domingo, 29 de diciembre de 2019

A propósito del “viejismo” y en defensa del envejecimiento (no world for old people)



                Van algunas reflexiones en torno al viejismo, término acuñado en 1969 por Robert N. Butler con el que se designa a toda actitud, idea, conducta, es decir a los estereotipos, discriminaciones, descalificaciones, rechazos, o sea “ninguneos”, hacia la vejez y a los viejos y/o viejas y/o viejes, y/o.
                Si bien envejecemos desde el nacimiento pareciera ser que todo está bien cuando somos niños, adolescentes, jóvenes – ¡sobre todo: jóvenes! -, grandes o maduros. Ahora, si llegamos a viejos, ups, estamos en problemas. Por ejemplo, para denominarlo. Podemos decir: adultos mayores, tercera edad, ancianos, abuelos (aunque no se tengan nietos; ésta es la preferida de los medios y comunicadores:”una abuela fue asaltada…”), edad avanzada o cualquier otro sinónimo, pero … ¡viejos! ¡eso sí que no! “Viejos son los trapos” dicen incluso los viejos viejistas, afirmando de este modo algo realmente absurdo: los trapos pueden envejecer, pero las personas no, ¿qué tal?
                Ya lo decía el maestro Freud: la muerte es irrepresentable. Aunque hace algún tiempo algunos lo han puesto en duda. Y, el que fuera mi maestro el Dr Alberto E. Fontana, (un apasionado estudioso de las relaciones entre el tiempo, el espacio y la mente, planteaba que la resistencia al paso (inexorable) del tiempo – y la negación de la muerte –  era uno de los más importantes factores del enfermar psíquico humano. Esto es que: la fantasía omnipotente de la inmortalidad se pone de manifiesto en numerosos síntomas como defensa ante el temor a lo desconocido. Puesto que todo cambio implica un antes y un después, o sea el transcurso del tiempo, toda repetición sintomatológica y conductual conlleva su detención, la persistencia o búsqueda al retorno simbiótico (sin un tercero: sea el Padre, sea otro, sea la cultura) sin frustraciones ni necesidades, es decir: el paraíso que perdimos … al nacer. Por lo mismo, se constituye también en el sustrato inconsciente de toda religión o creencia en la “vida eterna”. En palabras de Fontana: “nadie cree en su propia muerte, o lo que es lo mismo, en lo inconsciente todos estamos convencidos de nuestra propia inmortalidad”
            Pero no solo de la inmortalidad se trata y tampoco solo de las religiones.
Mitos y leyendas milenarias; hechiceros, brujos, alquimistas; relatos, ficciones a lo largo de toda la historia, dan cuenta de una búsqueda ancestral y recurrente: la fuente, el poder, no solo para evitar la muerte sino para lograr el rejuvenecimiento, la juventud eterna. Si no, que gracia tendría, ¿no? ¿O a alguien le interesaría ser eternamente viejo?
En la leyenda de Gilgamesh, el Código de Hammurabi, en la cultura egipcia, india, griega, romana, el Santo Grial, los relatos de Alejandro Magno y de los “conquistadores” de América, se encuentran numerosos testimonios de tal obsesión. Que es la misma que persiste en nuestros días bajo formas más “civilizadas” y, por supuesto, mercantilistas, para conjurar no solo la muerte sino, más que nada, el envejecimiento. “Anti age” ¿les suena?
De paso. La literatura y el cine han abordado el tema en numerosas oportunidades. El retrato de Dorian Gray, Drácula, El ansia, 2001, El inmortal, Cocoon, El curioso caso de Benjamín Button, Indiana Jones y la última cruzada, Los Otros, son algunos de ellos.
             Pero, nos guste o no, la muerte existe, y como bien lo expresa Darío Sztajnszrajber, es inminente: le puede ocurrir a cualquiera en cualquier momento. Somos finitos. Mortales. Pero claro, una cosa es el enunciado y otra es cuando, como con la vejez, la posibilidad real de que suceda se hace mucho más probable. Estoy hablando de la muerte biológica, se entiende. Si después vamos a tocar el arpa en otra dimensión, es otra cosa.
               Precisamente a esa muerte biológica - la propia, no tanto la ajena, por supuesto-  es a la que se trata de conjurar con las actitudes, pensamientos y prejuicios viejistas, pues no hay mayor evidencia de que la muerte (natural, si les gusta el término) existe, que la presencia de un viejo.  Y si está muy deteriorado, enfermo, peor. Sin importar si el viejo nació en una aldea africana o en Estocolmo. Porque una cosa es observar, ver o tocar a alguien con unos cuantos años, y otra muy distinta es tener que” semblantear” la muerte en un cuerpo añoso medio “tronado”, es decir, en un espejo demasiado chocante de lo que nos puede deparar la vida, a todos, en el futuro. Si es que llegamos a ese futuro, claro. Cabe recordar que, en los campos de concentración del nazismo, esta evidencia – la de la vejez - era rápidamente eliminada en forma concreta: los viejos estaban entre los primeros “seleccionados” para su exterminio.
                Ahora bien. Si el longevo (esa palabra es más potable ¿no?) es saludable, “sano”, sin evidencias de desperfectos chocantes, entonces no es un viejo, sino que es alguien que se mantiene JOVEN, ¡SI!¡JOVEN! Aunque el viejo de su juventud ni se acuerde, sea porque ya tiene problemas de memoria o bien porque fue una porquería, cosa no muy infrecuente en esta cultura. 
     Aquí lo que se confunde es que aquello que en realidad se trata de plenitud y vitalidad física y psíquica - que dependen en gran medida de factores genéticos y de “las condiciones materiales de existencia” -, se convierte o se atribuye a una cualidad meramente subjetiva: la capacidad de ser o mantenerse joven. Esto, aunque haya millones de jóvenes que viven totalmente desvitalizados y deteriorados. Vale decir que: así como la juventud no siempre es un sinónimo de vitalidad, alegría, energía, creatividad y belleza, la vejez no tiene porque que ser siempre una porquería.
                Pero a los fines de no caer en la idealización contraria, vale aclarar que cierto es que con el paso del tiempo disminuyen las funciones orgánicas (términos que antes no se usaban como: incontinencia, hipertensión, glucocinta, densitometría, eco estrés, implante, comienzan a hacerse cotidianos); psíquicas, sobre todo a nivel cognitivo (“puta, lo tengo en la punta de la lengua”, es una frase que se torna reiterativa), limitando movimientos (un atragantarse con la propia saliva por acá, un poco de comida que se escapa de la boca por allá); cambios en la sociabilidad (“no andá vos, yo prefiero quedarme a ver algo en Netflix” es una de las excusas para evitar explicar que “agarrotaron” los gemelos y el dolor es espantoso) o en el rendimiento (hay que programar el sexo con antelación, por ej.).
     Es en esta etapa suelen presentarse numerosos síntomas y enfermedades, dependiendo, reitero, de la genética, la crianza, las condiciones sociales, los duelos, los traumas, las pérdidas. Y también de los cuidados que el senescente (¿qué tal el término? mejor que viejo ¿no?) va implementando cuando percibe que ya está por dar la última vuelta del circuito, que se le está terminando la cuerda, que le queda menos carga en la batería.  Y, agrego, no es cierto que se envejece como se ha vivido. Hubo hermosas vidas que terminaron en vejeces desgraciadas, y vidas tremendamente desafortunadas que culminaron con envejecimientos dichosos, por resiliencia, suerte, o como se le quiera llamar. Basta pensar en esos criminales de guerra o dictadores terribles que vivieron y viven más de noventa años para que todas esas frases y refranes de Perogrullo caigan por su propio peso. (Sí, parece que los malos no mueren antes que los buenos).  Pero, hablando de gente común, parecería que es cosa de ir aprendiendo a envejecer a medida que se va envejeciendo. Así de simple. Bueno, no tanto.
                La senectud, que de ella se trata, es una etapa de la vida tan digna como cualquiera. Para algunos la mejor. Fue José Saramago quien respondió en un reportaje, siendo ya muy viejo, cuando le preguntaron qué edad le hubiera gustado volverá tener (y, agregó el reportero, viejista él: “seguramente le gustaría volver a su juventud”): “Si pudiera me gustaría volver a tener 70 años, pues fue allí cuando empecé a vivir los mejores años de mi vida”. O sea.
               Entonces: ¡si hay algo que contribuye a arruinar a la vejez es el viejismo.
   No solo el de los demás, sino también el propio.
   Ser un viejo vergonzante, sin darse cuenta. No animarse a vivir todo lo que la vida brinda por ser viejo, porque qué van a decir los demás…viejistas, claro.
   El viejismo es lo el que impide que los viejos desplieguen todas las capacidades que aún tienen para sí mismos y para su entorno, su sociedad, su cultura.  Aunque eso de “para sí mismos” está bastante descalificado: porque una cosa es que la “abuela” cuide a los nietos cuando papá y mamá tienen que salir, o todos los fines de semana – y si los domingos hace la comida para toda la familia mejor -, pero otra muy distinta es que quiera ir al casino con sus amigas o ir a practicar la zumba (“Mama esta rara, medio senil ¿no habrá empezado a “dementizarse”?)
                En esta “sociedad del rendimiento”, al decir de Byul-Chung Hang, donde solo se valora y exalta la juventud, la belleza (juvenil ¡eh!), el éxito, los viejos solo son aceptados en la medida que aparentan ser jóvenes o se niegan a reconocerse como tales (como viejos), razón por lo que esta etapa de la vida resulta tan traumática para tantos de ellos. Ese rechazo cultural e ideológico lo es también a nivel institucional, manifestándose en la precariedad y desamparo social, económica y de salud en que se encuentra una gran parte de esta población. Es el “Alzhéimer social” que menciona Norberto Bobbio en su libro “De senectute” (“De la vejez”), título que toma de la obra que Marco Tulio Cicerón escribió a los 62 años donde desarrolla magistralmente los pros y los contras de la vejez y el arte de aprender a envejecer.
                Llegar a viejo es un embole, pero también tiene aspectos gratificantes siempre y cuando se dispongan de las posibilidades de vivirlos. Magníficas obras y actos han sido prodigadas por hombres y mujeres a lo largo de la historia en esta etapa de la vida. Etapa de madurez y reflexión, de memoria, de recuerdo y de reminiscencia, de re significación, de valoración, de rescate, de construcción. De una existencia que puede ser creativa, para seguir aprendiendo, creciendo hasta el final.
    Ante el viejismo, en esta “Guerra del cerdo”- que cursa un tanto oculta pero no tanto-, los viejos y las viejas, y les viejes y lxs viejxes, y/o por suerte también van tomando conciencia de sus derechos a serlo.
    Resistiéndose a hacer solo de “auxiliares familiares” o mero material de descarte, son protagonistas de una participación cada vez más activa en todos los ámbitos de la sociedad. En lo cultural, en lo deportivo, en lo artístico. A nivel social, laboral, académico.
    Empoderándose de una autoimagen, una identidad y una autoestima, contraria a la que se le asigna mayoritariamente.
   Animándose a elegir, decidir, optar, de acuerdo a sus propios deseos, intereses y necesidades.
    Pugnando por su independencia y autonomía según sus capacidades y posibilidades reales, impidiendo el maltrato, el abuso, la falta de respeto.
   Apuntalando con orgullo, cada día, el hecho de ser viejos.
   Con orgullo y a mucha honra.

   Dr. Miguel Angel de Boer
   Comodoro Rivadavia, octubre - diciembre 2019.

¡Feliz Año Nuevo!



Anexo
Algunas frases viejistas:
“Nos somos viejos/jas, nos mantenemos siempre jóvenes” (Ah, bueno)
“Que bien se te ve, estás siempre igual” (gracias, gracias... Eso porque no sabés que estoy esperando el resultado de una biopsia)
“Para mí es como si el tiempo no pasara” (otro/a que marcha a terapia, vamos)
“Los que amamos la vida nos mantenemos jóvenes por siempre” (¿en serio? ¿y porque tenés que repetirlo tan seguido?)
“Pobre, se lo ve envejecido” (o sea: “me embola que no se vea más joven”)
“Es un viejo verde” (porque no oculta que le atraen las mujeres, peor si son más jóvenes que él)
“Es un viejo re piola” (porque no oculta que le atraen las mujeres, pero tiene guita o es famoso)
“Es una vieja calentona” (porque no oculta que le atraen los hombres más jóvenes que ella)
“Es una vieja superpiola” (lo mismo que para los viejos piolas)
“El abu es un amor” (no solo que no hay que cuidarlo, sino que “ayuda” a toda la familia, sobre todo con guita, repartiendo departamentos y cosas por el estilo)
“Es abuelo está cada vez más choto” (no solo no tiene un “mango” sino que encima hay que cuidarlo, hasta los pañales hay que comprarle)
“La vejez no existe, la juventud es un estado mental” (ok, suspendo el pago del seguro de sepelio entonces)






domingo, 17 de noviembre de 2019

A Caleta Córdova (*)


                
    Añoro un tiempo
                allá en Caleta
                donde la vida
                no era nostalgia,
                de alcohol y fiestas
                puertas abiertas
                y un parque bello
                donde jugaba

                Tardes dormidas
                aromas de algas
                lanchas poblando
                las verdes aguas,
                mientras un bote
                tendía sus redes
                y un lobo inquieto          
                lo acompañaba

                Trabajadores
                sembrando frutos
                abriendo huellas
                para el mañana,
                en pasarelas
                o recibiendo
                barcos insomnes
                llevándose el alma

                Mezcla de idiomas
                y de costumbres
                el mundo entero
                tenía en mi infancia,
                gallegos tanos
                o provincianos
                y hasta un coreano
                allá en la playa

                Mas la langosta
                arrasó con todo
                matando verde
                matando ganas,
                hasta las casas
                fueron deshechas
                junto con ellas
                las esperanzas

                Me fui buscando
                mi propia historia
                y tu recuerdo
                me acompañaba,
                ahora te veo
                sigues tan tierna
                que las estrellas
                danzan y cantan

                No te acongojes
                no desvanezcas
                mujeres y hombres
                aún te aman,
                mieles del cielo
                agitan olas
                para que vibres
                y así renazcas


Miguel Angel de Boer

(*) Poema que escribí hace ya varias décadas.

Caleta en la década del 50

lunes, 9 de septiembre de 2019

ADICCIONES Y VIOLENCIA EN EL FIN DE SIGLO



           
            Si la cultura atestigua el modo en que el hombre socialmente organizado satisface sus necesidades y es el punto de convergencia del quehacer humano con la realidad material, su producción está multideterminada y su configuración obedece a distintas fuerzas en pugna.
            La sociedad actual se caracteriza por una transformación que supera lo que el ser humano podía imaginar hace pocos años atrás. La globalización económica, los avances tecnológicos y científicos, las modificaciones políticas, dan testimonio de una creatividad inédita por un lado, a la vez que un creciente deterioro por el otro.
            El nuevo orden mundial sustentado en la racionalidad del mercado, ha empujado a grandes sectores de la población a una restricción en su protagonismo en desmedro de su identidad, cuando no a una despiadada marginación y miseria.
            El eje convocante de esta mesa es Adicciones y Violencia en el Fin de Siglo. Ahora bien, pregunto y me pregunto: ¿Adicción a la violencia? ¿La violencia de la adicción? ¿Acaso no conforman una ecuación donde un término se complementa con el otro? En todo caso: ¿No son la violencia y las adicciones las expresiones de un malestar cultural que afecta a la gran mayoría de la sociedad? ¿Acaso no es que están adoptando nuevos modos de manifestarse?
            En nuestro país, desde el advenimiento de la democracia, la violencia ha ido cobrando una presencia distinta.
            El monopolio de un poder dictatorial, a través del miedo y del terror, ejercido sobre la población como modo de producir un reacomodamiento histórico, se ha transformado, merced a un epílogo vergonzante de impunidad, en el surgimiento de una violencia errática. Lo mencionado sumado a las nuevas condiciones socio-económicas impuestas - donde el consumismo se conjuga con un cada vez mayor empobrecimiento - promueven en el imaginario social la equívoca certeza de que los fines justifican los medios.
            La deserción del Estado como mediador de los distintos intereses sectoriales en beneficio de una minoría; la desarticulación de las relaciones sociales de un modo intempestivo (privatización, flexibilización laboral, etc.); la desocupación, con su consecuente impacto en los distintos niveles; la corrupción y la falta de una acción eficaz de la justicia, son algunos de los factores que en tanto vulneran el sentimiento de pertenencia, posibilitan asimismo una vivencia desintegradora.
            La precariedad, la incertidumbre, el desamparo, la inseguridad, el miedo, las migraciones forzadas, el desarraigo, han ido modificando la percepción de una realidad que supera la capacidad de elaboración, y - no en pocos casos - la capacidad de sobrevivencia misma.
            En el concepto de que la realidad existente es la única realidad posible, el ser humano se ve agobiado en su capacidad de representarse como un actor significativo partícipe de una historia colectiva.
            El individualismo, resultante de un narcisismo que es apuntalado constantemente por los modelos referenciales predominantes, fragmenta los vínculos de cohesión y solidaridad, actuando en desmedro de una adaptación creativa. El ajuste económico determina un compulsivo ajuste psíquico, esto es, a una sobreadaptación que conlleva la desvalorización del mundo interno, promoviendo una deshumanización desorganizante.
            La transición ya crónica que vivimos, se caracteriza por su alto grado de complejidad cuyos efectos se patentizan a nivel individual, familiar y social.
            El desvalimiento y la falta de perspectivas reales en contraste con una oferta sin límite generadora de una demanda artificial, donde la exaltación del hedonismo y la inmediatez entran en colisión con la insatisfacción de las auténticas necesidades, favorecen la aparición no sólo de la frustración y la imposibilidad del alcance de ciertos logros, sino a una verdadera parálisis e impotencia enmascarada o expresada en conductas impulsivas y compulsivas tendientes a disminuir o acrecentar el nivel de tensión, al rechazo y fuga de la realidad (tanto externa como interna), al servicio de la omnipotencia, el no reconocimiento de la diversidad y las diferencias, en fin, a una primacía del yo ideal.
            Los ideales colectivos se ven así debilitados, sumiendo a los seres humanos en un aislamiento, cuando no en una despersonalización que, potenciados por un contexto de arbitrariedad y de desigualdad de oportunidades, se ven inducidos a conductas de violencia y de adicción.
            La nuestra es una sociedad violenta y adictiva. Las normas éticas, el respeto, el sentimiento de pertenencia comunitarios, la cooperación, la fraternidad, son todos valores que se encuentran depreciados.
            De modo tal que las conductas violentas y adictivas están internalizadas como un producto casi natural de los cambios de la modernidad, esto es: están, en gran medida, legitimadas. (donde todos nos hemos convertido no sólo en potenciales "asesinos" sino también en "víctimas" "por naturaleza").
            El otro como semejante ha devenido enemigo, la moral se ve arrinconada por el pragmatismo y la decencia se ha convertido en un obstáculo en este marketing competitivo.
             Los afectos y emociones genuinos se ven colapsados por la indiferencia y la desesperanza, con la emergencia constante de una angustia que amenaza la existencia y que exacerba la agresión con manifestaciones auto y/o heterodestructivas.
            En resumen: el origen de la violencia (y las adicciones) puede ser explicado desde distintas perspectivas como un fracaso adaptativo, como el producto de una conducta aprendida o como consecuencia de una alteración psicopatológica, esto es: según se adopte un modelo socio-cultural, psicosocial o intrapsíquico.
             En cuanto a su reversión, ésta sólo será viable en la medida en que puedan efectivizarse respuestas integrales.

Dr. Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Octubre, 1996

Nota: Disertación presentada en las II Jornadas Atlánticas de Psiquiatría - Mar del Plata -

sábado, 24 de agosto de 2019

La desocupación (algunas de sus consecuencias)


  
5 Historias 5: Un hombre, una mujer, un joven, una anciana y un niño.

1-      Un hombre.

- Tengo una duda tremenda debido a un ofrecimiento que me hicieron...y bueno...quisiera saber que pensás. Resulta que tengo la posibilidad de vender drogas. Tengo que juntar una suma equis de dinero y si la vendo ganaría como diez veces más, un negocio. Pero no sé ...yo nunca anduve en esas y tengo miedo que me pase algo.
- Pero además, por lo que yo sé, siempre fuiste un tipo honesto y tenés un criterio ético acerca de ese tipo de cosas.
- Por eso quería hablarlo con vos, aunque sabía que me ibas a decir eso. Pero vos sabés, me estoy por quedar sin trabajo...me estoy volviendo loco... ¿Qué va a ser de mis hijos?... Si ya la plata no me alcanza…
- Me doy cuenta que la situación es muy difícil, pero también vas a tener que pensar que va a ser de tus hijos si te convertís en un delincuente.
- Yo...creo que no lo voy a hacer pero estoy desesperado...No quiero ser un mal padre...pero no sé que voy a hacer si me quedo sin trabajo...estoy muy mal...

2-      Una mujer

- Todo este tiempo que dejé de verlo anduve muy bien doctor, con algunas dificultades pero pude salir adelante hasta ahora, por eso vine a consultarlo. Ud. sabe que soy una mujer honesta que a pesar de todo hice lo mejor por mi familia. Mis hijos se han criado bien dentro de todo y les brindé cariño y atención, son excelentes personas. Pero ahora...las cosas así ...no puedo quedarme sin hacer nada...
- Supongo que se refiere a la situación económica
- Sí, no sólo que no mejoró, estamos cada vez peor. Nos ayudan mis padres que ya están jubilados... imagínese... Bueno por eso quería consultarlo...esto que le voy a decir no lo puedo hablar con nadie. Mire...siento mucha vergüenza por lo que estoy por hacer, pero ya no nos alcanza para vivir .Uno de mis hijos está estudiando en la Universidad y si seguimos así se va a tener que volver.
- ¿Qué piensa hacer?
- Soy una mujer atractiva todavía...bueno...me han ofrecido dinero...
- ¿Está ejerciendo la prostitución?
- (llorando) ...pensar que siempre me jacté de mi moral, soy cristiana. Nunca fui una mala mujer...
- Lo sé. Pero muchas personas sienten que el hambre y la falta de recursos es algo peor, más aún si tienen hijos.
- Ud. no debe estar de acuerdo que haga algo así. Por favor no me juzgue, sólo quiero que me escuche...

3- Un joven

- Estoy mejor, menos deprimido. Por lo menos duermo mejor y no tengo ganas de matarme. Ahora tengo que ver como hago para irme de mi casa, porque así no puedo estudiar, no puedo hacer nada.
- Contame.
- Es un quilombo. Mi vieja se la pasa llorando todo el día, se levanta para hacer de comer y se vuelve a acostar. Mi hermano más chico no estudia, va al colegio cuando quiere, no la da bola a nadie. Yo creo que debe andar en la falopa o algo de eso. Vuelve a la hora que se le canta, trata de no estar nunca en casa.
- ¿Y tu papá?
- ¿Mi viejo?... un desastre. Anda de un lado para otro. Dice que se va a arreglar todo, que hay que tener paciencia. Es un boludo, siempre fue un boludo, un fracasado. A mí no me va a pasar lo mismo...
En casa no lo bancamos. No existe. El otro día no sé que me dijo y le pegué un empujón...si se hacía el pesado le metía una piña. Lo odio.
- Pero ¿Desde cuándo están así las cosas? No creo que haya sido siempre así...
- No... no fue siempre así... Se despelotó todo después del retiro... tuvo un preinfarto o no sé qué en el corazón y quedó hecho un pelotudo... Además se le dio por chupar...es un imbécil...
- ¿Qué retiro?
- ¿No te conté? Pidió el retiro en la empresa... Bueno ...antes de eso ya andaba medio loco...pero después en mi casa se fue todo a la mierda...Yo me tengo que ir lo antes posible de ahí... si no voy a matar a alguien o voy a terminar amasijándome... No me quiero volver a deprimir....

3-      Una anciana

- He vivido muchas cosas... Sobreviví a tantas cosas terribles... y ahora que soy una vieja tengo que pasar por todo esto...La vida así...mejor morir...
- A pesar de todo la veo mejor.
- Sí estoy mejor. Ahora no sufro tanto. Pero eso quería decirle...no quiero seguir sufriendo... ¿a ud no le parece que tengo derecho?
- Por supuesto.
- Por eso...como no me queda más plata este mes ya tomé una decisión...
- ¿Cuál?
- ¿Vio que yo tengo que tomar los remedios por mi problema cardíaco?....bueno... en mi casa ya no tenemos plata, así que voy a comprar nada más que los remedios para la depresión ...prefiero morir del corazón que estar como estaba... no quiero seguir sufriendo.... ud. me entiende doctor ¿no?...

5- Un niño
- En mi casa dicen que estoy enfermo...y que soy malo porque no estudio y no hago caso...Siempre hago alguna macana...yo pienso que tienen razón...Es que no sé que hacer y entonces rompo algo o los hago enojar...
-¿A quiénes?
- A mi papá, a mi mamá ... a todos...Pero a mi también me joden. Todos me pegan...por cualquier cosa...como tengo fuerza me agarran entre todos y me pegan...
- ¿Cómo... entre todos?
- Sí, me agarra mi hermana y mi mamá y viene mi papá y me pega... Mire como tengo...aquí me pegó ( muestra una marca en la espalda).... A veces mi papá le pega a mi mamá y ella me pega a mí...
- ¿Y vos que hacés?
- Nada... ya no lloro... pero estoy esperando a ser grande... Ya me voy a vengar...
- ¿Y qué les pasa que están así?
- No sé... antes no pasaba...cuando mi papá tenía el otro trabajo... Ahora se va a la seis de la mañana y vuelve como a las diez de la noche... y mi mamá también tiene que trabajar...Yo estoy solo todo el día...Y los fines de semana mi papá duerme todo el día... En el trabajo le dicen que si no le gusta que se vaya...A mí me da lástima (llora)... él antes era bueno... ahora anda siempre enojado... y siempre nos está diciendo a todos: al que no le gusta ya sabe lo que puede hacer...y nos muestra la puerta... Antes nos asustábamos...ahora no le damos bolilla total después se le pasa... A mí me tiene podrido que me peguen...pero a lo mejor es porque estoy enfermo y soy malo...

Cinco 5 historias (¿ficticias?) que tienen un nexo común: la desocupación y el temor a la miseria atravesando impiadosamente la vida de tantos seres humanos.
Cualquier semejanza con un hecho real es pura coincidencia

Dr. Miguel Angel de Boer



"LA DESOCUPACION: ALGUNAS DE SUS CONSECUENCIAS"

I- Breve introducción.

Los años venideros darán cuenta de si el cambio que se está viviendo en el mundo corresponde al colapso de la modernidad, o es un proceso del cual emergerá una instancia superadora de la misma.
Lo cierto es que nuevas condiciones políticas, económicas y tecnológicas han modificado a la sociedad de un modo impensable en cuanto a su magnitud y vertiginosidad.
La globalización de la economía con el consiguiente desdibujamiento territorial, es decir la transnacionalización; la aceleración del cambio tecnológico con el auge de la informática y su impacto en la comunicación; el predominio de la racionalidad del mercado en desmedro de la intervención del Estado como mediador de los distintos intereses sectoriales ( privatización) ; la descentralización del ser humano como sujeto prioritario del acontecer histórico; han condicionado una situación de precariedad en la vida cotidiana que se patentiza en una cada vez más aguda fragmentación social, con impactos múltiples a distintos niveles.
El culto al consumismo, la oferta ilimitada de la diversidad ("el imperio de lo efímero", donde todo lo que aparece ya es obsoleto), la pérdida de hegemonía del saber y el conocimiento, la transformación de los roles familiares y sociales, la modificación de las costumbres, están produciendo un cambio en la percepción de la realidad tal cual era captada hasta hace muy poco tiempo.
La sociedad pareciera estar decidida a mostrarse en toda su desnudez, tanto en su capacidad de desarrollo y evolución, como en el grado de injusticia e inequidad a la cual está dispuesta en función de la lógica del rendimiento.
Nunca se ha puesto tan en evidencia la ilimitada inteligencia del ser humano, como nunca se expusieron de un modo tan desenmascarado las desigualdades y las miserias.
Todo lo cual conlleva una vivencia de incertidumbre que derrumba los sentimientos de seguridad, vulnera los proyectos colectivos, dejando inerme a la gran mayoría ante una realidad cada vez más compleja, donde las expectativas se ven frustradas permanentemente, generando la pérdida de referentes indispensables para la cohesión individual y social con la consiguiente desorientación y confusión.
Ya nada es como era, y lo que es va cambiando permanentemente. La realidad se ha hecho más irreal en algún sentido y mucho más real (hiperreal) en otro. Todo es posible y todo es imposible. Se ha anunciado que sería posible superar la velocidad de la luz. Podemos presenciar cualquier acontecimiento que ocurre en cualquier lugar del mundo al instante, a la vez que no sabemos qu{e va a ser de nuestras vidas la semana próxima. El mundo se encuentra al alcance de todos (¿de todos?) aunque a muchos ya no les "alcance" el dinero para comer. Los llamados "chicos de la calle" manejan con habilidad juegos electrónicos que la mayoría de los adultos sienten como inaccesibles, y es de esperar que muy pronto se difundan a nivel masivo los juegos de realidad virtual. En muy poco tiempo los mecánicos que no conozcan computación no sabrán que hacer con los vehículos que salen al mercado. Los jóvenes no saben qué estudios seguir (los que pueden) porque las posibilidades de sobrevivencia a través de una profesión se ven acotadas. Ser comerciante o empresario no garantiza un futuro de bienestar económico. Las profesiones liberales no son reaseguro de nada. Las relaciones de dependencia tampoco.
Los pocos beneficiados ostentan sus privilegios sin ningún pudor, y los marginados comienzan a exteriorizar su malestar de múltiples maneras.
La democracia como sistema de gobierno parece haberse fortalecido. La dificultad radica en qué hacer con ella, para poder articular un proyecto que beneficie a la sociedad, esto es: que el crecimiento económico no se produzca a expensas de la justicia social.
Y dentro de los múltiples problemas que se deben resolver, se destaca una nefasta consecuencia de los cambios que se están produciendo y que se ha transformado en un emergente social que se agrava día a día: la desocupación.

II- Algunas precisiones.

El ser humano no adquiere su condición de tal únicamente por su condición biológica. Esto es: el cuerpo anatómico se humaniza en tanto adquiere una identidad, la cual se construye a través de (y lo enraíza en) la cultura. Y en ese recorrido de lo biológico a lo social deviene como un ser trascendente con conciencia de si mismo y para los demás.
De modo que el lugar que ocupa una persona en el medio social al que pertenece, es un elemento determinante de su constitución como tal, en tanto factor de sostén y de integración, sin el cual queda marginado y excluido como actor o agente social, queda desarraigado.
Un des-ocupado es alguien que ha dejado de ocupar su lugar. Lo ha perdido. Perdiendo no sólo un marco de referencia temporo-espacial, sino los atributos inherentes al mismo, tanto desde el punto de vista subjetivo (para sí mismo) como en relación a su contexto. Existimos en tanto seres vivos, pero somos en la medida que podemos expresar y desarrollar socialmente nuestra personalidad. En este sentido ser un desocupado equivale a un ser-a-medias o a un no-ser (en tanto vivencia de incompletud).
Es decir que el trabajo no sólo sirve para hacer dinero (hay muchos otros modos de poder lograrlo), sino que brinda la posibilidad de orientar los componentes vitales hacia fines sociales (entre ellos las pulsiones agresivas). Y con esto no me estoy refiriendo al trabajo en sí mismo, sino a aquel que contempla las necesidades y las capacidades, es decir al trabajo digno y no al que suele enmascarar las más crueles formas de explotación y denigración humanas o al que se utiliza para ocultar lo que en realidad no es sino parasitismo y corrupción.
De modo que quedar desocupado implica quedar afuera, al margen de las posibilidades, no sólo del progreso o la mera sobrevivencia, sino de la inserción social misma, en la medida en que la improductividad - en una sociedad que hace de la eficiencia y la capacidad de consumo valores de reconocimiento- estigmatiza (señala) a quien no trabaja como alguien que ha "fallado" en cuanto a responder a los mandatos que esta misma sociedad le ha impuesto, y que están interiorizados en tanto mandatos culturales.
Esto significa que todo aquél que ha perdido su fuente laboral vive tal situación como un fracaso personal (por más que la misma sea producto de un proceso socio-económico), generándose numerosos conflictos que se expresan a nivel individual, familiar y social.

III- Consecuencias

A la luz de la experiencia que hemos tenido oportunidad de vivir hasta el momento se pueden considerar tres etapas (a los fines descriptivos) respecto a la desocupación:
l) la amenaza de quedar desocupado 2) el momento en que se produce la desocupación y 3) la situación de ser un desocupado.

l) La amenaza

Esta etapa - que hoy por hoy vive la mayoría de la población- se caracteriza por una serie de mecanismos que entran en juego con la finalidad de atemperar o conjurar la idea de que tal situación pueda llegar a producirse.
Las fantasías tienen un carácter mágico y su sustrato común es la idea de que "a mí no me va a pasar" o "a mí no me puede pasar". Racionalizaciones tales como: "con los años que llevo no creo que me despidan", " soy joven pero efectivo", van adecuándose según la situación de peligro va avanzando (despido de compañeros de trabajo, anuncio de reestructuraciones, etc.). En el caso de las empresas estatales (como YPF) el conjuro estaba sustentado en hechos como la supuesta seguridad que brindaban ciertos cargos jerárquicos o el "manejo de la información" que circulaba a través de una intensa y confusa campaña de rumores; argumentos emocionales tales como: "con todo lo que le dí a la empresa no me puede hacer esto" o francamente místicos: "no he hecho nada para que Dios me castigue de esa manera".
Los intentos de negar o desmentir la posibilidad del desempleo se van tornando con el tiempo cada vez más ineficaces, lo cual se pone de manifiesto en un incremento constante de la ansiedad, trastornos del humor, dificultades a nivel familiar con un bajo nivel de tolerancia y aumento de la agresión, incremento del consumo de alcohol y/o psicofármacos, con un paulatino estado depresivo (cansancio, pérdida de interés, dificultades de memoria y concentración, trastornos del sueño, etc, acompañado por lo general de fantasías catastróficas), donde no son infrecuentes los ataques de pánico (súbito temor a morir acompañado por sensaciones que semejan una crisis cardíaca, con mareos, palpitaciones, etc), diversas manifestaciones psicosomáticas ( hipertensión. gastritis, asma, problemas de piel) y afecciones compatibles con un elevado nivel de estrés tales como las crisis hipertensivas, los infartos y los accidentes cerebro-vasculares. Desórdenes todos compatibles con la sobreadaptación a la que se debe hacer frente.
La situación repercute a nivel familiar con las consecuentes dificultades de pareja (disputas de diversa índole, disfunciones sexuales, etc.) y diversos trastornos en los hijos: de conducta, de aprendizaje, alimentarios, psicosomáticos, etc. (los niños y los adolescentes por su vulnerabilidad suelen ser los primeros en acusar el impacto).
En el caso de las personas que no están en relación de dependencia las consecuencias no son muy distintas, salvo el desasosiego debido a la carga que implica la autonomía y la consiguiente autoresponsabilidad en los resultados de la posible catástrofe.

2) El despido.

Es vivenciado en un primer momento como el fin de una larga agonía, con el consiguiente alivio inicial respecto de una situación psicológicamente insoportable. "Ya voy a ver qu{e hago", " ya no aguantaba más" son algunas de las expresiones más frecuentes. Vivencias de este tipo aceleraron la decisión de muchos (sumado a la intensa presión psicológica a la que se vieron expuestos) a aceptar los retiros "voluntarios", como modo de acelerar el cese del sufrimiento. El alivio suele ir acompañado de cierta euforia (contracara de la depresión subyacente) respecto a las posibilidades de hacer algo "distinto", que se expresa en ideas como: "voy a trabajar por mi cuenta", "al fin y al cabo el trabajo ya me tenía podrido, "ya no voy a tener que bancar más a los del laburo", "con las relaciones que tengo, seguro que algo consigo", etc.
Alivio y euforia que luego van cediendo ante las dificultades que se van presentando para lograr los objetivos propuestos, con lo que la esperanza va disolviéndose para dar lugar a sentimientos de impotencia, de autodesvalorización, en fin, de intensa frustración y desasosiego.
En general el grupo de pertenencia (familia, pareja) - que un comienzo actúa solidariamente - va reaccionando frente a la nueva situación con actitudes de reproche y resentimiento hacia el desocupado, produciéndose una disgregación en los vínculos de cohesión, lo cual produce un reforzamiento del sentimiento de marginación. El tiempo ocioso forzado, con los consiguientes cambios en los ritmos cotidianos, son fuente de fricciones que van incrementándose con el tiempo, modificándose sustancialmente la valoración del rol que desempeñaba en el grupo familiar quien era - hasta ese momento- la base del sustento económico del mismo. Lo cual acrecienta el temor y la sensación de peligro del desocupado, puesto que a la marginación laboral se suma la marginación en el seno de la familia, es decir, se instala la amenaza de la pérdida del soporte y continente afectivo y emocional.
En esta etapa suelen aparecer en forma súbita - o se acentúan - las patologías enumeradas en la etapa anterior, destacándose la intensificación de la violencia, los conflictos de pareja (separaciones), los desórdenes en los hijos (quienes comienzan a descalificar al desocupado, quien es visualizado - ahora - como el responsable de la frustración de sus necesidades y de su desprotección). Los estados depresivos se instalan en toda su magnitud, del mismo modo que el uso de distintas sustancias, como modo de evadir tan penosas circunstancias.
En definitiva, la sensación de aislamiento es cada vez mayor, y al empobrecimiento económico se suma el empobrecimiento de la propia identidad, la cual se ve convulsionada por una verdadera crisis.

3) El post-despido.

Paulatinamente tanto el desocupado como el grupo familiar, van adecuándose a la situación, es decir, toman plena conciencia de su estado y sus consecuencias, frente al cual dos son las actitudes que se adoptan más frecuentemente:
a) La reorientación del grupo: con el reordenamiento de los roles, la intensificación de la solidaridad entre los miembros, la búsqueda de readaptación creativa a través del diálogo y el rescate de los lazos afectivos. En muchos casos se produce una ampliación de los vínculos en la red familiar (búsqueda de apoyo en parientes), como asimismo en el ámbito social de pertenencia (asociaciones, vecinos, etc.). En definitiva, se opta por el acercamiento y la confraternidad como modo de atemperar el impacto, lo cual se expresa a través de una participación social y cultural con predominio de los sentimientos de solidaridad y cooperación. Esta actitud posibilita una resignificación que abre las puertas a la búsqueda de alternativas de solución tanto individuales como colectivas (ó mejor dicho: donde los intereses colectivos no se viven como opuestos a los intereses individuales), por lo que ni el desocupado ni el grupo familiar quedan aislados de su entorno, lo cual permite la transmisión y el uso de la experiencia (y cultura) acumulada.
b) La cronificación del desajuste y el deterioro: en cuyo caso predominan la dispersión familiar, la resignación paralizante, el individualismo (cada uno se "arregla por su cuenta"), cuando no directamente la destructividad en sus manifestaciones más primitivas. La violencia, el desapego y la renuncia a las responsabilidades, generan situaciones que suelen ser irreversibles: tal el caso del suicidio, la agresión física descontrolada o el abandono de los más débiles (enfermos, niños y ancianos). La confusión gana terreno produciéndose una verdadera pérdida del sentido de realidad. La frustración y la agresión se suelen expresar en esta etapa a través de diversas patologías tanto a nivel psicológico como somático (los desórdenes de estrés post-traumático, las enfermedades cardiovasculares y psicosomáticas, los trastornos de ansiedad, la depresión, el cáncer, se ven incrementados), con lo cual se agrava aún más la situación económica, favoreciendo la aparición de conductas antisociales o delictivas.
Con la vivencia de que "no hay nada que hacer", de que "todo está perdido" y de que "ya nada importa", la agresión desborda el ámbito familiar para trasladarse al ámbito social (cualquier motivo se torna válido para expresar la violencia contenida).
La pérdida absoluta de expectativas, la desesperanza y el escepticismo socavan el psiquismo, naturalizándose así conductas denigratorias de la condición humana con la transgresión de las más elementales pautas de convivencia.
Todos están dispuestos a cualquier cosa con tal de "zafar", tanto del hostigamiento externo como del desequilibrio interno, "huida" que - por imposible - produce situaciones cada vez más complejas.

IV- Conclusiones.
De modo alguno he pretendido agotar con el presente las innumerables consecuencias de un problema tan complejo como es el de la desocupación. Trabajo que compete al ámbito de distintas disciplinas e investigadores. Mas no por complejo debemos eludir su reconocimiento y los modos de poder resolverlo.
No comparto el concepto de que se trata de un flagelo, pretendiendo con este eufemismo simplificar las causas que lo promueven. La economía de mercado - tal cual se ha implementado hasta el momento - ha traído aparejado una progresiva exclusión social, donde los "beneficiados" son cada vez menos. En la medida que no se promuevan soluciones genuinas, los efectos seguirán produciéndose inexorablemente. Los estallidos sociales que se presentan cada vez con mayor frecuencia son prueba de ello.
El asedio de la miseria y la pobreza generan un sentimiento de orfandad y de incertidumbre que llevan a la desesperación y al desdibujamiento de las expectativas. Se han globalizado la desilusión y el desencanto.
La exaltación de la ecuación costo-beneficio en desmedro de las necesidades de distintos sectores sociales vulnera los lazos de pertenencia y fractura los bases de arraigo a la comunidad.
La fragmentación familiar y la atomización social son el campo fértil para el surgimiento de la violencia en sus distintas manifestaciones. (hasta no sería improbable un resurgimiento de cuño mesiánico que pretenda "cambiar "el curso de la historia )
La deserción del Estado en su función de mediador para el logro del bien común ( que se patentiza en su desentendimiento en ámbitos como la salud y la educación) en conjunción con la reconversión que afronta el sector privado, sigue posibilitando la inequidad y la desigualdad de oportunidades, con el agravante de la declinación de valores éticos y morales sustentados en el afán de lucro y de poder, o en pos de la mera subsistencia (empleados "noquis", funcionarios supernumerarios, élites a nivel dirigencial estudiantil y académico en las Universidades haciendo su negocio particular, es decir: burocracia administrativa, política y pedagógica, que contribuyen así a fortalecer la idea acerca de la ineficiencia y la incredibilidad en las instituciones estatales, etc).(·)
La complejización de la realidad incrementa la vivencia de imprevisibilidad frente a la cual no caben soluciones simples. En ese sentido el problema de la desocupación afecta al conjunto de la sociedad y la única salida posible estará dada por la conjunción de esfuerzos de la sociedad en su conjunto.
Cabe señalar que entiendo que no es la desocupación el factor único y excluyente de todos los efectos que he señalado en el presente trabajo (puesto que cualquier patología es consecuencia de múltiples factores, y no toda persona que atraviesa esta situación necesariamente ha de enfermarse), pero es indudablemente en este momento, el más relevante. Con esto quiero significar que no sólo generando fuentes de trabajo es que se va a mejorar linealmente la salud mental de la población, pero sin lugar a dudas contribuirá a acrecentar la misma de un modo notable.

Dr. Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Agosto 1995
(·) El Ministro de Economía (Domingo Cavallo) acaba de reconocer públicamente la existencia de bolsones de corrupción a distintos niveles gubernamentales ( "mafias").

(·) Seleccionado como el mejor Trabajo Libre presentado en las II Jornadas Atlánticas de Psiquiatría, organizado por la Sociedad de Psiquiatría y Psicología Médica de Mar del Plata y la Sociedad de Psiquiatría de La Plata, realizadas entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre de 1996.


sábado, 17 de agosto de 2019

Thànatos (*)



En un texto que data del año 1920 y que lleva por título “Más allá del principio del placer”, Sigmund Freud postula la existencia de las por él denominadas “pulsiones de muerte”. Hipótesis debatida en el curso de la historia del psicoanálisis, dichas pulsiones (empuje) darían cuenta, según Freud, de la tendencia que tiene el ser humano hacia su propia destrucción.
Por oposición a Eros (“pulsiones de vida”) y en una lucha permanente por imponerse, Thánatos (dios de la muerte en la mitología griega) actuaría poniendo en juego la agresión y la destructividad en la búsqueda del retorno (psíquico) a un estado previo, de la ausencia absoluta de conflictos, en pos de la calma definitiva, de la inorganicidad, en fin, de la muerte.

La historia
De la humanidad, claro está, pareciera darle la razón al obstinado vienés.
Con motivo de una carta que le enviara Albert Einstein en 1932 respecto a su inquietud por el origen psicológico de las guerras, Freud reitera sus conceptos y cierto escepticismo respecto a la posibilidad de que en algún momento de su evolución, los seres humanos pudieran llegar a convivir sin la necesidad de destruirse entre si (paradójicamente lejos estaba Einstein de imaginar el uso mortífero y devastador que le daría a sus descubrimientos, cuando planteaba su preocupación respecto de la paz).

El desarrollo
El desarrollo psicológico del ser humano está determinado por una secuencia que signa su existencia: nace inerme ante los medios que lo rodean, queda expuesto a frustraciones constantes; éstas generan una vivencia de displacer que deviene en agresión y sólo a partir de sucesivas experiencias de placer y satisfacción (amor y ternura) puede incorporar la capacidad de tolerar el dolor psíquico, superar los sentimientos de rabia y odio, para poder así dar curso a su capacidad creativa, como modo de expandir su mente en un sentido constructivo.

La sociedad
Requiere de un ordenamiento para lograr su subsistencia. Y del “gobierno” de la intrincada trama en la que se expresa la relación entre sus miembros, depende la regulación de sus tan variados y contradictorios intereses.
La puja social, económica, política, cultural, está ensamblada en las necesidades de los distintos sectores sociales y de cada ser humano en particular. En tanto dichos intereses buscan imponerse por sobre los ajenos, surgen entonces las desigualdades y la injusticia.
El desmembramiento actual del mundo “conocido” (con sus reglas de juego, sus precisas ideologías, sus delimitadas fronteras) sume al individuo en una atmósfera de desamparo y temor, donde nada pareciera brindar la seguridad de lo certero.

La agresión
Las pulsiones destructivas de muerte encuentran en este “nuevo” mundo amenazante, un terreno fértil en donde manifestarse. En la vida cotidiana, en el ámbito de la familia, del trabajo, del estudio; a nivel personal, en la intimidad, en las relaciones públicas y privadas.
Y de tanto en tanto, hacen su ostentación más visible en episodios que, por su magnitud, convocan a una toma de conciencia ineludible por parte del conjunto de la comunidad, de la sociedad.
En dichas circunstancias, nos vemos remitidos a nosotros mismos; puesto que nos inducen a determinar con responsabilidad hasta qué punto nuestras actitudes, nuestros actos -y los
de quienes rigen nuestro destino- están supeditadas o sometidas a Thánatos o por el contrario, posibilitan que Eros logre su primacía.

Miguel Angel de Boer
Abril de 1992

(*) Publicado en el libro : “Desarraigo y Depresión en Comodoro Rivadavia y otros textos “  - 3 Ediciones