Confieso que ni bien comencé a ver las luces de la ciudad,
ya próximos al aeropuerto, el miedo me invadió sorpresivamente al tiempo que se
sucedían, una tras otra, imágenes de aquel entonces.
Si bien habíamos atravesado una ( "En mi país que tristeza, la
pobreza y el rencor")inquietante turbulencia - que por un momento
temí fuera un mal presagio -, supe que se trataba del mismo miedo de mierda que
por mas de veinte años me había impedido regresar a mi querida Córdoba, la
"docta".
Llegaba ahora sin saber con que me iba a encontrar luego de
tanto tiempo, a la vez que con el entusiasmo de concretar un retorno ("Dice
mi padre que ya llegará desde el fondo del tiempo otro tiempo")
ciento de veces postergado. Aunque en verdad, mi anhelo era poder reencontrarme
al menos con algunos de mis compañeros y amigos, y recorrer esas calles y
plazas que tanto había añorado a la distancia.
Ya en tierra, una noche calurosa y estrellada me transportó
inmediatamente a aquel verano del 67' cuando llegué por ("sobre un pueblo que sueña
labrando su verde solar") primera vez, lleno de dudas e ilusiones,
a estudiar medicina. Ya camino al centro y a medida que hacíamos el recorrido, para
mi sorpresa, fui reconociendo calles y lugares que tenía por olvidadas
definitivamente.
Fue así que, casi sin darme cuenta, y luego de contemplar
embelesado la Plaza Vélez, cumplí con un deseo que me había prometido antes de
salir de Comodoro: tomar una fresca cerveza al ("En mi país que tristeza, la
pobreza y el rencor") borde de la Cañada, acompañado por mi hijo
Manuel y atendidos por una joven, tierna y simpática moza, que me recordó el
encanto y la frescura de las mujeres cordobesas.
Bueno, no solo de las
cordobesas.
Lo que vino después será motivo, tal vez, de otros relatos,
porque quiero ahora compartir mi reencuentro con ellos: mis compañeros, mi
familia, mis amigos.
Enterados de mi presencia el mismo viernes que llegué,
quedamos en comer un asado el domingo al mediodía. Ignoraba quienes iban a
asistir, lo que acrecentó aún más mi excitación ("Tu no pediste la guerra
madre tierra, yo lo sé") y mi impaciencia. Si bien tenía alguna
información, no sabía realmente quienes habían sobrevivido, a quienes se iba a
poder ubicar y además habían transcurrido casi treinta años desde que nos
viéramos por última vez, con muchos de ellos.
Tras haber pasado una noche bastante agitada, salí a la
"reunión" con una mezcla de curiosidad y temor, de angustia y
euforia, en tanto ("Dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes")
los recuerdos se iban agolpando de un modo errático y vertiginoso, atravesando
mi cuerpo y mi mente en un torbellino imparable.
Cuando me iba acercando a la casa, bajo un sol espléndido y
un cielo azul como la vida, mi corazón comenzó a palpitar intensamente al ver
("él siente que el pueblo en su inmenso dolor") ,
maravillado, que todos me estaban esperando en la vereda y caminaban lentamente
a mi encuentro.
Fue entonces que un fulgor indescriptible se desparramó por
mi pecho, casi hasta el aturdimiento.
Porque me parecía imposible.
Porque tantos años tantos, tantos sufrimientos tantos, tanto
dolor, tanto, tanto espanto, tanto, se desvanecían en un instante ante ese
milagro que ("hoy se niega a beber en la fuente clara del honor")
estaba presenciando: algunos de los seres mas queridos de mi vida, se
encontraban, juntos, aguardando mi llegada.
Y allí, en la vereda de un barrio cordobés, me sentí, de
golpe, el ser mas afortunado de la tierra.
Primero vino la Gorda, casi corriendo, con los brazos
abiertos como para atraparme a la distancia. Con sus bellos ojos encendidos,
exclamando mi nombre emocionada (y yo el de ella), hasta que ("Tu
no pediste la guerra madre tierra, yo lo sé") nos fundimos en un
abrazo tan profundo que nos llegó hasta el alma.
Querida Gorda.
Un poco mas allá se encontraban Juan (con su rostro siempre
generoso y deslumbrante, a pesar de su evidente parálisis) con su esposa y una
de sus ("En mi país somos duros, el futuro lo dirá") hijas,
a quien yo conocí de pequeña. Y juro que los brazos no me alcanzaban para
acunarlos en mi pecho.
Queridos amigos.
Después nos dimos un abrazo, que hubiéramos querido
prolongar eternamente, con el Negro, con quien compartimos tantas cosas que no
nos bastaría lo que nos resta de existencia para poder recordarlo.
Querido compañero.
Fue entonces que estallé en un llanto incontrolable,
desgarrador, de dolor y de dicha. Con lágrimas que tenía acumuladas vaya a
saber desde ("Canta mi pueblo una canción de paz") cuando, pero
seguro que no menos de tres décadas, por no decir toda la vida.
Queridos compañeros.
Después hablamos, nos contamos, nos preguntamos: "pero
que linda que estás", "te acordás la vez que.", "supiste
que se murió la Negra Marta" "no me digas. puta madre..",
"pero estás igual que siempre hijo de puta", "nunca supe como
fue la muerte de la Flaqui","el Loco también está vivo", "yo
de haber sabido donde estabas te hubiera entregado, porque me interrogaban
poniéndole la pistola en la cabeza a mi hijo...quiero que lo sepas,
perdoname.", "...dejate de joder...estamos todos juntos
ahora,¿no?...", ("detrás de cada puerta está alerta mi
pueblo") ,"y tu amigo...¿se murió?"..."bueno, en
realidad se suicidó…", "no me digas…", "¿a vos también te
torturaron en el Cabildo?" ,"yo de pedo no fui a parar a La
Perla", "me acuerdo en el Cordobazo...", nos miramos, nos
tocamos, nos besamos. Reconociéndonos. Redescubriéndonos.
Evocando y reconstruyendo un pasado que resurgía a
borbotones con recuerdos que habían quedado sepultados hasta su inexistencia y
que afloraban ahora intactos ("y ya nadie podrá silenciar su canción")
o bien para ser corregidos, cotejados, comparados. Como si el olvido (ese
olvido) los hubiera estado protegiendo hasta este prodigioso momento.
Deleitándonos con uno de los asados más sabrosos que comí en
mi vida, en la mesa más bella del mundo, felices todos, hasta el infinito, de
estar juntos otra vez.
La tarde fue transcurriendo ("y mañana también
cantará") serena y apacible, como si no nos hubiéramos dejado de
ver nunca.
Con la misma confianza y franqueza de entonces. Con el mismo
afecto. Con nuestras vivencias intactas.
Poniéndonos al día como podíamos.
Haciéndonos regalos, mirando fotos, develando dudas, confusiones,
malentendidos.
En tanto, seguíamos pendientes de la (“En mi país somos duros, el
futuro lo dirá") televisión para saber los resultados de las
elecciones en Uruguay, apostando a Tabaré y los tupas, claro.
¡Y yo enterándome, después de casi treinta y cinco años de
habernos conocido, que el Negro es un bostero!
¡Y todos cagándonos de risa cuando le dije que de haberlo
sabido lo hubiera batido para que se quedaran con un hincha menos!
¡Y yo conociendo a mis (“En mi país que tibieza cuando empieza a
amanecer") sobrinos y a sus hijos, que con los otros chicos
estaban disfrazados porque era Halloween, sintiendo que tiempos disímiles se
superponían y entrelazaban mágicamente!
Y mas recuerdos. Y mas anécdotas.
Armando rompecabezas y rompecorazones.
Y mas abrazos. Y más besos. Y más caricias. Y mas miradas.
Iluminadas. Dignas. Serenas. Transparentes.
A pesar de todo lo ocurrido.
O por ello mismo.
Fue así que, en un ("Dice mi pueblo que puede leer en su
mano de obrero el destino que va a recorrer") momento, decidimos
realizar un brindis.
Y lo hicimos: de pie, alzando nuestros vasos y copas,
chocandolos unos con otros, con y por la emoción de estar vivos.
Brindando por todo.
Celebrando por todo.
Si, por todo.
Por todos.
Porque estábamos todos.
Porque no sé si para los demás, pero puedo asegurar que para
mí no faltaba nadie.
Ni Mary, ni Marta, ni Alfredo, ni Raúl (" y que no hay
adivino ni Rey que le pueda marcar el camino que va a recorrer") , ni
Aldo, ni el Gringo Tosco, ni el Che (cuyas sendas pequeñas esculturas,
realizadas por el magnífico artista Carlos Benavidez, recibí de obsequio), ni
el gordo Varas, ni Mena, ni Papillón, ni el Cuqui, ni Nené, ni Yiyí, ni el Tano
Carlos, ni Rubén, ni tantos que ya no están, pero siguen y seguirán existiendo,
por siempre.
Porque brindamos por ellos y por nuestros sueños mas ("En
mi país que tibieza cuando empieza a amanecer") apasionados.
Por todo aquello que compartimos, en las buenas y en las
malas, con nuestras convicciones y nuestros ideales.
Por nuestra lucha.
Con alegría.
Con coraje y decisión, pero sin perder la ternura.
Jamás.
Y no la perdimos.
Doy fe.
Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Marzo, 2006
"En mi país somos
miles y miles
De lágrimas y fusiles
Un puño y un canto
vibrante
Una llama encendida,
un gigante
Que grita: adelante,
adelante.
En mi país brillará
Yo lo sé el sol del
pueblo
Arderá nuevamente
Alumbrando a mi
tierra"
Alfredo Zitarrosa
(*) Escribí la
primera versión de este relato en Noviembre del 2004 con la idea de compartirlo
en las fiestas de fin de año, pero fue cuando ocurrió la tragedia de Cromagnón
y desistí de hacerlo frente a lo conmoción en que nos sumió a todos.
El tiempo ha ido pasando y siento que al cumplirse 30 años
del golpe, puedo hacer nuevamente es Brindis con todos.
La foto con Mary (María Haydée Rabuñal, mi primera esposa,
fallecido), es del 74/75
aproximadamente.