sábado, 16 de febrero de 2013

Peatón





                Usted es un peatón. Sea porque no tiene vehículo propio, sea porque a veces anda de a pie por su ciudad. O su pueblo. O de visita en otro sitio. Pero vamos a suponer que sea en Argentina. Digamos por ejemplo: en  Comodoro Rivadavia.
                Y claro, lo sabemos muy bien, para ser peatón no basta ser un mero improvisado/sada. Caminar y nada más. Muy por el contrario requiere práctica. Constancia. Creatividad. Porque no se trata de andar por las veredas y las calles como si fuera algo normal, corriente.  Eso era antes. Tiempo pasado. Ahora, con la modernidad, el crecimiento poblacional, la multiplicidad étnica, la diversificación y el aumento exponencial del parque automotor, con la tensión y agresividad que esto conlleva, las posibilidades del ejercicio peatonal también son múltiples,  por lo que las destrezas también se van ampliando conforme el nuevo escenario.
                Tomemos por ejemplo la simple conducta de caminar por la vereda.  Usted hace algunos años, pocos, caminaba por la vereda. Es decir, se trasladaba de un lugar a otro. Y eso era todo. Y los demás hacían lo mismo. Ahora en cambio, ese traslado se parece bastante al que tienen que realizar los All Blacks en un intento de concretar un try ante los Sprinboks de Sudáfrica. En una final de campeonato. Porque si usted antes caminaba, observando las vidrieras con tranquilidad, relajado, como quien no hace otra cosa que eso, digamos, ahora las cosas han cambiado. Usted ahora no simplemente recorre. Usted ahora se terminatoriza. Se acoraza cual un comando en acción. Entra en una suerte de trance para lograr su objetivo. Entonces arremete. Embiste. Ataca. En forma lineal y directa. Porque usted, aquí cabe decirlo, no es de los que esquivan  el bulto, no señor. Se trate de un hombre, una anciana, un grupo de niños del jardín, un ciego, alguien que va de espaldas. Usted, una vez que se puso en movimiento no para. Sigue su marcha. Como un tanque estadounidense en las arenas del Golfo. Nada lo detiene. Porque supongamos, solo supongamos, que usted trabaja en el petróleo. En el campo, no en administración. Su masa muscular, independientemente de su tamaño, es considerable. Por encima de la media de la población, Sin dudas. Acostumbrado a soportar amplitudes térmicas casi inhumanas sin que se le mueva un pelo. Por qué no va a caminar como se le cante, sin tener que andarle cediendo el paso a nadie, hoy que se calzó las bermudas y las air max tailwind porque está de franco y quiere pasear con su familia. O hacer trámites. Como cualquier hijo de vecino. Por qué  no va chocar con sus brazos y sus hombros casi blindados contra todo el que pase a su lado. O  bajarse de la vereda cuando lo pueden hacer los demás. Que se jodan si son  más débiles. Quien los manda a trabajar tras un escritorio o un mostrador.  O a ser mujeres. Usted dele para delante.  Si puede, aplaste. Pise. Cambie de rumbo o frene de golpe. Obstaculizando el paso todo lo que pueda. Total la vereda no es de nadie.
                Vamos ahora al cruce de calles. No me diga que esto no merece un párrafo aparte. Porque sea usted un peatón auténtico o le toca tener que caminar porque no puede llegar con su coche o camioneta a destino, la conciencia y el acto es el mismo. Su enemigo principal es el tránsito vehicular. Y punto.  Porque usted, desde el momento en que se peatonaliza, solo tiene en claro una cosa cuando el  programa automático con la consigna que dice: en caso de accidente el único culpable es el que maneja. Y no me diga que no es casi como si le dieran licencia para matar. O morir. No importa. Si usted cruza en una esquina con semáforos o sin semáforos,  la diferencia es nula. Usted cruza cuando quiere cruzar, y listo.  Que frenen. Que tengan cuidado. Que se jodan. El peatón tiene prioridad. O no lo saben. Asesinos. Es más. Si a usted que va cruzando, aunque no le corresponda, se le ocurre aminorar la marcha o frenar súbitamente, porque justo, por pura casualidad,  lo llaman por el celular, hágalo. No mire si viene algún vehículo. Es más, si estaba mirando, baje la vista, la cabeza. O gírela para otro lado. Invisibilizando todo lo que se deslice sobre ruedas. Todo. Que paren. Que esquiven. Es un problema de ellos. No suyo.  Ahora si por ejemplo no tiene ganas de ir hasta la esquina y quiere cruzar a mitad de cuadra, hágalo. No  lo dude. Ni bien se le ocurra, cruce. Si es posible en diagonal. Acuérdese: sin mirar. O haciendo que no mira. Y si puede salir entre dos vehículos estacionados mejor. El efecto sorpresa es fenomenal, porque no les da tiempo a nada. Ni le cuento si usted es una madre. Una  feliz e inocente madre que va con su bebe en un cochecito y su otro hijito, que recién aprendió a caminar, de la mano.  Ahí tiene el derecho de hacer todo lo que quiera. Cruzar en rojo. Pasar por la mitad de la calle. No moverse ni un milímetro si alguien está retrocediendo para estacionar  y no la ve. Todo. O no saben  que una madre es lo más sagrado del mundo. Lo mismo si va acompañando a alguien con alguna dificultad manifiesta. En una silla de ruedas, por ejemplo. Aproveche. No deje pasar la oportunidad. O si usted mismo se encuentra limitado. Con una fractura de tibia y peroné y con muletas. O acaban de colocarle una prótesis en la cadera. No se amilane. Esta es la suya. Entorpezca  el tránsito. Que se escuche el chirriar de las gomas. Si es posible que choquen en cadena.  Que haya caos. Y si lo pisan, o lo dejan inválido o matan al familiar que va con usted. No importa. Que el juicio seguro que lo pierden.

Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia. Febrero 2013