lunes, 24 de marzo de 2014

2 el 22



Dos tremendas e inolvidables experiencias fueron las que vivencié el 22 de Octubre del 2013 en la ciudad de Córdoba, Argentina. Una: la asistencia a la audiencia 90 del juicio por delitos de lesa humanidad en la Megacausa La Perla, la otra: mi tercera visita a la D2 (Departamento de Informaciones) donde me esperaban para entregarme documentación que habían encontrado.

I – La Audiencia
Llegué a eso de las 9.30 y en el hall de entrada se encontraban los familiares de Vaca Narvaja  y algunos otros más con quienes me presenté y saludé con mucha emoción, en particular con uno de ellos que es un colega psiquiatra quien me comentó, entre otras cosas,  que ya no ejercía más porque se había jubilado. La fila iba creciendo de a poco al mismo tiempo que mi inquietud por encontrar alguna cara conocida, junto a la emoción de lo que iba ser mi primera vez en asistir a un juicio de estas características.
La entrada a la sala se iba demorando por lo que la ansiedad y tensión por entrar se percibía en los rostros, en algunas risas que me resultaban familiares o en la distracción – y tal vez necesidad en algunos – que implicaba servirse de la mesa que ofrecía una merienda, ubicada en una de las esquinas.
En tanto me trataba de imaginar cómo sería estar a metros de los genocidas, recordando más con sensaciones que con imágenes muchas de las cosas que había vivido en aquellas épocas. Pero mucho más predominaba mi interés en observar y tal vez tratar de sentir empáticamente lo que le acontecía a los demás, escrutando rostros y gestos, tal vez para sentirme más acompañado.
En un momento nos hicieron pasar y el silencio fue imponiéndose a medida que entrábamos y nos íbamos ubicando en las butacas. Mientras lo hacía, me resultaba increíble ver - en la primera mirada que le di al sector donde estaban los acusados,  detrás de una divisoria de vidrio -  nada menos que Menéndez, al “Nabo” Barreiro, Diedrichs y a Vergés, entre otros. También a una mujer que en ese momento no supe identificar por su nombre y que después recordé que era Antón.  Habían muchos más a los que trataba de ir reconociendo, en tanto mi mente hacia lo posible para asimilarlo a la vez que mantener el registro de lo que se constituía en uno de los acontecimiento inéditos de mi vida, cual era “ver por mis propios ojos” a uno de los grupos de seres humanos, seres humanos si,  de los más crueles, sanguinarios y terroríficos de la historia.
La sola descripción de todo lo que pude escrutar en ellos me demandaría hojas enteras. Si bien estaba ubicado a un costado la escena que se presentaba parecía onírica. Se los veía con una tranquilidad asombrosa. Como cumpliendo un trámite intrascendente. Algunos conversaban entre ellos. Otros leían. Los más estaban callados semidormidos. Incluso alguno de ellos se durmió en el curso de la mañana. Vergés como de costumbre haciéndose notar, parándose, caminando, hablando en voz alta al punto que un miembro del jurado hubo de llamarle la atención. El “Nabo” Barreiro saludando con los dedos en V y luego inspeccionando notas y, aparentemente, intercambiando ideas con el que tenía a su lado. Parecían un grupo de PAMI  de vacaciones al cual le había tocado ir a un teatro en el recorrido del día. Estarlos viendo y asociarlos con lo que motivaba nuestra presencia allí, cual es el de ser acusados por crímenes aberrantes, me requería de un esfuerzo que lindaba una sensación despersonalizante, enrarecida.
Mucho más cuando comenzó el testimonio de Mario Ferrero en relación al secuestro de su hermano José, de cómo se enteró, el peregrinaje por las morgues (con la tremenda  descripción de sinnúmero de cuerpos apilados, mutilados), el dolor y desintegración de la familia, la lectura de un poema de Juan Chabrol (desaparecido junto a su hermano) que escribió siendo adolescente y sus palabras finales dirigiéndose a los genocidas : “Voy a mirar a las personas sentadas en el banquillo de los acusados –manifestó al terminar su declaración-, para pedirles que si les queda un resto de humanidad digan dónde están los restos de los familiares y digan dónde están los nietos. Las abuelas tienen poco tiempo ya y necesitan encontrar sus nietos”. Todo ante la mirada y el silencio indiferente de los acusados en contraste con la emoción, la angustia y el dolor de familiares y compañeros de las víctimas, que nos mirábamos unos, se tomaban de las manos otros, palpitaban nuestros corazones al unísono para sostenernos ante tamaña afrenta a la dignidad humana. También algunos de los acusados se retiraron del recinto, regresando algunos y otros no, haciendo uso de un derecho que les corresponde. Uno de los que se fue al comenzar y que no regresó fue Menéndez.
Luego escuché el testimonio de Gonzalo Vaca Narvaja  que relató cómo siendo un adolescente presenció el secuestro de su padre, el abogado Miguel Hugo Vaca Narvaja, y la brutalidad conque actuó la patota en la casa de Villa Warcalde donde vivían. Luego la odisea de la familia para poder exiliarse, el asesinato de su hermano Miguel cuando estaba prisionero en la cárcel de Barrio San Martin (lugar donde también estuve preso) en un simulacro de fuga, el enterarse muchos años después que al padre le había cortado (sic) la cabeza la cual fue encontrada en una bolsa por los hermanos Albrieu, en fin, el horror en toda su plenitud.
Yo escuchaba y miraba a los acusados a la vez que recorría mi mirada por la sala para compartir el momento, indescriptible por el contraste, con los que estábamos presentes. La crueldad por un lado, el dolor por el otro. Toda la historia se agolpaba en mi mente, pues entre los acusados seguramente estaban algunos de mis victimarios, pero lamentablemente no recuerdo sus nombres luego de tanto tiempo y aún no he podido acceder a los expedientes.
Imposible trasponer en palabras las imágenes, recuerdos, pensamientos, sensaciones que se agolpaban pero aún recuerdo las palabras de Vaca Narvaja cuando mencionó que no tenía una palabra para “en que categoría poner a estos tipos.



Añadir leyenda
Añadir leyenda



II- La visita a la ex D2
Por la tarde del mismo día fui con mi hijo al Archivo Provincial de la Memoria (ex CCD2), lugar siniestro si los hubo, porque justo antes de viajar a Córdoba recibí un llamado de Gonzalo Parodi para comunicarme que habían encontrado nueva documentación en relación a nuestra detención (con Mary, que después fue trasladada a la cárcel del Buen Pastor, y dos compañeros más que recobraron la libertar inmediatamente) en ese lugar.
Cuando llegamos - yo era la tercera vez que lo hacía, de la vez anterior di cuenta en http://lasbabasdelangel.blogspot.com.ar/2012/06/visita-la-ex-d2 - me sentí muy distinto a las otras veces. Con más calma, sin percepciones persecutorias y, algo que jamás pensé que iba a superar, sin miedo. Luego de tantos años de terror, de pesadillas, entraba a “ese lugar” del Pasaje Santa Catalina sin el menor atisbo de miedo. Maravillas de la vida y de lo que puede la reparación aunque cueste.
Nos recibió Gonzalo con su habitual calidez y respeto y pasamos a una de las dependencias donde empezó a mostrarnos la documentación que habían podido recabar desde la última vez que estuve allí. Yo esperaba que tuviera copias de mi prontuario y/o de los expedientes judiciales con mi causa, cosa que me dijo no fue posible. Pero a cambio, me mostró y entregó copia de las constancias de las órdenes de captura que habían librado para la Flaqui (*) y para mí, una de las cuales caducó recién el año 1982, cosa de la que no tenía la menor noticia hasta ahora. La impresión que tuvimos nos dejó sin palabras. Yo hice una recopilación de todo lo vivido hasta ese entonces si saber que estaba siendo buscado y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Ya en alguna oportunidad escribí y publiqué “Breve relato de mis visicitudes como terapeuta durante la dictadura militar” (que se puede leer en http://www.lafogata.org/madres/breve.htm,  pero que estoy corrigiendo y ampliando), y quien lo lea se dará cuenta de lo que estoy transmitiendo. Ahora, nuevamente me enteraba, a décadas de mi detención, que sigo vivo por circunstancias que nunca terminaré de entender, donde mi lucidez, experiencia, la solidaridad de tantos no fueron ajenas, pero el azar, la contingencia, tampoco. También habían copias de documentos, como la libreta del secundario de Mary, que era increíble estarlos viendo. Tomé las copias, conmovido y con gratitud hacia el Archivo y tomamos aire, en silencio, tratando de asimilar tantas emociones juntas.
Luego recorrí con mi hijo, papeles en mano, los lugares donde me habían tenido, donde le iba explicando lo acontecido.
Cuando salimos, tuve la plena sensación, la incomparable vivencia, de que ya no estaba más en manos de mis victimarios, recobrando ahora sí, mi añorada libertad.


Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Marzo 24, 2014. A 38 años del golpe.

(*) http://lasbabasdelangel.blogspot.com.ar/2011/08/la-flaquita.html