sábado, 3 de agosto de 2013

Mary, el mantel, la libreta y unas pocas cosas más


 
Hace ya más de un año que mi querida amiga Roberta Bacic, quien actualmente vive en Irlanda, me comentó que estaba preparando una exposición de “arpilleras”(1) para presentar en el Parque de la Memoria en Buenos Aires (2), entre la cuales tenía la intención de confeccionar una en homenaje a los desaparecidos y luchadores en Argentina y que para ello había pensado en mi compañera Mary, María Haydée Rabuñal, la Flaquita (3). La idea está basada en el poema que yo le dediqué –“Me dejaron tu pulóver verde”-  e inspiró a la artista textil Deborah Stockdale para concretarla. Con tal motivo no tuvieron mejor idea que preguntarme si yo no tenía el pulóver o alguna prenda de Mary para incorporarla a la arpillera. Fue cuando me di cuenta que no tenía absolutamente ninguna prenda u objeto de Mary, solo algunas fotos y cartas que nos escribimos durante nuestro noviazgo – que aún no logro entender cómo es que se encuentran en mis manos-, cosa que les informé. Me pidieron entonces que seleccionara alguna carta que les resultaría muy útil y significativo poder integrarla a la obra.
A partir de entonces no pude evitar ponerme a averiguar si lograba encontrar alguna prenda de la Flaqui recurriendo a quienes estuvieron cerca de nosotros en aquella época en  Córdoba. Fue así que hace aproximadamente un mes recibí un mantel que es uno de los que usábamos con ella y que nunca más volví a ver desde el día en que dejamos la última casa en que vivíamos, la cual debimos abandonar a raíz de una serie de vicisitudes que ocurrieron después de que fuimos encarcelados.
Después de salir en libertad ella decidió ir a Buenos Aires por un tiempo, en tanto yo permanecí en Córdoba con la intención de continuar estudiando para recibirme de médico. Había tomado la decisión de alejarme de la militancia - e intenté, infructuosamente, que ella hiciera lo mismo-, por considerar que íbamos a una derrota segura, aunque nunca me imaginé la terrible pesadilla que se nos venía encima.
Así transcurrieron los meses hasta que un día en que me encontraba en un bar de Barrio San Martín, en una mesa que daba a la vereda, y por esas coincidencias que tiene esta bendita vida, pasó un compañero (*) del Hospital de Niños (en donde habíamos sido practicantes, él de hemoterapia – quien al devenir la democracia fue un destacado actor en el campo de salud pública- y yo de anestesia) quien al verme, sorprendido,  me preguntó si todavía seguíamos viviendo en la misma dirección. Al confirmárselo, me comentó, muy angustiado, que acababa de enterarse que la pareja que había vivido allí antes que nosotros – y a quienes también conocíamos- habían caído presos.  Dicho lo cual nos quedamos perplejos y en silencio, tanto él como el compañero con el que estábamos tomando un café y  que también había dejado la militancia. Porque además de la impresión por la caída, rápidamente hicimos la deducción  de que seguramente los estarían torturando y que, además, era muy posible que no hubieran hecho el cambio de dirección en sus documentos (4).
Lo que no sabía el que me avisó era que en ese preciso momento se encontraba circunstancialmente en casa otro compañero que estaba de paso (y que, él sí, seguía en la militancia activa), por lo que las posibilidades de que lo atraparan en caso de que fueran a allanar eran muy altas. Pero por suerte para mí, además de la increíble casualidad de que ese día no me había quedado,  y también porque era común en la práctica entonces, habíamos convenido una cita de control, con dos recambios, antes de regresar a la casa (que en realidad era un departamento ubicado en un patio, escaleras arriba), dado que  él tenía pensado salir más tarde. Fue así que, al no concurrir al tercer recambio, dimos por sentado que lo habían encontrado y que seguramente ya estaría siendo interrogando, por lo que decidimos avisar a la familia – que era de Córdoba- y a la facultad donde estudiaba, a los fines de hacer la denuncia correspondiente.
Yo, por mi parte, me quedé a la espera de que viajara algún responsable de la organización para ver que hacer, pues si bien, como mencioné, ya no pertenecía a la estructura, si tenía interés en recuperar mis cosas y, por sobre todo, mi libreta universitaria, sin la cual no iba a poder rendir las materias, pues conseguir un duplicado y más en las condiciones que me iba a encontrar (prácticamente prófugo) a partir de ese momento, sería poco menos que imposible.
Así las cosas, llegó el responsable desde Buenos Aires (5), con quien decidimos ir a ver qué había ocurrido en el departamento. Hicimos un minucioso chequeo por el barrio a los fines de no caer en una “ratonera” y cuando consideramos que ya no corríamos riesgos, nos dispusimos a entrar. Luego de un cabildeo para ver quien lo hacía primero, subí por la escalera mientras él me cubría y de una patada – los años de karate no habían sido en vano - derribé la puerta, encontrándome con una escena que aún hoy recuerdo casi con nitidez. El lugar estaba “reventado”. Con todo revuelto, desparramado. La ventana que daba a un patio interno, abierta. Mi gatito estaba caminando sobre la mesa, llorando, desorientado y seguramente con hambre. En el baño, que estaba a la izquierda de la entrada, la bañadera estaba casi hasta el tope de agua con sangre entremezclada, producto del “submarino” que le habían realizado al compañero (6),  luego de descubrir que allí vivíamos nosotros, en el intento de ganar tiempo para que hablara. Pese al impacto por lo que estábamos presenciando, rápidamente busqué la libreta y el guardapolvo, lamentándome de que se hubieran robado el tensiómetro y el estetoscopio, pues sabía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera comprar unos nuevos, cosa que recién concreté luego de recibirme.
Cuestión que salimos espantados aunque yo contento con mi libreta sintiendo que – pese a todo- los había jodido.
Después supimos lo mal que la había pasado el compañero puesto que – otra coincidencia - los que lo apresaron fueron los mismos del Departamento de Informaciones que me habían “interrogado” en el Pasaje Santa Catalina, cuando caímos presos con la Flaqui. Entre los más desaforados estaba el despiadado “Sérpico” (7) (“¿ adonde está el médico, adonde está el médico?” le preguntó hasta el cansancio, creyendo que yo ya lo era), que se quedó con la sangre en el ojo porque logramos salir en libertad y tiempo después “me le escapé”  de entre las manos, en oportunidad que intentaron atraparme en pleno centro de Córdoba (8). Esta era la tercera vez que estuvo a punto de atraparme. Después vendría una cuarta, también fallida.
Lo cierto es que yo seguí estudiando medicina hasta recibirme. De cómo lo hice será motivo, tal vez, de otro relato, porque mucho más se complicaron las cosas cuando aconteció lo que paso a relatar.
Como al departamento ya no podía volver, mis queridos amigos Juan y Juana (el inolvidable Juan falleció hace muy poco), que no tenían nada que ver con la militancia pero cuya amistad fue, y siguió siendo, inquebrantable, me pidieron ir a ocuparlo. Yo no quise saber nada pero insistieron tanto que finalmente se mudaron con sus hijos (hace unos meses me enteré que la hija menor nació viviendo ellos allí). A partir de entonces, cada tanto los iba a visitar o a buscar algo que necesitaba, pues dada mi situación no tenía domicilio fijo. Vivía en constante movimiento en casas de compañeros y amigos que por solidaridad me recibían arriesgando su libertad y su vida, y por los cuales tengo una gratitud infinita.
Una mañana, en que me encontraba en la casa de un matrimonio amigo de dos extraordinarias personas, con una generosidad que en ellos era casi innata pues me cobijaban con todo su afecto (ambos son actualmente médicos destacados y tienen una bellísima y numerosa familia), leí un titular en La Voz del Interior que mencionaba la “muerte de subversivos en un enfrentamiento”, pero eran tantos las muertes en ese momento que casi no le di importancia, por lo que no me detuve a leer la noticia. Al atardecer del mismo día fui a visitar a Juan y familia y cuando abrieron la puerta él con el rostro desencajado me dijo: “Petiso ¿no te enteraste?”,¨¿qué?¨, le respondí, ¨la Flaquita…..” me dijo, ya con las lágrimas rodando por sus mejillas…, y ahí supe, en uno de los instantes más dolorosos de mi vida - al que correspondí con un grito de “¡Noooo!” que reiteré hasta el agotamiento -  que lo peor que podía ocurrir había ocurrido. A Mary la habían matado. Se habían enterado por el diario.
Fue entonces, ahora sí,  que tuve que pasar a la clandestinidad, pese a lo cual, con mi libreta (9), mi guardapolvo y mi dolor a cuestas, me terminé recibiendo ya instalada la dictadura. El Delegado Militar me entregó el diploma.
            Nunca más regresé al departamento hasta este año, donde gracias a la gentileza de una persona que vivía en el lugar, pude sacar algunas fotos. Fui recuperando algunas cosas, como las cartas mencionadas, de a poco, pues en la clandestinidad había que andar “con lo puesto”. No obstante me quedaron libros, discos y alguna que otra cosa. Pero nada que fuera de uso común con la Flaqui y muchos menos de uso personal de ella.
Hasta ahora que me llegó el mantel (10), como un increíble testimonio de nuestra historia
Que es como constatar, que pese a todo lo ocurrido, lo que valió la pena fue verdaderamente cierto.
Que la vida sigue y sigue.
Que, como dice Víctor y me lo recordó hace poco mi amigo César:
¡Todavía, cantamos!

Miguel Angel de Boer
Agosto 3, 2013



(2)     Exposición que se va a realizar el 28 de Septiembre de este año en dicho lugar. http://cain.ulst.ac.uk/quilts/exhibit/followup.html#buenosaires280913
(3)     Hoy 3 de Agosto, su cumple un nuevo aniversario de su muerte.
(4)     Esta era una medida de “seguridad” que se solía hacer con frecuencia en aquel entonces. Es decir: se alquilaba una casa fijando el domicilio en el documento de identidad, para luego alquilar otra sin asentar el cambio, justamente con la idea de que si se "caía" con esos  documentos, los que hicieran el allanamiento irían al lugar "equivocado", lo que daba tiempo (resistiendo la tortura, claro) para "limpiar" la que se estaba usando, o sea: para sacar  todos los elementos comprometedores o alertar a quienes pudieran encontrarse en al misma.
(5)     Quien es actualmente uno de los escasos sobrevivientes vivos escapados de un campo de concentración.  Luego de su fuga (con las manos y rostro ensangrentados por  la tortura a la que fue sometido) partió al exilio hasta que regresó a nuestro país. Lo volví a ver años después de haber terminado la dictadura. Actualmente sigue escribiendo y haciendo importantes aportes a la comprensión y el esclarecimiento de nuestra historia, aunque de su profesión se ha jubilado. Tengo el inmenso gusto de tenerlo entre uno de mis mejores  y más queridos amigos.
(6)     También sigue vivo. Lo volví a ver una vez al llegar a una esquina en Córdoba, todavía en plena dictadura, en donde casi nos desmayamos de la impresión, pues algo fortuito. También estuvo exiliado. Aún recuerdo que en una oportunidad me llegó, en forma anónima, un libro escrito por él – publicado en Europa- donde había algunos poemas dedicados a la Flaqui y a mí creyendo que estábamos muertos. Finalmente se radicó en un país de aquel continente instalando un restorán,  y no hace mucho me enteré que regresó a nuestro país debido a la crisis económica imperante (por lo que deduje que sigue con buenos reflejos de sobrevivencia) y sé que hace poco fue abuelo por primera vez. Lo que  no sé es si está jubilado.
(7)     José Raúl Buceta, fallecido. Junto con el Comisario  Raúl Pedro Telleldín  (que también participó de mi interrogatorio), de quien han habido dudas de si no fraguó su muerte, conformaron parte del Comando Libertadores de América, la Triple A cordobesa. Ambos figuran en numerosos testimonios como feroces torturadores y asesinos.
(8)     Increíblemente años después el mismo “Sérpico” y la misma patota apresaron y torturaron al compañero que se encontraba conmigo en el bar de Barrio San Martin, quien también logró sobrevivir. También está jubilado, también es escritor y también es uno de mis más queridos amigos.
(9)     ¡Que todavía conservo! Junto con el carnet de la biblioteca de la universidad y el de Bienestar Estudiantil
(10) Que me envió…Juana, y que ya se encuentra en Irlanda
(*)  Años después de haber escrito el presente pude recordar que era Carlos María Nouzeret a quien tuve el gusto de encontrar en una red. También formaban parte del equipo de hemoterapia el querido amigo y compañero  "Titi" Rocchietti, entre otros.