“Sé quién soy o quién no era”
Ignacio Guido
“Ya me apuran los momentos
Ya mi sien es un lamento
Mi cerebro escupe ya el final del historial
Del comienzo que tal vez reemprenderá”
Barro tal vez
Luis Alberto Spinetta
Camino ya a los 65 años, que
no son pocos pero tampoco tantos como para dar por concluidas algunas
cuestiones de la vida, y con la confianza de que al compartir el presente pueda
resolver una de ellas que aún tengo pendiente, paso a exponer
las inquietudes y reflexiones que motivan el título.
Nací en
la ciudad de Comodoro Rivadavia, Chubut, Argentina, el 3 de Marzo de 1950, en
la casa de doña Adela Small, que estaba ubicada en la calle Mitre, entre San Martín y Rivadavia,
frente a donde ahora se encuentra el sanatorio de La Española. Ella siempre fue
para mí la abuela Adela (era tía materna de mi papá), pero todos la conocían como “la cigüeña de
Comodoro” ya que fue una de las primeras parteras de la ciudad - en aquel
entonces “el pueblo”-, profesión que desarrolló durante décadas. Por esas cosas
de la vida, falleció en un accidente en uno de sus paseos a Buenos Aires cuando vivía en mi casa en Barrio Muelle de Km
3, donde también fue velada. Tuve
entonces la oportunidad de compartir sus últimos años de vida y acceder así a
relatos, historias y anécdotas durante mi adolescencia, cosa que nunca olvidaré y que
tal vez algún día compartiré en algún texto. De sus padecimientos en los campos de concentración británicos en la guerra anglo-boer, de sus
vicisitudes al llegar a las costas patagónicas, de sus viajes por el mundo, en
fin, de la intensidad de la existencia de una protagonista de la historia
comodorense y patagónica. Lo que no me dijo nunca la abuela, aunque me contó
numerosas veces como había sido mi nacimiento (“y te tomé en mis manos y te
alcé hacia el cielo para que Dios te bendijera y te protegiera en la vida”), es que yo era un hijo adoptivo o adoptado,
según la connotación que se le quiera dar. Muchos años después pude inferir
porque.
La historia
de cómo me fui enterando de mi adopción es la que suele acontecer habitualmente.
Con las numerosas señales que surgen y se
van negando (físicamente no tengo el menor parecido con mis padres adoptantes
ni con ninguno de mis familiares; solo
me parezco a mis hijos). Con simulaciones y comentarios sospechosos a mis oídos
en distintas etapas de mi crecimiento. Con las habituales “cargadas” e incluso
apodos - confusas para mi entendimiento cuando era un niño,” guacho” era uno de
los más comunes- por parte de mis amigos de la infancia y del colegio. Con el
control casi persecutorio de mi mamá por temor, después lo supe, a que alguien
pudiera develar el secreto. En fin, con la atmósfera siempre enrarecida y
despersonalizante que genera la invalidación
de las percepciones en pos de sostener lo arbitrariamente establecido y mantener
en la ignorancia lo que, en realidad, es sabido. Posibilitado todo por un
inexpugnable pacto de silencio.
Viene
a colación una anécdota que nunca olvidaré.
Vivíamos en
Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, a fines del 55 o comienzos del 56. En un descuido de mis padres ingerí unos
tragos de Gancia con Fernet que estaban tomando en el clásico
“vermouth” y tuve una inmediata borrachera. En el medio de la misma lloraba
desesperadamente y no quería que mi mamá se acercara a la vez que le decía “vos
mataste a mi mamá….salí de acá…vos mataste a mi mamá”, palabras que ella
escuchaba, llorando también con desesperación, mientras mi papá trataba de
contenerme. También años después pude entender su significado.
Debo
decir que mis padres adoptantes Anna Jacoba Venter y Wietze Klaas de Boer (hija
de dos sudafricanos ella, hijo de padre holandés y madre sudafricana él, pero
ambos nacidos en Argentina) son sin duda mis verdaderos padres. Entendiendo por
verdadero que mi crianza fue fruto de su amor incondicional, de su plena
dedicación, de sus convicciones
culturales y religiosas, lo que hizo que me brindaran todo lo que estuvo a su
alcance para mi desarrollo y crecimiento, cosa que agradezco con todo mi
corazón porque me siento privilegiado por todo lo que he vivido hasta el
momento, tanto para disfrutar con plenitud las alegrías como para afrontar
dificultades tremendas con la fortaleza que hubieron de transmitirme. Generosos
ambos. Criados en ámbitos inhóspitos en los campos patagónicos y en épocas
duras. Trabajadores. Honestos. Con las dificultades propias de la época que les
tocó vivir. Pese a que tuvimos no pocos conflictos siempre conté con ellos aún en los momentos más difíciles (y de enorme
peligro, tanto para mí como para ellos, como
lo fue cuando fui apresado durante mi militancia en los 70 y durante la
persecución de la dictadura) y nunca voy a dejar de extrañarlos, a la vez que
su recuerdo es una presencia que siempre me acompaña y rescato lo mejor de sus
enseñanzas y la ternura que me prodigaron como nadie lo hizo nunca, tan
especial y única. (1) Pero cabe
mencionar que ellos tampoco me dijeron que era un hijo adoptivo. Pese a que por
lo menos en una oportunidad, que fue cuando nació mi hermana Stella Maris,
también adoptada (2), en que alguien
de un modo muy fortuito me dijo “así que tenés una hermanita Miguelito… ¿y es
adoptada como vos?”, y al ir con la novedad a mi casa no obtuve sino la
explicación de que se trataba de una mentira y no debía darle importancia. Cosa
que hice sin ningún reparo.
Más
allá de que como psiquiatra haya estudiado el tema en profundidad, nunca terminaré de asombrarme de la simplicidad
y complejidad del conflicto entre lo que se sabe y se niega, que básicamente es
lo que implica la contradictoria y
ambigua vivencia de la adopción no develada. De la enorme tarea mental y
emocional que conlleva, y de las numerosas consecuencias y efectos que tiene en
la extensa red familiar, social y cultural que participa activa o pasivamente para
impedir que lo que está a la luz se pueda ver, que lo que se oye con nitidez no
se escuche y que lo que siente y se percibe se distorsione o quede abolido. Aunque, aclaro, lejos estoy
de atribuir todas mis dificultades, ni mucho menos, al hecho de ser un hijo adoptivo. Por el
contrario, me siento muy afortunado de serlo y no me imagino una vida distinta
a la que he tenido, tan plena e intensa.
Otra
anécdota. Estaba en segundo año de medicina en Córdoba. No recuerdo en que
materia, creo que Fisiología. Nos tocó estudiar los grupos sanguíneos. Hice los
cálculos en relación al grupo sanguíneo de mis padres y me di cuenta que no
coincidían con el mío. Tenía un dato cierto, preciso. Lo conversé con ellos y nuevamente lo negaron, lo que convalidé con mi
silenciosa aceptación, sin ningún tipo de cuestionamiento.
Ahora
bien, aclaro que cuando me referí al pacto de silencio no es un concepto que
mencioné al azar sino que posiblemente constituye el eje de estas reflexiones dado su efectividad y alcance, aún en estos
días.
Paso a
desarrollarlo.
Calculo
que sería por el 78, en plena dictadura militar, cuando yo viajaba desde
Comodoro a Buenos Aires (haciendo caso
omiso a la “recomendación” de no moverme de Chubut por parte de quienes me
controlaban, es decir, los “servicios de inteligencia”) para hacer terapia y
realizar mi formación de posgrado en psicoanálisis, psicoterapia y técnicas
auxiliares en la clínica del Dr. Alberto Fontana (3), cuando se produjo un hecho sumamente significativo en mi vida.
Ocurrió que en oportunidad de estar en una
sesión con el Dr. Guillermo Kornblit (el inefable “Willy”, con el que aprendí
mucho más que a ser un paciente) aconteció lo siguiente: al salir de la sesión,
estando ya fuera del consultorio, me di cuenta – Willy ni se había dado cuenta
– que me estaba llevando un almohadón del diván debajo de un brazo.
Rápidamente, golpeé la puerta y se lo devolví, ante la perplejidad del Gordo
que dijo “esto jamás me había ocurrido con un paciente”. Obviamente salí desconcertado pero no le di
mayor importancia salvo sentirme un tanto ridículo y confuso. Al otro día, intentando
reconstruir lo sucedido, en un momento me propuso que me colocara en la
posición que estaba antes de irme de la sesión. Al hacerlo se quedó observándome
un rato y entonces me dijo “lo único que
se me ocurre es que pareces un jugador de rugby recostado con la pelota debajo
del brazo”. El que me quedé perplejo, al escucharlo, fui yo. Luego de unos
instantes reaccioné comentándole que tenía un paciente en tratamiento que era
jugador de rugby y que había venido a la consulta por un conflicto con su… adopción.
Comenzamos a hilar más fino el resto de
la sesión y Willy quedó convencido de que “yo no sé si lo serás, pero de que te
sentís un hijo adoptivo no hay ninguna duda”. (4)
Ni bien regresé a Comodoro le dije a mi
mamá que quería hablar con ella (mi papá ya hacía tiempo que había fallecido) y
nos encontramos esa misma tarde.
Así comenzó la conversación:
- ¿Por qué no me lo dijeron?- le
pregunté
¿Y cómo te enteraste? - me
respondió, antes que aclarase a que aludía mi pregunta.
Fue entonces que le transmití lo ocurrido en mi terapia ante
el asombro y fascinación de ella. Luego de abrazarnos y llorar con gran emoción
(puedo decir que casi sentí que la abrazaba por primera vez), me contó
las pocas cosas que sabía sobre mi origen y nacimiento (5) y el porqué del silencio, al menos
de parte de ella, (“porque papi no quería que te enteraras, pero además yo no
te lo dije, porque nunca lo preguntaste en serio”) y del gran alivio que sentía luego de tantos años de
no poder decirlo. Yo entonces tenía
cerca de 30 años y ella alrededor de 70.
Desde entonces
en distintos momentos de mi vida investigué e intenté averiguar mi origen
biológico por todos los medios a mi alcance. Esto es: durante años estuve preguntando,
entrevistando familiares, conocidos, vecinos de distintos barrios en donde
habíamos vivido, enviando cartas, haciendo llamados telefónicos, mails, acudiendo a archivos, a algunos
miembros de organismos de DDHH, recorriendo ciudades y pueblos, siguiendo
cuanta pista estuvo a mi alcance, obteniendo hasta el momento solo datos
probables, hipótesis varias y muchas historias posibles y otras casi fabulosas.
Con el tiempo me di cuenta que todo era inconducente y decidí quedar a la
espera.
De lo
que si pude estar seguro es de algunas cuestiones como por ejemplo de que soy uno de los pocos que aún no saben
la verdad y de que muchas personas con que las he hablado tenían datos
ciertos, pero que algunos por convicción
y otros porque no se animaron, prefirieron guardar silencio.
Por convicción, porque en la
época en que fui adoptado ser un hijo “ilegítimo” o “bastardo” constituía un estigma, dado que
testimoniaba una transgresión a las normas instituidas y las cuestionaba, por cuanto una adopción no era posible sin una red de
complicidades que ocultara tal hecho, es
decir: el origen que debía encubrirse en pos de obstruir toda posibilidad de
acceso a la verdad biológica. Cosa imposible si las hay. (6)
Pero también porque como me dijo
un familiar- contemporáneo de mis padres y que con seguridad es uno de los portadores del
secreto - cuando le pregunté si sabía algo de mi origen biológico: “No sé para qué querés saber, si lo importante es que tus padres son
los que te criaron, y te aceptaron por vos mismo, sin averiguar de dónde
venías, para amarte como su propio hijo, y cuando te adoptaron no solo ellos
sino toda la familia te recibió sin reparos y te hizo uno más sin importar nada
más, y averiguar o decir algo de tu origen era poner en duda el acto de amor de
ellos y todos”. Palabras más, palabras menos. Es decir: lo afectivo y emocional
como opuesto a lo legal, la constitución
simbólica de la identidad y de la pertenencia como contradictorio de la
“concreta” constitución biológica (en una suerte de inversión del concepto de
que “el yo es antes que nada un yo corporal”), como si lo biológico no
entrañara una historia que lo complementa. (7)
En cuanto a los que no se animan
a dar a conocer lo que saben, indudablemente
perciben que hacerlo conlleva el
riesgo de hacer detonar toda la trama de
ocultamiento, temiendo ser implicados en
tanto partícipes del mismo. El temor a
revelar la “historia” pareciera proporcional a la magnitud de las infracciones,
delitos o transgresiones, supuestas o reales, ocultas en el secreto. ¿Hijo de madre soltera
y padre casado? ¿De un patrón con la empleada? ¿De una dama con algún amante
inoportuno? ¿De una prostituta con un “hombre de bien”? ¿De una joven traída de
Chile por un matrimonio de una esposa infértil? ¿Dado en adopción o vendido? Son
algunos de las variables que se me han planteado y de interrogantes que dan cuenta de la enorme resistencia con
que me encontrado en este arduo camino de querer saber cuál es mi origen
biológico. (8)
Como he
mencionado no deseo abundar en detalles respecto a las consecuencias que ha
tenido ignorar mi identidad biológica, pero quisiera mencionar algunas cuestiones respecto a mi
derecho a la misma.
Derecho humano, si los hay, que
me aún se me sigue arrebatando y que me
es vulnerado injustamente, sin ningún
tipo de reparo y con total impunidad. Y no se crea que no requerido la ayuda de
profesionales del derecho quienes me han
planteado que todo es incierto. Que no hay garantías. Que los plazos han
expirado. Que depende de quien tome la causa. (9)
Invariablemente la respuesta ha
sido la misma en todas partes. Mejor dejar todo como está. Para que andar
hurgando en estas cuestiones que son cosa del pasado. Para que querer saber,
más a esta altura de la vida. O sea: el sacrificio de la subjetividad (la mía) en
pos de la “sobrevivencia” de una sociedad que no quiere asumir su grado de
responsabilidad en la producción o construcción de la misma.
Pero
como no hay identidad individual que no sea a la vez producto una identidad
social aún sigo a la búsqueda con el anhelo de que el silencio dé paso al
compromiso con la (s) verdad(es).
Estoy, sin duda, en tiempo de
descuento, pues las posibilidades de un encuentro en persona
con mis padres biológicos se van acortando y hago público este testimonio con la esperanza de
poder apropiarme íntegramente de mi vida, cosa a la cual también tienen derecho
mis hijos, mi descendencia toda.
Miguel Angel de Boer (**)
Comodoro Rivadavia, 9 de Agosto 2014 (fecha del
cumpleaños de mi mama Anna)- 26 de Febrero 2015
DNI 7888294
Cel: 297 154 177547
(*) Hace
años que vengo pensando en escribir el presente y comencé a redactarlo hace
aproximadamente un año. La cita de Ignacio Guido no es casual. Todo lo que
aconteció con su aparición/recuperación me ha servido de estímulo para concluir
el relato y la decisión de hacer público este testimonio (y pedido).
(**) Apellido
que se pronuncia: dəˈbur en neerlandés o debuur en afrikaans
(1) A ellos les he dedicado varios de mis poemas y relatos a lo largo de mi
vida varios de los cuales se pueden encontrar en mi blog: www.lasbabasdelangel.blogspot.com.ar . También fui
miembro fundador y primer presidente de la Asociación de la Colectividad Sudafricana
del Chubut, lo cual no fue ajeno a mi deseo de honrar su memoria.
(2) De lo cual yo ni me percaté, porque tantos mis padres como familiares (y
creo que mis vecinos de Barrio Muelle también), montaron una escenificación
memorable para que no me diera cuenta de
la situación. Recuerdo que una tarde mi mamá se fue porque “voy a tener a tu
hermanita” y no regresó hasta el día siguiente. Me despertaron colocándola a
Stellita en mi regazo y yo sentí una de las alegrías y felicidades más grandes
de mi existencia, pues siempre había pedido por ella. Recuerdo también que
después recorrí el barrio casa por casa compartiendo con una emoción
incontenible y gritando a toda voz “tengo
una hermanita, tengo una hermanita” a mis vecinos. Fue un 25 de Marzo,
instituido en Argentina como el “Día del niño por nacer”, y fui yo quien le
eligió el nombre. También ella aún hoy ignora su origen biológico.
(3) De
paso aclaro que guardo una gratitud infinita hacia Fontana y todo el equipo,
pues fue el único que aceptó atenderme
luego de varios intentos que hice con diversos referentes de aquel entonces que
me rechazaron tanto debido a mi
condición de ex militante como por efecto del miedo y terror imperantes. En ese
momento estaba exonerado de toda
actividad profesional en el ámbito de instituciones tanto estatales como
privadas porque me habían aplicado la “Ley de Seguridad”. De todo lo vivido
durante la dictadura doy cuenta en un relato que se encuentra en la web “Breve
relato de mis vicisitudes como terapeuta durante la dictadura militar”, que estoy corrigiendo y ampliando para una
próxima reedición.
(4) Recuerdo
haber salido de la sesión muy impactado, pues evocaba imágenes, situaciones,
ideas que se asociaban, ahora innegablemente, a lo ocurrido. También recuerdo
que entré en un negocio y el vendedor que me atendió (recuérdese que estábamos
en la dictadura) lo primero que me preguntó fue si yo era militar. Cosa que me
dejó turbado dada la situación que atravesaba. Ni que pensar si hubiera sabido,
pues me enteré hace muy poco, que estaba con una orden de captura federal,
además de cual era una de las
posibilidades de mi origen biológico paterno. También merece ser compartido lo
que ocurrió con el paciente mencionado. Al enterarse de su adopción el proceso
familiar que se desencadenó fue muy complicado, pues la madre no toleró que él
quisiera saber cuál era su origen biológico. Tiempo después contrajo matrimonio
y no recuerdo si luego de tener uno o dos hijos, murió en un accidente por
demás increíble, llevándose – literalmente - un poste por delante con una moto. Lo tengo
entre uno de los recuerdos más tiernos por cómo era (simpático, locuaz, muy
inteligente y afectuoso) y por lo que significó en mi vida. Tendría alrededor
de veinte años, pues lo atendí cuando estaba terminando su secundario y lloré
junto a su familia en su velorio y entierro.
(5) Entre
ellas que: “La abuela Adela nos avisó que ibas a nacer y fuimos con papi. Yo
alcancé a verla a tu mamá. Era una morochita joven, muy linda. Estaba con los
padres. Esperamos que nacieras y como cuatro horas después te llevamos a casa”.
“No nos dijo quién era tu mamá ni tu papá y además no teníamos que preguntar
nada, pero nos enteramos que ella podría haber sido de Santa Cruz, que los
padres tenían una estancia, y que había
quedado embarazada de un hombre casado que podía ser….un militar, aunque habían
otras versiones”. “La Abuela se llevó el secreto a la tumba”, dijo entre otras
cosas.
(6) En mi
Acta de Nacimiento no hay ningún dato
que indique mi adopción, por lo que constituiría una apropiación ilegal, una
sustitución, con participación y complicidad del Estado, pero que era común en
aquel entonces y no se consideraba un delito en los términos en que se concibe actualmente.
(7) La
misma sociedad que enuncia de un modo absoluto que “parir un hijo que lleva la
misma sangre” es la prueba indiscutible de la auténtica filiación, niega e
impide a la vez, por todos los medios posibles, el genuino interés que puede
tener un hijo adoptivo en conocer su procedencia biológica. Evidentemente no
solo de sangre y ADN se trata.
(8)
Tanto a lo largo del ejercicio de mi
profesión como psiquiatra, como en la ardua búsqueda que realicé en todos estos
años, me encontré con un mundo paralelo en mi ciudad y en la región, que bien
se comprende –al ir conociendo los actores en juego – se resiste a ser develado,
y todo intento de ponerlo en evidencia genera una tensión que excede lo
meramente individual, lo cual se manifiesta desde las maneras más sutiles hasta las más
grotescas.
(9) En
este sentido es auspicioso el Proyecto de Ley DERECHO A LA IDENTIDAD DE ORIGEN
Y BIOLÓGICA presentado al Congreso de la Nación.
http://www.change.org/p/apoyo-para-que-se-trate-el-proyecto-de-ley-nacional-derecho-a-la-identidad-de-origen-y-biol%C3%B3gica
http://www.change.org/p/apoyo-para-que-se-trate-el-proyecto-de-ley-nacional-derecho-a-la-identidad-de-origen-y-biol%C3%B3gica
El tiempo se te acorta, es cierto, pero, cuando ya hayas "partido", para vos ya no tendrá ninguna importancia haber sabido o no tu origen biológico. Ya estarás más allá de todo y habrás entrado a la inmensidad de la nada en donde ya nada tiene valor y en el mismo limbo en donde te acompañaremos todos tus contemporáneos. Un abrazo fraternal, Chente.
ResponderEliminarPor cierto que me importa ahora, antes de "partir". Abrazo
ResponderEliminarClaro que sí importa Miguel Angel! coincido con vos...
ResponderEliminarGracias por hacer público este texto tan emotivo y por habernoslo enviado a Barbecho, un espacio para el cuerpo y la Cultura. Hermosas tu palabras referidas al amor que recibiste de tus padres en tu crianza...Creo que es importante hacer conocer (especialmente de boca de quienes han vivido una situación así, como es tu caso) la diferencia entre amar, valorar y honrar a los padres que nos criaron, con el hecho de querer conocer la verdad de origen. Creo que allí se han alojado muchos temores que contruyeron este gran secreto social... es decir, esta idea de que quien se entera de su verdadera historia deja que querer a sus padres... no crees? Te envío mi sincero deseo de que puedas encontrar tu verdad. Abrazo, Laura Arisnabarreta.
Se lo que es tu historia como propia. Tampoco conozco mi identidad y la busco por mi y por mis hijos que me apoyan incondicionalmente. La identidad es un derecho y fuimos apropiados de ella.Nos metecemos conocer la verdad. Comodoro calla , todos saben...nadie habla. Te abrazo
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