martes, 11 de mayo de 2010

Aquel veintinueve

Cuando llegó, junto con uno de los compañeros de la facultad, a la vieja casona de la calle Chubut, un clima de tensa excitación lo recibió al entrar a la cocina. A algunos no los conocía, pero sabía que casi todos se encontraban allí, como él, atrapados en el barrio Clínicas, ante el anuncio de que la entrada de las tropas de la Aerotransportada era inminente.
- Che, que alguien haga unos mates mientras escuchamos las noticias - dijo uno, tratando de poner cierta orden.
- Háganlo ustedes compañeros, que nosotros mientras vamos a preparar unas "molo" para cuando vengan estos hijos de puta - dijo otro.
- Está bien, pero mantengamos la calma compañeros, que la noche recién empieza - agregó un tercero.
- ¡Esto es histórico, compañeros!...¡Esto es histórico!...¡Hoy las masas estuvieron en la calle, y nosotros los estudiantes estuvimos junto a ellas!...¡ Se dan cuenta?!...
- Esto es la Revolución...¡Viva la Revolución, carajo!!.....
- ¡¡¡Viva!!! - gritaron y aplaudieron casi todos...

Y mientras todos hablaban, vociferando para ser escuchados, fue recordando como en un sueño - sentado en el suelo y apoyado contra la pared que daba a la calle - lo acontecido aquel día.

Habían quedado en encontrarse con otros delegados de la Comisión de la facultad a eso de las once de la mañana en la esquina de Rioja y Tucumán, de acuerdo a lo convenido el día anterior en la Coordinadora. La idea era concentrarse allí para luego ir al encuentro de los obreros que venían desde las fábricas ubicadas en las afueras de la ciudad. A ellos les correspondía unirse, previamente, con los de Luz y Fuerza.
El paro decretado venía bastante pesado; la cosa estaba más que jodida y los paros "materos" de los burócratas ya no conformaban a nadie. Y con la derogación del sábado inglés se había terminado de pudrir todo.

No alcanzó a reunirse con los compañeros, medio a las apuradas, cuando casi de inmediato llegó la noticia de que la "montada" había cargado contra una columna de IKA-Renault matando a un obrero a la altura de Arturo M. Bas y Boulevard San Juan.
-Tiraron sin asco los hijos de puta...y le dieron a un compañero, compañeros......Pero los compañeros se resistieron y los hicieron recular – explicaba, conmovido, uno de los que venían con la información.
-¡Están dispuestos a todo estos hijos de puta! – agregó otro
-¡Asesinos de mierda! – gritaron varios-
-¡No nos dejemos ganar por el pánico, compañeros! – dijo él, tratando de sobreponerse al miedo.
-Tiene razón el compañero - apoyó otro - Dispersémonos en grupos y tratemos de llegar a la General Paz con la gente del Gringo Tosco, como habíamos quedado.
Y hacia allí se dirigieron, tomados de la mano los unos, agazapados y pegados a la pared los otros. Aterrados todos por el ulular de las sirenas y la ida y venida de los patrulleros que ya circulaban por la Colón y la General Paz, mientras empezaba a correr gente de un lado a otro y el olor a gas y pólvora comenzaban a impregnar el ambiente.

Estaban llegando a la Colón cuando se toparon con el grupo de Luz y Fuerza, con quienes se pusieron a gritar como de costumbre pero con mucha más bronca: ..."¡Obreros y estudiantes, unidos adelante!"....."¡Abajo la dictadura!",.... "¡Luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular!...., "¡Hijos de puta!...¡Hijos de puta!.. ", enardecidos por lo ocurrido y buscando unir las fuerzas frente a lo que percibían como algo muy distinto a lo que había ocurrido en otras oportunidades.
- ¡Viva la clase obrera! - gritó con todas sus fuerzas un estudiante
- ¡Viva! - corearon los demás
- ¡Vivan los estudiantes!- respondió un obrero
- ¡Viva los obreros y los estudiantes! - contestaron varios.
Y así iniciaron la marcha. Juntos. Entremezclados. Obreros y estudiantes. Indistinguibles en su odio a un gobierno que desde hacía casi tres años venía cercenando los derechos de la clase obrera y el pueblo.
No habían alcanzado a recorrer media cuadra, cuando un móvil de la policía, haciendo sonar la sirena y disparando tiros al aire por una de las ventanillas, trataba de abrirse paso entre ese enjambre humano que ocupaba la calle de vereda a vereda.
- ¡Cuidado compañeros....!
- ¡ Ahí vienen los asesinos hijos de puta....!
- ¡Hijos de puta!....¡Hijos de puta!....- gritaba la mayoría, tratando de impedirle el paso.
Pero la "yuta" estaba decidida. El que manejaba aceleró sin asco mientras el que estaba a su lado seguía con los disparos.
En medio del desbande tomó una baldosa y, casi sin pensarlo, se acercó al vehículo con la intención de arrojarla. Fue en ese preciso instante en que uno de los policías, al verlo, le apuntó con el arma directamente al pecho amagando con tirarle, registrando así - por primera vez en su vida - la extraña sensación de haber enfrentado la muerte cara a cara.
Cuando reaccionó ya sus compañeros iban, a las puteadas, por la Santa Rosa, rompiendo todo lo que encontraban a su paso, con una furia incontenible, avasalladora.
- ¡No, compañeros!....- gritó con angustia uno de los militantes que estaba en el grupo - ¡ No caigamos en el salvajismo....!
- ¡ Ma’ que salvajismo ni salvajismo! - replicó uno de los obreros con furia - Los que tienen negocios son todos unos hijos de puta.....Cuando pueden nos cagan....!, agregó indignado.
- ¡No, compañero! - insistió el primero - nuestros enemigos son los capitalistas y el imperialismo...a ellos tenemos que atacarlos...
- Tiene razón el compañero - dijo uno que parecía uno de los delegados de Luz y Fuerza - no seamos animales, que eso es lo que quiere la oligarquía, para poder decir que somos una manga de bestias y poder reprimirnos a gusto....
- ¡ Entonces vamo' a la Colón! - gritaron varios -....allí están los negocios de los hijos de puta que nos explotan..
Y hacia allí fueron.
A la Avenida Colón.
Enfervecidos. Eufóricos. Con toda la bronca del mundo, que iba aflorando como a borbotones.
-¡"Sevaacabar, sevacabar, la dictaduraaaamilitar!.....¡Sevaaacabar, sevaacabar...la dictadura militar!",....."¡Asesinos!...¡Asesinos!...”- gritaban como nunca, casi con arrogancia. Con ese coraje que surge cuando se siente que la historia está a favor.
El torbellino era imparable. Las vidrieras estallaban como focos de luz, salvo aquellas que por su consistencia hacían rebotar las piedras como si hubiesen sido elásticas. Los coches eran dados vuelta como si fueran de juguete y desde las ventanas y balcones de los edificios tiraban de todo para las barricadas.

Un grupo se dirigió a la sede del Jockey Club con la intención de incendiarlo, mientras otros - que se habían adelantado - apedreaban el edificio
-¡Oligarcas hijos de puta!
- ¡Acá se divierten los explotadores con la guita que nos sacan a nosotros! – gritaban
El, en cambio, se dirigió a la Xerox, al ver que varios estaban destrozando los ventanales de la firma. Cuando entró algunos ya estaban rompiendo algunas fotocopiadoras. Fue entonces que tomó un trozo de hierro que encontró y empezó a golpear una de las máquinas que tenía a mano. Con una violencia inaudita. Desconocida. Porque no sentía que le estaba pegando a una máquina. Sentía que le estaba partiendo la cabeza a la burguesía, al imperialismo, a la injusticia, a la explotación. Que pegaba por él y por todos (....."por los que se mueren de hambre....por la gente de las villas....por los chicos desnutridos...por los represión…por Vietnam…...por Cuba…..por Argelia……por Latinoamérica……por el Che….por los fusilamientos….por las torturas…por los asesinatos….por Papillón.......por Cabral....por los obreros...…"......"hijos de puta......hijosderemilputamadrequelosremilparió..."......"por todo lo que sufrimos” ....”por lo que sufro”…..”por mis viejos...."......"hijos deputa..."....."les pego por lo que nos hicieron...por lo que nos hacen....." "explotadores hijos de puta...."). Y siguió golpeando y golpeando hasta quedarse casi sin fuerzas. Hasta darse cuenta que ya no tenía sentido seguir haciéndolo.
- Vamos para el Clínicas - dijo uno
-¡Sí, vayamos para el barrio! - contestó otro.
Y hacía allí partieron.
Cuando llegaron a la Cañada pudieron ver barricadas por todos lados.
Se escuchaban disparos y el ulular de las sirenas y el olor a pólvora, a gas lacrimógeno, a goma quemada, a nafta, seguía impregnando la ciudad de una extraña y particular manera.

Al llegar a la concesionaria de la Citroen el espectáculo parecía de película.
Los coches eran sacados a la calle para ser chocados entre sí o contra las palmas de luz, quemados, volcados. Las puertas eran arrancadas como si hubieran sido de cartón y los asientos sacados y usados en el medio de la calle como sillones de un living. Y al cabo de un rato, un estremecimiento indescriptible anunciaba el derrumbe del edificio por el incendio, desplomándose el techo con un sonido atronador.
Cuando llegaron a la Plaza Colón, en la confitería La Oriental parecían estar de fiesta. Hombres, mujeres y chicos habían tomado posesión del lugar comiendo o llevándose lo que tenían mano, a la vez que “atendían” a los que se acercaban.
- ¡Tomen compañeros! - decía uno de los ocasionales "expendedores", con un increíble Chianti en la mano, que seguramente era el primero y el último que tomaría en su vida.
- ¡Vamos a morfar y chupar aunque sea una vez lo que comen los burgueses! - agregó otro con una satisfacción que lo excedía, mientras le entregaba comida y algunas botellas a una pareja que desde una moto observaba, como de paso, lo que estaba ocurriendo.
La plaza semejaba un día de picnic popular. Los bancos habían sido arrancados y colocados en distintos lugares, de cara a un hermoso sol otoñal. Parecían estar aislados de la violencia que los circundaba. Como descansando en un feriado eterno.

El grupo inicial se había desperdigado ante la magnitud incomprensible de los acontecimientos.
Unos cuantos siguieron por Colón donde ya empezaban a visualizarse algunas barricadas impresionantes que atravesaban la avenida de vereda a vereda. Su tamaño evidenciaba la participación masiva, arrolladora, hasta ahora nunca vista en una movilización, puesto que en las mismas había cuanto objeto callejero o doméstico se pudiera imaginar. Algunos de ellos inverosímiles, como una heladera o un lavarropas.

El sol se iba retirando de a poco.

Se sabía que en toda la ciudad estaban ocurriendo episodios similares. En barrio San Martín, en el Güemes, Observatorio, Talleres, Juniors, Alto Alberdi, Villa El Libertador, Santa Elena, minuto a minuto, hora a hora se iba extendiendo la lucha a todas partes.
En el centro ni que hablar. Los puentes como el Avellaneda estaban infranqueables.
La consigna que se fue imponiendo era tomar la ciudad y resistir todo lo que fuera posible a los fines de impedir la posible entrada del Ejército.
Cuando iban ya en dirección a Alberdi, un puñado de exaltados intentó atacar la parroquia situada en la esquina Rodríguez Peña. Un desconocido, trepado sobre una de las barricadas, sacó un pequeño revólver y disparando un par de tiros al aire gritaba desaforadamente: "¡ Vandalismo no, compañeros!", ante la sorpresa primero y el aplauso después de quienes lo rodeaban.

Fue ahí que se percató que la policía no existía. Que ya casi no se escuchaban sirenas y que de a poco un silencio extraño iba ganando las calles.
Fue entonces que se dio cuenta que la ciudad estaba totalmente tomada.
No lo podía creer.
Se acordó de la Comuna, de las insurrecciones, de tantos hechos históricos similares. “La Revolución es posible”, pensó emocionado.
Y entonces percibió un olor, un aroma particular, único, que impregnaba y atravesaba todo su ser, su espíritu, que nunca mas volvería a sentir ni a olvidar. Era la libertad, no cabía duda. Existía, verdaderamente. Y era algo por lo cual, ahora lo entendía como nunca, valdría la pena luchar, combatir, dar todo de sí, hasta la vida misma.

Aún percibía esa sensación cuando uno de los compañeros de la casa lo zamarreó.
Vamos compañero! - le dijo. Vamos que está queriendo entrar el Ejército y tenemos que ir a la Colón a ayudar a los compañeros que están tirando las columnas del alumbrado, para que estos hijos de puta no entren!
Y hacia allí fue.
Cansado, pero feliz.
Intuía que lo que estaba pasando no era un hecho más.
Intuía que ya nada sería igual.
Aunque nunca se imaginó cuanto cambiaría todo.

Y menos aún, que ese día inolvidable, un jueves de Mayo del 69, quedaría registrado para siempre como el histórico Cordobazo.



Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Mayo, 2008
Argentina