sábado, 21 de marzo de 2015

EL BRINDIS ("Adagio..) (*)



Confieso que ni bien comencé a ver las luces de la ciudad, ya próximos al aeropuerto, el miedo me invadió sorpresivamente al tiempo que se sucedían, una tras otra, imágenes de aquel entonces.

Si bien habíamos atravesado una ( "En mi país que tristeza, la pobreza y el rencor")inquietante turbulencia - que por un momento temí fuera un mal presagio -, supe que se trataba del mismo miedo de mierda que por mas de veinte años me había impedido regresar a mi querida Córdoba, la "docta".

Llegaba ahora sin saber con que me iba a encontrar luego de tanto tiempo, a la vez que con el entusiasmo de concretar un retorno ("Dice mi padre que ya llegará desde el fondo del tiempo otro tiempo") ciento de veces postergado. Aunque en verdad, mi anhelo era poder reencontrarme al menos con algunos de mis compañeros y amigos, y recorrer esas calles y plazas que tanto había añorado a la distancia.

Ya en tierra, una noche calurosa y estrellada me transportó inmediatamente a aquel verano del 67' cuando llegué por ("sobre un pueblo que sueña labrando su verde solar") primera vez, lleno de dudas e ilusiones, a estudiar medicina. Ya camino al centro y a medida que hacíamos el recorrido, para mi sorpresa, fui reconociendo calles y lugares que tenía por olvidadas definitivamente.

Fue así que, casi sin darme cuenta, y luego de contemplar embelesado la Plaza Vélez, cumplí con un deseo que me había prometido antes de salir de Comodoro: tomar una fresca cerveza al ("En mi país que tristeza, la pobreza y el rencor") borde de la Cañada, acompañado por mi hijo Manuel y atendidos por una joven, tierna y simpática moza, que me recordó el encanto y la frescura de las mujeres cordobesas. 

Bueno, no solo de las cordobesas.

Lo que vino después será motivo, tal vez, de otros relatos, porque quiero ahora compartir mi reencuentro con ellos: mis compañeros, mi familia, mis amigos.

Enterados de mi presencia el mismo viernes que llegué, quedamos en comer un asado el domingo al mediodía. Ignoraba quienes iban a asistir, lo que acrecentó aún más mi excitación ("Tu no pediste la guerra madre tierra, yo lo sé") y mi impaciencia. Si bien tenía alguna información, no sabía realmente quienes habían sobrevivido, a quienes se iba a poder ubicar y además habían transcurrido casi treinta años desde que nos viéramos por última vez, con muchos de ellos.

Tras haber pasado una noche bastante agitada, salí a la "reunión" con una mezcla de curiosidad y temor, de angustia y euforia, en tanto ("Dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes") los recuerdos se iban agolpando de un modo errático y vertiginoso, atravesando mi cuerpo y mi mente en un torbellino imparable.

Cuando me iba acercando a la casa, bajo un sol espléndido y un cielo azul como la vida, mi corazón comenzó a palpitar intensamente al ver ("él siente que el pueblo en su inmenso dolor") , maravillado, que todos me estaban esperando en la vereda y caminaban lentamente a mi encuentro.

Fue entonces que un fulgor indescriptible se desparramó por mi pecho, casi hasta el aturdimiento.
Porque me parecía imposible.
Porque tantos  años  tantos, tantos sufrimientos tantos, tanto dolor, tanto, tanto espanto, tanto, se desvanecían en un instante ante ese milagro que ("hoy se niega a beber en la fuente clara del honor") estaba presenciando: algunos de los seres mas queridos de mi vida, se encontraban, juntos, aguardando mi llegada.
Y allí, en la vereda de un barrio cordobés, me sentí, de golpe, el ser mas afortunado de la tierra.
Primero vino la Gorda, casi corriendo, con los brazos abiertos como para atraparme a la distancia. Con sus bellos ojos encendidos, exclamando mi nombre emocionada (y yo el de ella), hasta que ("Tu no pediste la guerra madre tierra, yo lo sé") nos fundimos en un abrazo tan profundo que nos llegó hasta el alma.
Querida Gorda.
Un poco mas allá se encontraban Juan (con su rostro siempre generoso y deslumbrante, a pesar de su evidente parálisis) con su esposa y una de sus ("En mi país somos duros, el futuro lo dirá") hijas, a quien yo conocí de pequeña. Y juro que los brazos no me alcanzaban para acunarlos en mi pecho.

Queridos amigos.

Después nos dimos un abrazo, que hubiéramos querido prolongar eternamente, con el Negro, con quien compartimos tantas cosas que no nos bastaría lo que nos resta de existencia para poder recordarlo.

Querido compañero.

Fue entonces que estallé en un llanto incontrolable, desgarrador, de dolor y de dicha. Con lágrimas que tenía acumuladas vaya a saber desde ("Canta mi pueblo una canción de paz") cuando, pero seguro que no menos de tres décadas, por no decir toda la vida.

Queridos compañeros.

Después hablamos, nos contamos, nos preguntamos: "pero que linda que estás", "te acordás la vez que.", "supiste que se murió la Negra Marta" "no me digas. puta madre..", "pero estás igual que siempre hijo de puta", "nunca supe como fue la muerte de la Flaqui","el Loco también está vivo", "yo de haber sabido donde estabas te hubiera entregado, porque me interrogaban poniéndole la pistola en la cabeza a mi hijo...quiero que lo sepas, perdoname.", "...dejate de joder...estamos todos juntos ahora,¿no?...", ("detrás de cada puerta está alerta mi pueblo") ,"y tu amigo...¿se murió?"..."bueno, en realidad se suicidó…", "no me digas…", "¿a vos también te torturaron en el Cabildo?" ,"yo de pedo no fui a parar a La Perla", "me acuerdo en el Cordobazo...", nos miramos, nos tocamos, nos besamos. Reconociéndonos. Redescubriéndonos.

Evocando y reconstruyendo un pasado que resurgía a borbotones con recuerdos que habían quedado sepultados hasta su inexistencia y que afloraban ahora intactos ("y ya nadie podrá silenciar su canción") o bien para ser corregidos, cotejados, comparados. Como si el olvido (ese olvido) los hubiera estado protegiendo hasta este prodigioso momento.

Deleitándonos con uno de los asados más sabrosos que comí en mi vida, en la mesa más bella del mundo, felices todos, hasta el infinito, de estar juntos otra vez.

La tarde fue transcurriendo ("y mañana también cantará") serena y apacible, como si no nos hubiéramos dejado de ver nunca.

Con la misma confianza y franqueza de entonces. Con el mismo afecto. Con nuestras vivencias intactas. 

Poniéndonos al día como podíamos. Haciéndonos regalos, mirando fotos, develando dudas, confusiones, malentendidos.

En tanto, seguíamos pendientes de la (“En mi país somos duros, el futuro lo dirá") televisión para saber los resultados de las elecciones en Uruguay, apostando a Tabaré y los tupas, claro.

¡Y yo enterándome, después de casi treinta y cinco años de habernos conocido, que el Negro es un bostero!

¡Y todos cagándonos de risa cuando le dije que de haberlo sabido lo hubiera batido para que se quedaran con un hincha menos!

¡Y yo conociendo a mis (“En mi país que tibieza cuando empieza a amanecer") sobrinos y a sus hijos, que con los otros chicos estaban disfrazados porque era Halloween, sintiendo que tiempos disímiles se superponían y entrelazaban mágicamente!

Y mas recuerdos. Y mas anécdotas.

Armando rompecabezas y rompecorazones.

Y mas abrazos. Y más besos. Y más caricias. Y mas miradas. Iluminadas. Dignas. Serenas. Transparentes.

A pesar de todo lo ocurrido.

O por ello mismo.

Fue así que, en un ("Dice mi pueblo que puede leer en su mano de obrero el destino que va a recorrer") momento, decidimos realizar un brindis.

Y lo hicimos: de pie, alzando nuestros vasos y copas, chocandolos unos con otros, con y por la emoción de estar vivos.

Brindando por todo.

Celebrando por todo.

Si, por todo.

Por todos.

Porque estábamos todos.

Porque no sé si para los demás, pero puedo asegurar que para mí no faltaba nadie.

Ni Mary, ni Marta, ni Alfredo, ni Raúl (" y que no hay adivino ni Rey que le pueda marcar el camino que va a recorrer") , ni Aldo, ni el Gringo Tosco, ni el Che (cuyas sendas pequeñas esculturas, realizadas por el magnífico artista Carlos Benavidez, recibí de obsequio), ni el gordo Varas, ni Mena, ni Papillón, ni el Cuqui, ni Nené, ni Yiyí, ni el Tano Carlos, ni Rubén, ni tantos que ya no están, pero siguen y seguirán existiendo, por siempre.

Porque brindamos por ellos y por nuestros sueños mas ("En mi país que tibieza cuando empieza a amanecer") apasionados.

Por todo aquello que compartimos, en las buenas y en las malas, con nuestras convicciones y nuestros ideales.

Por nuestra lucha.

Con alegría.

Con coraje y decisión, pero sin perder la ternura.

Jamás.

Y no la perdimos.

Doy fe.

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Marzo, 2006

"En mi país somos miles y miles
De lágrimas y fusiles
Un puño y un canto vibrante
Una llama encendida, un gigante
Que grita: adelante, adelante.

En mi país brillará
Yo lo sé el sol del pueblo
Arderá nuevamente
Alumbrando a mi tierra"


Alfredo Zitarrosa

(*) Escribí la primera versión de este relato en Noviembre del 2004 con la idea de compartirlo en las fiestas de fin de año, pero fue cuando ocurrió la tragedia de Cromagnón y desistí de hacerlo frente a lo conmoción en que nos sumió a todos.
El tiempo ha ido pasando y siento que al cumplirse 30 años del golpe, puedo hacer nuevamente es Brindis con todos.
La foto con Mary (María Haydée Rabuñal, mi primera esposa, fallecido), es  del 74/75 aproximadamente.

miércoles, 18 de marzo de 2015

TO CALETA CORDOVA (*)

I long for that time
back then in Caleta
where life
was not nostalgia
of alcohol and parties
doors open
and a beautiful park
where I played

Afternoons resting
the smell of seaweed
motor boats populating
the green waters,
while a dinghy
spread its nets
accompanied
by a restless seal


Workers
planting fruit
opening tracks
for the next day
on gangplanks
or receiving
sleepless boats
taking the soul away

Mixture of languages
and customs
the whole world
had in my childhood
Spaniards Italians
or provincials
and even a Korean
along the beach

But the lobster
took everything
killing green
killing desire
even homes
were dissolved
along with them
hopes

I went looking for
my own story
and the memory of you
went with me
now I see you
still so tender
that the stars
dance and sing

Do not grieve
do not fade away
Women and men
still love you
honeys from heaven
move waves
so that you may vibrate
and be thus reborn

Miguel Angel de Boer

Caleta Córdova is located a few miles north of Comodoro Rivadavia. It was a typical "ypefiano" [Yacimientos Petrolíferos Fiscales] camp (before the privatization of the Oilfieds in the 90s. The poem is already decades old.


(*) Traducción de Robert “Bob” Gurney, Londres 14/03/15


A CALETA CORDOVA

Añoro ese momento
en ese entonces en Caleta
donde la vida
no era la nostalgia
de alcohol y fiestas
puertas abiertas
y un hermoso parque
donde jugué

Las tardes de descanso
el olor de las algas
barcos de motor que pueblan
las aguas verdes,
mientras que un bote
extendido sus redes
acompañado
por un sello inquieto


Trabajadores
plantación de frutas
la apertura de pistas
para el día siguiente
en pasarelas
o recibir
barcos de insomnio
teniendo el alma de distancia

Mezcla de idiomas
y costumbres
todo el mundo
tenido en mi infancia
Españoles italianos
o provinciales
e incluso un coreano
a lo largo de la playa

Pero la langosta
 tomó todo
verde matando
matando deseo
incluso casas
se disolvieron
junto con ellos
esperanzas

Fui a buscar
mi propia historia
y el recuerdo de usted
se fue conmigo
ahora te veo
siendo tan tierno
que las estrellas
bailar y cantar

No te aflijas
no se desvanecen
Mujeres y hombres
aún te amo
mieles del cielo
ondas de movimiento
para que pueda vibrar
y ser así renacer

Miguel Ángel de Boer

 Caleta Córdova se encuentra a pocos kilómetros al norte de Comodoro Rivadavia. Fue un "ypefiano" típico [Yacimientos Petrolíferos Fiscales] campamento (antes de la privatización de los Oilfieds en los años 90. El poema ya tiene décadas de antigüedad.