras, Freud reitera sus
conceptos y cierto escepticismo respecto a la posibilidad de que en algún
momento de su evolución, los seres humanos pudieran llegar a convivir sin la
necesidad de destruirse entre si (paradójicamente lejos estaba Einstein de
imaginar el uso mortífero y devastador que le daría a sus descubrimientos,
cuando planteaba su preocupación respecto de la paz).
El desarrollo
El desarrollo psicológico del ser humano está determinado por una
secuencia que signa su existencia: nace inerme ante los medios que lo rodean,
queda expuesto a frustraciones constantes; éstas generan una vivencia de
displacer que deviene en agresión y sólo a partir de sucesivas experiencias de
placer y satisfacción (amor y ternura) puede incorporar la capacidad de tolerar
el dolor psíquico, superar los sentimientos de rabia y odio, para poder así dar
curso a su capacidad creativa, como modo de expandir su mente en un sentido
constructivo.
La sociedad
Requiere de un ordenamiento para lograr su subsistencia. Y del
“gobierno” de la intrincada trama en la que se expresa la relación entre sus
miembros, depende la regulación de sus tan variados y contradictorios
intereses.
La puja social, económica, política, cultural, está ensamblada en las
necesidades de los distintos sectores sociales y de cada ser humano en
particular. En tanto dichos intereses buscan imponerse por sobre los ajenos,
surgen entonces las desigualdades y la injusticia.
El desmembramiento actual del mundo “conocido” (con sus reglas de
juego, sus precisas ideologías, sus delimitadas fronteras) sume al individuo en
una atmósfera de desamparo y temor, donde nada pareciera brindar la seguridad de
lo certero.
La agresión
Las pulsiones destructivas de muerte encuentran en este “nuevo” mundo amenazante,
un terreno fértil en donde manifestarse. En la vida cotidiana, en el ámbito de
la familia, del trabajo, del estudio; a nivel personal, en la intimidad, en las
relaciones públicas y privadas.
Y de tanto en tanto, hacen su ostentación más visible en episodios que,
por su magnitud, convocan a una toma de conciencia ineludible por parte del
conjunto de la comunidad, de la sociedad.
En dichas circunstancias, nos vemos remitidos a nosotros mismos; puesto
que nos inducen a determinar con responsabilidad hasta qué punto nuestras
actitudes, nuestros actos -y los
de quienes rigen nuestro destino- están supeditadas o sometidas a
Thánatos o por el contrario, posibilitan que Eros logre su primacía.
Miguel Angel de Boer
Abril de 1992
(*) Publicado en el libro :
“Desarraigo y Depresión en Comodoro Rivadavia y otros textos “ - 3 Ediciones
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