Esta es posiblemente la más
difundida y tal vez la más hermosa foto
de María Haydée Rabuñal, Mary, la Flaquita. Se la saqué yo en el Parque
Sarmiento, en Córdoba, creo que en el año 1969 cuando todavía estábamos de novios ya que nos casamos en Febrero del 70.
Tal vez
porque es en blanco y negro – con la ausencia y presencia de todos los colores
– y en ese lugar increíblemente bello, es que se pueden captar tanto los
matices como la luminosidad del sol resplandeciendo en el verde de las hojas y en la sonrisa – inolvidable – de Mary, plena
de alegría y - porque no decirlo - de amor y felicidad.
Con su
pícara y seductora mirada orientada al infinito del cielo, con las manos en los
bolsillos de atrás del vaquero, en una pose típica de ella cuando sentía que el
mundo le pertenecía, la foto expresa no solo el momento que vivíamos
personalmente, sino la situación en las que nos tocaba vivir un amor tan
singular y apasionado.
Nos
conocíamos desde no hacía mucho en la facultad de Medicina donde ambos estudiábamos al calor de la lucha del movimiento
estudiantil o mejor dicho obrero-estudiantil de aquel entonces. En el trajinar
de las reuniones, los actos relámpago en las calles, las asambleas en la explanada del comedor universitario, con
el olor a humo y libertad que nos impregnó por siempre en el Cordobazo, las
tomas del barrio Clínicas, las asambleas en el comedor universitario, las comisiones de los prácticos en los hospitales,
el cine Sombras, la Piojera, los
recitales de Radio Universidad, los grupos de estudio de formación, las idas a
los amoblados, las lasagnas de Romagnolo, las pizzas de La Salta, las busecas
del Claudia, las idas a las puertas de las fábricas, los besos eternos en la
Plaza Colón, los paseos por la Cañada, los mates en las pensiones, los Beatles
y Serrat, las guitarreadas, los poemas, el trabajo en los dispensarios, el
dolor por nuestros pacientes, los llantos por las muertes de la represión, la
esperanza que nos había dejado encendida el Che, el regocijo de saber que la
historia se podía cambiar con nuestros guardapolvos y con la militancia
revolucionaria.
Ingenuos
y apasionados, nuestros corazones latían al unísono y nuestros cuerpos esbeltos
y jóvenes vibraban al son de un erotismo que se alimentaba de nuestras
caricias, pero también de nuestros sueños, y cada expresión de amor era también de júbilo por el orgullo de
habernos encontrado y estar juntos en ese momento, en ese lugar, en esa
historia. Cada instante era un descubrimiento, cada vivencia un aprendizaje, la
vida parecía limitada e infinita a la vez,
porque los días se alargaban a nuestro antojo y al aire
que insuflaba nuestros pulmones expandía nuestras mentes hasta fundirse con el
universo.
Después
vinieron otras alegrías y otras tristezas, momentos de esplendor y de tinieblas,
penas que todavía penan, regocijos que siempre perduraran.
Pero
esta foto, ya medio ajada por el paso del tiempo, plasma no sólo nuestro ardoroso
romance sino que es testimonio y memoria de quienes como Mary, la querida
Flaqui, se brindaron por entero - no sólo de palabra - por ideas, convicciones
y compromiso, a la única gran tarea que para nosotros justificaba y aún justifica
la existencia humana: hacer todo por el semejante sin perder nunca la ternura,
que es el único modo digno de hacernos a nosotros mismos.
Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Septiembre 2013
(*) Había pensado
publicarla el 6 de Octubre para el día de su cumpleaños, pero no se dio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario