Siempre he pensado que
entre libro y autor hay un hiato. Una distancia que no debe ser franqueada. Una
delgada o no tan delgada línea roja, que separa al sujeto de la obra que
genera. Separar no es necesariamente, desarraigar. El autor está profundamente
arraigado con su texto y sin poder confirmarlo, también el texto es respuesta a
esa fuerza obscura que algunos llaman depresión. Es justamente este arraigo
profundo entre autor y texto, que la escritura generosa permite una lectura
apasionada. Cuando llegamos a la última frase de la última página, Miguel nos
sonríe. El sabe, aunque quizá no sepa que sabemos, que ha logrado el milagro
necesario de nuevos arraigos. En este caso, gracias a Miguel, he subido al Chenque
y he comido calafate. He visto los efectos del alucinatorio social del oro
negro que en pocas décadas volverá negro al planeta, he sentido el dolor de las
frustraciones anticipadas y las gratificaciones traicionadas. He podido
entender una dimensión mas profunda de lo que he denominado “cultura
represora.” Las denominadas por Miguel actividades anti participativas, o la
descripción de la personalidad autoritaria, transforman a este texto a un manual
de diagnóstico de los crueles que arrancan el corazón con que vivo. Deduzco que
para ellos Miguel no tiene ninguna rosa blanca. Lo que tiene es un rosal
espinoso donde explica, con la paciencia de los hombres sabios y buenos, como
el discurso paradojal de la cultura formatea nuestra subjetividad con la misma
lógica del loco. Y del psicótico. ¿No enseñó acaso León Rozitchner que el
normal estaba enfermo de realidad? Miguel nos enseña que la normalidad en
nuestra cultura es apenas una forma de desarraigo deseante. Donde hasta se
pierde la capacidad de entender los mensajes. Y agrego: y se adquiera la letal
capacidad de entenderlos mal, de la peor manera posible. Ya no queda el buen
entendedor, al que le son suficientes pocas palabras. Por supuesto: Miguel se
esmera en que entendamos que con tal de salvar al gallo capitalista, el
general, es decir, las masas artificiales arrasarán incluso con la pulsión de
autoconservación. Comer mierda invierte la lógica de la especie, porque aquello
que debe ser eliminado, ahora debe ser
ingerido con tal de sostener a todos los gallos negros, tan negros como el oro.
Miguel sabe que el arte, propio de su poesía, ajeno del canto, es una llave
universal que abre casi todas las cerraduras. “Que pena me da, saber que al
final, de este amor ya no queda nada”. Es cierto: pero lo mas terrible, lo que
Miguel no deja de martillear en nuestras cabezas, es que si nada queda del
amor, de la crueldad queda mucho. Demasiado. Crueldad que será maquillada,
transformada en su contrario, sometida a poderosas formaciones reactivas,
clonada en su antagonismo mas fundante, la ternura. Pero una ternura
desarraigada de los cuerpos que debieron recibirla, y que en cambio reciben
hambre, frío, soledad, tristeza, muerte. Por eso Miguel nos dice que a lo
mejor, creo que no está seguro, hay muchos caminitos y que a lo mejor, porque
insisto, no creo que esté demasiado seguro, alguno quizá no nos lleve a ese
territorio negro como el oro negro donde alguien nos dice que “una sombra ya
pronto serás”. Si afirmamos con Freud que en la depresión mas severa, la
melancolía, la sombra del objeto cae sobre el yo ¿Cómo no pensar, siguiendo la
lectura que Miguel nos propone, que la sombra del petróleo ha caído sobre
Comodoro? Fueron por agua y salieron empetrolados. Los designios de Dios son
inescrutables, pero algunos, a lo mejor
un tal Petersen, saben leerlos mejor que otros. Y hacer de la oportunidad,
oportunismo. Y de la sabiduría, viveza criolla
y no tan criolla. Miguel, rara mezcla de John Lennon y Don Fulgencio,
quiere desarraigar de la tierra las guerras en serio. Sabe que las mentiritas
no son mas que las fantasías, ese espacio virtual donde podemos ser malos sin
dañar, y buenos sin que nos aplasten. Donde nos encontramos con los otros
colores del oro. Pero para poder sostener esas tierras del nunca jamás, tenemos
que sentirnos seguros. Arraigados. Incluso en nosotros mismos. Por eso es
fundante de este texto el tema de la identidad. O de las identidades y del
complejo proceso en el cual se construyen. La lucha entre el origen y el
destino es permanente y no siempre lleva a la meta deseada de sentirlos y
pensarlos como dos caras de la misma moneda. Moneda que no es otra cosa que la
vida misma. Cuando de las identificaciones que son trazo, se hace identidad, que
es una marca, entonces marcamos a los que son y a los que no son. Los NYC son
los que están, perdoname Miguel el neologismo, sobre arraigados. Demasiadas
raíces como para permitir que se instalen en la comodidad de la generosa tierra
otras raíces. Pero en ese sobre arraigo está el crimen y está el castigo. Los
NYC no tendrán quizá la vergüenza de haber sido, pero si el dolor de ya no ser.
Ya no son quienes manejan el Poder Real. Les fue arrebatado quizá porque nunca
entendieron que no se trata de un “toco y me voy”, sino que es mas importante
quedarse que haber llegado. Porque además la memoria, esa medicina que Miguel,
después de todo no tiene que olvidar que es médico y de los buenos, nos receta,
tampoco es neutral. Hay una memoria heroica, que apenas sirve como engreído
taparrabos para bloquear la percepción del presente. Está la memoria histórica,
que es donde Miguel hace palanca, porque historizar es también resucitar un
poco. Pero la mayor fuerza es convocar al recuerdo. Cuando lo que sentimos se
impone, dulcemente se impone, incluso a lo que pensamos. La historia es un
archivo de sentimientos, sensaciones, emociones que están clavados en todo
nuestro cuerpo. Del cuerpo vienen y al cuerpo volverán. Hay recuerdos de
batallas perdidas, de traslados forzados, de pesadillas que pretendieron
transformarse en sueños. Recuerdos de tantas guerras perdidas, de tanta
dignidad avasallada. Pero entonces, de la misma manera que la poesía es un arma
cargada de futuro y de presente, el libro de Miguel nos enseña ese origen y
afirma con su praxis que el origen no debe transformarse en el dogma
paralizante en el cual se anula el destino. Que un exilio forzado puede dar
paso a un arraigo no forzado. Que la historia que empezó desde el dolor, pueda
continuarse en la caricia. Pero para eso será necesario, imprescindible, el
arte. El que convoca en su cinema paradiso del Coliseo de Comodoro. Recuperar,
eso es lo que entiendo que nos dice Miguel, la misma tensión, la misma emoción,
la misma decisión cuando vivimos nuestra vida, que cuando vemos sentados vidas
ajenas. Para que nuestra vida, la única que tenemos, no termine transformada en
la vida de otro. Otro que soy yo, pero con el cual no me encuentro. Mirar de
frente lo negro del oro, para buscar el color, el sabor y el olor del agua. Somos
agua, no somos petróleo. Thanatos puede deslumbrar, pero no alumbra. La vela
mas pequeña dura mas que el mejor de los fuegos artificiales. A prender esa
vela Miguel nos convoca. Yo decidí acompañarte. Vos lo sabés: no estoy, pero ya
me arraigué a tu vida. Subí al Chenque y comí Calafate. Además, tenemos una
fraternidad compartida. Vos sos un Boer y yo me enfrenté, como vos, con algunos
imperios. Y ni a vos ni a mi nos va a agarrar ninguna somnolencia. Estamos
despiertos y junando. En Comodoro y en Buenos Aires. Hasta nuestra victoria,
siempre.
(*) MEDICO
PSIQUIATRA, PSICOANALISTA. COOPERATIVISTA. PROFESOR TITULAR DE TEORIA
PSICOANALITICA EN LA ASOCIACION ESCUELA ARGENTINA DE PSICOTERAPIA PARA
GRADUADOS. PROFESOR EN LAS FACULTADES DE PSICOLOGIA DE LAS UNIVERSIDADES
NACIONALES DE LA PLATA, MAR DEL PLATA Y ROSARIO A CARGO DEL SEMINARIO DE
PSICOANÁLISIS IMPLICADO. FUNDADOR Y PRESIDENTE HONORARIO DE ATICO COOPERATIVA
DE TRABAJO EN SALUD MENTAL. MIEMBRO DE HONOR DE LA SOCIEDAD CUBANA DE
PSIQUIATRÍA. AUTOR DE 5 LIBROS Y CENTENARES DE ARTICULOS EN REVISTAS DE SALUD
MENTAL Y DE DIVULGACIÓN. REDACTOR DE LA AGENCIA DE NOTICIAS PELOTA DE TRAPO