viernes, 2 de abril de 2010

2 de Abril





A pocos días de la derrota de la Guerra de Malvinas, tuve la triste oportunidad de estar - en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Regional de mi ciudad, Comodoro Rivadavia, colaborando con el equipo del mismo - entre los primeros colegas que tomamos contacto con los soldados que llegaban de las islas.

Aún tengo presente el clima de opresión, desasosiego y tristeza, en el medio de un silencio angustiante, conque observábamos perplejos y asustados, la llegada de los helicópteros que traían a decenas de jóvenes que se distribuían a los distintos servicios del hospital, según la sintomatología que presentaban.

En el servicio de Psiquiatría, el silencio era asfixiante. Recibimos a los chicos, los cuales iban ubicándose en las camas que se habían dispuesto en las distintas salas, quienes se encontraban en su mayoría en un estado semiestuporoso, constituyendo todo una escena onírica que jamás voy a olvidar.

Aun recuerdo, que ni bien comenzaron a poder hablar, los temas predominantes giraban en torno a lo bien que los habían tratados los británicos (“nos daban de comer, doctor”, decían), a la fortaleza de los mismos (“no sabe que grande era la mochila que cargaban”), a las condiciones en las que habían transcurrido la guerra (los pozos, el clima, el maltrato), intentando transmitirnos la increíble experiencia.

Uno de ellos me pidió que le tocara (“tóquelo, doctor, tóquelo”) el pañuelo de un Gurka que llevaba en el cuello, aún impresionado por estar vivo.

Otro, caminaba excitado, repitiendo: “les podríamos haber ganado”, con una mirada de impotencia y bronca que aun tengo presente.

La mayoría estaba en sus respectivas camas, sin moverse de ellas, en silencio, con los ojos cerrados.

Sentí, como todos los colegas, un dolor tremendo. Sentí vergûenza. Sentí, también, una humillante impotencia. Sentí que estaba presenciando, otra vez, las consecuencias del ejercicio despiadado e inhumano del poder tenebroso de una dictadura. Sentí, como nunca, lo que es un filicidio.

Sentí que el daño era irreparable.

Y lo sigo sintiendo.

Dr. Miguel Angel de Boer.
Comodoro Rivadavia, Chubut , Argentina
2 de Abril 2001

(*) Publicado en diarios locales y en Página 12, Diario y otros medios nacionales en el mes de abril del 2001