miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡Cuarenta años no es nada! (*)

Apenas cuatro décadas. Una pavada, si pensamos el tiempo que pasó desde que el Homo se convirtió en Sapiens, aunque no tanto si tenemos en cuenta el promedio de vida de un ser humano actual.
Esta profunda e interesantísima reflexión filosófica, viene a cuento de que los alumnos de la Promoción 1966 del glorioso Colegio Nacional Perito Moreno, nos vamos a reunir para conmemorar, ni mas ni menos, los 40 años de nuestro egreso.
¡Y parece que fue ayer!
¡Como les pasa el tiempo a los demás! Increíble.
Y uno tan joven. Mejor dicho: y todos tan pendex como entonces. Ellas, ni les cuento. Nosotros, para que mencionarlo. Bueno, algunas canas, alguna pancita, alguna estriíta, alguna artralgia, algo de colesterol, la glucosa un poco elevada, en fin, cosas menores.

Porque nuestro espíritu sigue como entonces.
Porque nuestro compañerismo sigue como entonces.
Porque en un lugar, muy grande, del corazón, todo sigue como entonces.
Pese al tiempo transcurrido.
Pese a las ausencias, que las hay.
Pese a que el mundo ha cambiado, tanto.

Porque fuimos protagonistas y testigos de una época maravillosa en muchos aspectos ( y de penosas circunstancias también, por supuesto). Históricas, sociales, culturales. Baste decir que crecimos con Elvis y con Los Beatles, es decir casi con el nacimiento de la adolescencia moderna, conformando también parte de la vanguardia en materia de conflictos generacionales (siguiendo el modelo del gran adelantado James Dean, que quedó en el camino),haciendo un modesto pero importante aporte a la gran masa de incomprendidos que surgió a mediados de los 50, pero llegó a su máximo esplendor cuando estábamos en el cole en adelante (entonces ignorábamos que estábamos en la “Década de los 60”)

También fuimos, justo es reconocerlo, tremendamente transgresores: fumábamos a escondidas, jugábamos al truco por plata (o por un panchito de la cantina), usábamos flequillo y hasta nos animábamos a regresar a nuestras casas luego de un asalto o un cumple de 15, ¡pasadas las 4 de la mañana! ¡Como para que el mundo no empezara a disgregarse irreversiblemente!

Pasamos de la radio a la tele en blanco y negro, pero tele al fin, y una licuadora o una radio a transistores era el sumun (si, el sumun) de la tecnología de punta. Ni que hablar de un Geloso. O como dijo un amigo: pasamos de la perilla a la tecla (del reloj de cuarzo no había ni noticias, y la palabra digital no existía). Y así nos quedó el cerebro. Hay algunos que todavía están en la transición y siguen golpeando la barra de la computadora como si fuera una Lexington 80. Lo que cuesta vale.

Vivenciamos transformaciones que no tuvieron retroceso: como la Revolución cubana, el asesinato de Kennedy o el viaje del hombre en el espacio (nosotros ya habíamos egresado cuando llegó a la Luna, por lo que somos prelunares) después de que lo hiciera Laika. Con lo que se convirtió en uno de los nombres mas comunes, demás de Lassie, con que se bautizaba a las perras. De los perros ya sabemos: Batuque, Lobo y Capitán estaban a la cabeza. Bueno, Guardián también.

Y hablando de originalidades de los nombres. No me acuerdo de ninguna compañera que se llamara Jessica, Geraldine, Daiana, Celeste, Sol o Chloe por ejemplo. O algún compañero que tuviera de nombre Nahuel, Brian o Jonatan, por decir algo al azar.
Somos de la camada de las Marías, Martas, Rosas, Olgas, Susanas, Mabeles, Margaritas, Anas. De los Carlos, Marios, Ricardos, Oscares, Robertos, Eduardos, Jorges y... Migueles.
Somos de la época del Club del Clan, del rock en “castellano” (¿que???), del twist, el pata pata y de los “lentos”. Aunque también le dábamos a la cumbia hasta el cansancio, no crea.

Sufríamos de amor como el que mas. Porque del sexo (¿qué???????), mejor ni hablar. Aunque pensándolo bien, hablar, hablábamos. Mucho.
Decía: el amor, la pasión, los “metejones”, signaban nuestra existencia. Ora para engrandecerla, ora para arruinarla.
Si bien no existía el concepto de anorexia o bulimia, mas de una perdió el apetito y el peso y mas de uno aún sigue gordo por culpa de algún amor contrariado. Por culpa de ella o de él. O, mejor dicho: por culpa de la “otra” o el “otro”.
Por suerte siempre había alguien presto a consolarnos, lo que evitó mas de un suicidio.

Porque el afecto, el cariño, fue lo primordial en todos esos años. Y en los que vinieron después también.

Porque eso nos brindó el Colegio. Un espacio de encuentro para el crecimiento en común. Es decir, de alegrías y tristezas. De tremendos sinsabores e inolvidables delicias.

Pavada de privilegio tuvimos.

Gracias a muchos profes y por supuesto también a nuestros queridos “viejos”.

Confieso que era feliz yendo al Cole.
Y soy feliz recordándolo.
Y mas aún, porque luego de ocho lustros nuestra memoria y nuestras emociones siguen intactos.
Por lo que seguimos, nomás, siendo unos increíbles, benditos privilegiados.

Chan. Chan.


Dr. Miguel Angel de Boer

Comodoro Rivadavia, Setiembre, 2006


(*) Este 2011: Cuarenta y cinco!


























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