jueves, 4 de abril de 2013

CONTRAMESTRE, MAR Y VIENTO (*)



                El mar alguna vez se le prendió del costado, haciéndolo vicioso de horizonte, después de haber aprendido, en el campo, a disponer del paisaje. Tal vez por eso tenía los ojos tan profundos, de sal, de tiempo y de distancia, éste hombre del que estoy hablando.
                El mar es un conquistador de espíritus. Estemos cerca o lejos, siempre nos alcanza. ¿Cómo entonces a él no lo iba a encadenar con sus anclas de ausencia?
                Casi toda su vida le dio el contramaestre, en el vientre salobre y desnudo del muelle, donde olían los barcos a petróleo y se esparcían, entre las nubes, los cuentos y las carcajadas.
                ¿Cómo dudar entonces, que le dolió el descanso, que odió que lo jubilen, que le quitaran lo suyo, esa dulce poesía que le encontró al trabajo?
                Pero disimulaba. Hablaba de libros, sueños, hacía proyectos, se la pasaba contando. Pero ¿Quién no lo sabía? ¿A quién le cabían dudas que mucho del gigante estaba templado en algas, en mangueras y viento, ese mismo viento que, de joven, solía acompañarlo cuando recorría leguas al galope para ver a su amada?
                Hay una forma antigua de ser grande, hay algo que llevan estos tipos que crecen por dentro, un modo de juntar los pedazos de su vida y las arman en esa mezcla rara que llamamos alma. Y eso asoma. En la locura de treparse a las torres, de pararse en las proas de las lanchas burlándose de las tormentas, danzando, de no frenarse nunca ni con la edad ni con nada, menos aún si de ayudar se trata. Le salía por los poros al grandote tozudo e ingenuo. Convencido que la vida era para vivirla y que Dios estaba de su lado pasara lo que pasase.
                Por eso, hasta la muerte, cuando vino a tumbarlo, tuvo que pedirle permiso, invitándolo respetuosamente a subirse a su coche de gusanos y olvido .Y solo porque él aceptó, ya cansado, pudo llevarlo. Ya había fracasado otras veces, sabiendo con quien se enfrentaba, mientras él se divertía, jactándose con sus anécdotas, riéndose, aún de las penas.
                Por eso es preferible no decir nada. Es mucho tamaño, mucho esfuerzo para poder apreciarlo con palabras.
                Por eso mejor callarse y recordar al hombrón en silencio. Así no queda el vacío, sino el amor que él nos dejó por siempre. Eterno. 

 Miguel Angel de Boer.
Comodoro Rivadavia, 17/06/99  

(*) A mi padre: Don Wietze (Guillermo) Klaas (Claudio) de Boer.  Nació el 4 de abril de 1912. Falleció el 23 de Julio de 1974


Mi papá
En la lancha de YPF (posiblemente en Caleta Córdova), el que está sin boina. El que está adelante es Diego Lezcano.