miércoles, 4 de junio de 2014

La foto de Mary (*)


Esta es posiblemente la más difundida y tal vez la más hermosa  foto de María Haydée Rabuñal, Mary, la Flaquita. Se la saqué yo en el Parque Sarmiento, en Córdoba, creo que en el año 1969 cuando  todavía estábamos de novios  ya que nos casamos en Febrero del  70.
                Tal vez porque es en blanco y negro – con la ausencia y presencia de todos los colores – y en ese lugar increíblemente bello, es que se pueden captar tanto los matices como la luminosidad del sol resplandeciendo en el verde de las hojas  y en la sonrisa – inolvidable – de Mary, plena de alegría y - porque no decirlo - de amor y felicidad.
                Con su pícara y seductora mirada orientada al infinito del cielo, con las manos en los bolsillos de atrás del vaquero, en una pose típica de ella cuando sentía que el mundo le pertenecía, la foto expresa no solo el momento que vivíamos personalmente, sino la situación en las que nos tocaba vivir un amor tan singular y apasionado.
                Nos conocíamos desde no hacía mucho en la facultad de Medicina  donde ambos estudiábamos  al calor de la lucha del movimiento estudiantil o mejor dicho obrero-estudiantil de aquel entonces. En el trajinar de las reuniones, los actos relámpago en las calles, las asambleas  en la explanada del comedor universitario, con el olor a humo y libertad que nos impregnó por siempre en el Cordobazo, las tomas del barrio Clínicas, las asambleas en el comedor universitario,  las comisiones de los prácticos en los hospitales, el cine Sombras, la Piojera,  los recitales de Radio Universidad, los grupos de estudio de formación, las idas a los amoblados, las lasagnas de Romagnolo, las pizzas de La Salta, las busecas del Claudia, las idas a las puertas de las fábricas, los besos eternos en la Plaza Colón, los paseos por la Cañada, los mates en las pensiones, los Beatles y Serrat, las guitarreadas, los poemas, el trabajo en los dispensarios, el dolor por nuestros pacientes, los llantos por las muertes de la represión, la esperanza que nos había dejado encendida el Che, el regocijo de saber que la historia se podía cambiar con nuestros guardapolvos y con la militancia revolucionaria.
                Ingenuos y apasionados, nuestros corazones latían al unísono y nuestros cuerpos esbeltos y jóvenes vibraban al son de un erotismo que se alimentaba de nuestras caricias, pero también de nuestros sueños, y cada expresión de amor  era también de júbilo por el orgullo de habernos encontrado y estar juntos en ese momento, en ese lugar, en esa historia. Cada instante era un descubrimiento, cada vivencia un aprendizaje, la vida parecía limitada e infinita a la vez,  porque  los  días se alargaban a nuestro antojo y al aire que insuflaba nuestros pulmones expandía nuestras mentes hasta fundirse con el universo.
                Después vinieron otras alegrías y otras tristezas, momentos de esplendor y de tinieblas, penas que todavía penan, regocijos que siempre perduraran.
                Pero esta foto, ya medio ajada por el paso del tiempo, plasma no sólo nuestro ardoroso romance sino que es testimonio y memoria de quienes como Mary, la querida Flaqui, se brindaron por entero - no sólo de palabra - por ideas, convicciones y compromiso, a la única gran tarea que para nosotros justificaba y aún justifica la existencia humana: hacer todo por el semejante sin perder nunca la ternura, que es el único modo digno de hacernos a nosotros mismos.

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Septiembre 2013


(*) Había pensado publicarla el 6 de Octubre para el día de su cumpleaños, pero no se dio.