sábado, 9 de enero de 2010

Jonás

Supongamos que se llama Jonás, aunque ese no sea su nombre verdadero. Supongamos que tiene mas de cuarenta años. Aunque no se sabe. En realidad, tenemos que suponer muchas cosas. No queda otra.
Les cuento que Jonás es un paciente que está internado hace no sé cuantos años. Pero no son pocos. Padece un problema orgánico cerebral, por lo que de tanto en tanto entra a delirar y a alucinar, casi siempre por las noches. Y también deambula, seguramente asustado por lo que percibe, yendo de pieza en pieza o caminando por el pasillo o entre las mesas del comedor.
Pero en general suele estar bien y es lo que se dice: un encanto.
Porque Jonás es un tipo muy cariñoso, tierno y de muy buen humor. Le gusta contar cuentos en una peculiar jerigonza, dada su dificultad para hablar. Lo que no impide que se le entienda. Al menos yo. Razón por la cual, cada vez que puede, literalmente me acapara para que lo escuche, o mejor dicho, lo mire. Porque acompaña sus relatos con un despliegue de mímica, ademanes y movimientos con el cuerpo que impresiona. Cuestión que es un espectáculo verlo. Mejor a cierta distancia, porque también esparce saliva en un radio bastante amplio.
Sus temas preferidos están vinculados a seres que vienen del espacio exterior, de superhéroes o bien personajes de película. Uno de sus preferidos es el Hombre araña. Por eso ni bien me ve hace el gesto de tirar la tela con el dedo medio, y yo hago como que quedo atrapado y me desespero por salir y él se divierte en grande tirándome mas y mas, aunque yo le pida por favor que pare de una vez. Otro de sus personajes es Robocop. Y hay que ver como se transforma y realiza el movimiento para sacar la pistola, mecánicamente, con los pasos que corresponden, disfrutando a mas no poder.
Pero también me cuenta sus problemas, sus angustias, sus preocupaciones. Entre sonidos gluturales, gestos y expresándose con las mas diversas miradas, yo lo escucho – y lo miro -y voy traduciendo lo que me dice. A lo cual él va confirmando con un si, o bien se embola diciendo que no de un modo rotundo, girando la cabeza de una lado a otro como rechazando mi interpretación un tanto irritado, haciéndome sentir como un idiota. Yo a veces me desquito, haciéndolo enderezar. Porque resulta que tiene una tendencia a inclinarse hacia adelante, llegando con la cabeza casi hasta las rodillas, y se tambalea dando la impresión de que va a perder el equilibrio en cualquier momento. Ahí es cuando lo desdoblo, por asi decirlo, colocando una de mis manos en su cintura y empujando con la otra en su pecho. Según el ánimo que tenga, se ríe a carcajadas o empieza a quejarse señalándome adonde le duele como si le hiciera mucho daño. Entonces lo acaricio diciéndole pobre Jonás como le duele, y el se siente el ser mas dichoso del mundo en ese instante.
Con el tiempo lo fui comprendiendo cada vez mejor y hoy mantenemos charlas ininterrumpidas casi naturalmente. Es más, aunque no lo entienda, él no para de hablar a la vez que me sigue por todos lados y tomándome del brazo o del hombro interrumpe cualquier conversación que yo pueda estar teniendo, como si mi interlocutor no existiera.
Como es de muy buen corazón su gratitud se manifiesta de distintas maneras. Sea con besos, con abrazos, tomándome de la mano cuando caminamos por el pasillo o bien cuando salimos con los demás pacientes a dar una vuelta por la playa.
Pero una de las formas en que le gusta mostrar su afecto es representando juegos y personajes en forma particular para mi. Una suerte de show personalizado.
Uno de ellos es el del mudo. Si, del mudo.
La cosa es asi. Ni bien llego al servicio y cuando estoy saludando a los que están, él me indica que no puede hablar. Se señala la boca, la garganta, como diciendo no puedo. Muy serio, por supuesto. Yo me doy por enterado y comienza su relato por medio de señas, el cual voy traduciendo en palabras. Lo gracioso es que a veces vienen otros pacientes a presenciar la escena y se quedan impresionados viendo nuestra peculiar conversación. Mucho mas cuando les digo: pasa que Jonás hoy se quedo mudo y por eso no puede hablar. No es cierto Jonás, le pregunto. Y el invariablemente responde: si. Estallando todos de risa. Y si además agrego: aquí tenemos al mudo que habla, se hacen una panzada. Incluido él. Y yo, para que negarlo, me siento feliz.
Con él y con todos los que debieron quedarse internados, fuera porque no estaban bien, porque no querían salir, porque sus familiares viven a cientos de kilómetros o bien porque están absolutamente solos, es que pasé parte de la Navidad y del Año Nuevo, antes de que se acostaran. Y nos reímos, cantamos, nos sacamos fotos y videos, con entusiasmo y la alegría.
Al salir de allí sentí que el corazón se me estrujaba con una mezcla de regocijo y tristeza, de amargura y de dicha. Sentí pena por su situación, a la vez que afortunado de que me hubieran compartido su afecto y su mejor aprecio. Y cuando observé el estallido de los fuegos artificiales los vi más efímeros que nunca.
Porque estos desheredados de la tierra, como Jonás, son seres extraordinarios, increíbles, maravillosos. Y sus almas, sus dolores, sus alegrías, sus enojos, sus preocupaciones, sus ocurrencias, nutren mi cuerpo y mi mente día a día. Haciendo fluir como un bálsamo la vida, el amor, el consuelo, la esperanza. Fortaleciendo mi convicción y mis deseos mas genuinos por hacer de este un mundo que los dignifique. Porque de ello depende que yo me dignifique y que todos podamos dignificarnos, como merecedores de pertenecer a la especie humana.

Miguel Angel de Boer
Enero 9 de 2010